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El Otero

Oviedo en silencio

Las enseñanzas que deja la crisis

Sobrecoge ver las calles, casi siempre bulliciosas, solas y en silencio. Esta reclusión a la que nos vemos obligados nos aboca a una situación inédita para la mayoría de nosotros. Cambios forzados en nuestro ritmo de vida que no son fáciles de digerir. Qué duda cabe que la situación a la que nos enfrentamos, excepcional, requiere asimismo de medidas excepcionales. Nada que objetar. Nos enfrentamos a una crisis que nadie ha vivido, salvo algún centenario que aún recuerda la grave pandemia de 1918. Pero una crisis no deja de ser un cambio profundo del que puede, por qué no, surgir algo nuevo. O, al menos, que sirva para enseñarnos a hacer las cosas mejor en el futuro.

Estos días, ese silencio que impera en las calles ovetenses también nos habla. Nos habla de vulnerabilidad. De incertidumbres. De miedo. Porque el todopoderoso y arrogante ser humano, erguido en su altivez, es consciente, de repente, de su extrema fragilidad. Todo puede cambiar radicalmente de un día para otro. Somos barro. Y, sin querer, recibimos una soberana lección de humildad. Nos bombardea tal volumen de información, no siempre veraz y contrastada, que nos arruga. Sentimos miedo. Estamos en un terreno desconocido. Pero, quizá, también sea un buen momento para mirar a la vida desde otro ángulo. Sin quitar ni un ápice de importancia a la enfermedad y a sus consecuencias en la sociedad -cómo olvidar a los cientos de semejantes que se están quedado por el camino, a sus familias y a los que ven peligrar su sustento- ¿no podría ser una ocasión para darnos cuenta de lo que realmente importa y que en tantas ocasiones orillamos? Añoramos a los demás, claro. Valoramos la importancia de una conversación cara a cara. De un apretón de manos o un abrazo. De una simple mirada. De un paseo compartido. De un beso. De compartir unos vinos. De sentir el sol y el viento en la cara. El trajín cotidiano queda atrás. Las prisas, agobios, locas carreras, a menudo, sin ton ni son a ninguna parte se relegan a un segundo plano. Quizá este paréntesis nos enseñe a discernir entre lo urgente y lo importante. De gozar de lo que no disfrutamos casi nunca; por ejemplo, de estar en casa. Sin más. De poder leer. De conversar con la familia, el que pueda. De, quizá, descubrir algo nuevo en los vecinos a los que casi nunca vemos. Y, lo más importante, de estar con uno mismo. De encontrarnos, en medio de la sonora soledad, con nuestra propia sombra. Y a la vez ser conscientes de que no somos nada sin los demás. Cuando echamos de menos a nuestros semejantes, empezamos a sentir que formamos parte de una comunidad. Y ese sentimiento de solidaridad, honda y sincera, esa convicción de que necesitamos permanecer y actuar unidos, hay quien cree que nos hará mejores. Más generosos. Más solidarios. Y más fuertes. Tal vez.

Si la vida nos da limones, hagamos limonada, reza un dicho. Ingenuidades al margen, tal vez sea cierto que en medio de la angustia y de la incertidumbre podemos encontrar una oportunidad. Salvo que en esta parada obligada, de este Oviedo en silencio, descubramos que nos da miedo encontrar alguna pregunta incómoda para la que no tengamos respuesta.

Las calles volverán a llenarse de vida. Oviedo, más pronto que tarde, dejará de estar en silencio. Volverá a bullir. Nos recuperaremos de las heridas. Y, quién sabe, quizá, después de todo, descubramos algo que haya merecido la pena.

En uno de los muchos mensajes que recibí en estos días, leí algo que me sirve como apropiado epílogo: "Tal vez cuando volvamos a caminar, caminemos más despacio, más cercanos, más humildes, más humanos".

En nuestras manos está.

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