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Un Quijote sin lanza ni yelmo

Carlos Bascarán cambió una vida acomodada por entregarse a los demás

En estos días lloramos la muerte en Brasil de un asturiano, de Oviedo más en concreto, que dejó acomodada familia en la calle de Uría hace ya muchos años para vivir entregado a los más pobres, lejos, muy lejos, cultural, geográfica Y socialmente de su amada Asturias. El Padre Carlos Bascarán Collantes aparecía de vez en cuando por nuestras calles y las iluminaba con su sonrisa, su buen humor, su optimismo , su fe cristiana, profunda y comprometida, su larga cabellera y no menos luenga barba, enjuto de cuerpo, austero en su vida, sus costumbres y su porte. Tenía un cierto parecido a esas figuras que vemos del Quijote, pero sin lanza, ni yelmo. Su presencia siempre alegraba y sacudía las conciencias acomodadas. Más de uno se rascó el bolsillo y encontró muchos billetes para entregárselos a Carlitos. Sus padres y hermanos los primeros. En Asturias en general y en los círculos familiares y deportivos encontró generosidad. Sabían que allá en Brasil lo multiplicaría para dar de comer a hambrientos, libros a los que querían aprender, medicinas a los enfermos, casa sencilla a los desposeídos, esperanza a los desheredados. Sabían que Carlitos, no gastaría nada para él. Por no tener, no tenía ni zapatos, ni cama. Dormía en una hamaca y calzaba sandalias viejas o nada. Tuve el privilegio y la suerte de vivir con él cuatro años en Palencia en su primera madurez. Antes estuvo en Portugal. donde llegó a jugar en un equipo de primera división. Pero él era misionero. Y también en Palencia cosechó muchos triunfos en el deporte y admiración en los jóvenes. Estudiante del Químicas en la Universidad de Oviedo, deportista de muchas artes y futbolista del equipo universitario, dominador de varios instrumentos, piano, violín, guitarra, una voz se primera. Un día dijo a sus padres me voy. Y se plantó ante el superior de los Misioneros Combonianos para pedir su admisión en la orden. Quería ser misionero y por la vía rápida. No estudiar más, ser lego y marchar lejos a ser misionero. Y los jefes le dijeron: "quieto, quieto". Estudia unos años y te harás cura. Y en su ordenación entre otras cosas escuchó las palabras: "Cree lo que predicas y predica lo que crees". Yo que le he conocido y hablado bastante con él, sé que no solo hizo esto, sino que vivió lo que creyó y predicó. Cuarenta años en Brasil, de favela en favela y con el billete en el bolso en marzo, para venir a celebrar a Valencia los 50 años de su ordenación sacerdotal con sus compañeros, Carlitos enfermó. Y ahora, murió. Muchos personajes importantes pasean por las señoriales calles de Oviedo. Carlos Buscarán Collantes hubiera podido ser uno de ellos. De buena cuna, buena formación, bien situado socialmente, cualidades humanas y artísticas a rebosar y para triunfar. El cambió el rumbo de todo como lo hiciera San Francisco Javier en otros tiempos. Y volvió a Oviedo, sí, cuando las enfermedades propias de las zonas donde trabajaba le minaban la salud. Paseaba, visitaba amigos, le hacían obsequios y retornaba. Su ejemplo ha sido grande, su vida se proyecta sobre las nuestras y la sociedad creyente y laica. Quienes le hemos conocido sabemos que ha sido un don saber de su existencia y de sus compromisos religiosos, sociales, humanitarios. El Padre Carlos Buscarán Collantes, ahora muerto, víctima del covid en el lejano Brasil, es un icono, modelo cristiano y personal para muchos. Su gesta merece figurar en los libros de asturianos ilustres y buenos, ambas cosas en grado sumo. Y lo hizo abrazando a los más pobres que conocía y ayudando cuanto pudo y supo. Lo que predicó y creyó, vivió y practicó.

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