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La libertad lleva tu nombre

La muerte no es soledad sino la hoguera de las redes sociales encendiendo una vela por su falta. Gracias, de verdad, a todos. Dice Fran Díaz-Faes que tenía aires de "Lucky Luke espigado" y de "estatua de Giacometti caminando"; tiene razón. Desde pequeños, a mi hermano y a mí nos sorprendía su velocidad, una delgadez por encima del tiempo y del espacio, artista instintivo y tantas veces salvaje. Pintar, esculpir o dibujar de manera convulsa, no planificada, sin lecturas, en cualquier momento, casi de una manera fisiológica, fuerza y decisión. Fue una generación de autodidactas, tuvieron que buscarse la vida todos ellos, con y sin libros, con y sin dinero, con y sin recursos, bajo una voluntad que no conocía el abandono ni la flaqueza.

Nunca me pareció extraño tener un tío pintor, viajero sin pausa de aquí para allá, sin tregua ni domicilio fijo. Quizás por eso decidimos mi hermano y yo dedicarnos al arte, introducirnos en él de manera natural, fluida, familiar. El análisis de su vida y obra no es fácil: se ocultó, gran número de ocasiones, en una aparente facilidad, disfraz de una producción mucho más compleja y repleta de estratos artísticos. Sus visitas a la familia fueron esporádicas, el refugio siempre estuvo disponible ante inclemencias y polaridades. Hiperactivo, delgadísimo, inquieto, era casi una aparición permanente, a mis ojos adolescentes, en casa de mis padres o de mi abuela. Fue hijo del sol: rechazaba pasar los inviernos en Asturias, y El Ejido, en Almería, fue su destino habitual. La luna siempre fue aliada: nocturno, bebedor, poeta plástico allá donde música, sueños y leyenda van de la mano.

Cobra mayor relieve, a la debida distancia, su periplo internacional: el París protector de Eduardo Arroyo y Valerio Adami, la Roma tutelar de Miró, el otro París de Alain Planes y Fabrice Gravo, esa ciudad de la luz y bohemia desde la que llama a mis padres el 23-F, golpe de Estado, para saber si todos estábamos bien y queríamos irnos con él. Fue cosmopolita sin saber idiomas, aprendiéndolos por su cuenta, donde la lucha por la vida fue la misma que la del arte, sin miedo a nada y superándose como podía. El éxito siempre fue pintar. Juanín, mi tío, fue muy querido en los bares de Oviedo: El Ovetense, Peña Tú, El Mateín, Muñiz, El Gato de Cheshire, Ícaro, La Cooperativa, El Olimpo. Otros cobijos al paso fueron el taller de Urrusti, la peluquería de José en Ventura Rodríguez, la casa de Conchita y demás apeaderos. Todos pasaron por el hospital en completo ofrecimiento: desde afeitarle a lavarle o lo que fuera necesario. Juan fue querido en su ciudad y esta siempre le dio su modo de vida, la venta de arte sin más mediación y trato que sí mismo.

Sobrina de Juan Falcón, Lucía Falcón es galerista y concejala del PSOE en el Ayuntamiento

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