Mucho me presta el reportaje de este periódico sobre la Casona, en Somao, del Noceo, de cuyo grato nombre me entero ahora, pues durante mis nostálgicas visitas de veranos juveniles esa preciosa denominación no trascendía. Aprecio, no obstante, que falta por referir referencia a la presencia histórica del gran pintor José Uría, que, creo, matrimonió con la entonces heredera, o quizá fuera su hijo Rodrigo.
Cuánto me alegra que Somao, a la que durante algún tiempo estuve tentado de vincularme y a la que sigo afecto, gracias a la amistad con los Faraco y los Lombardía, que supieron encontrar tan hermoso paraíso en el pajar del ancho mundo, a los Arango, Clemen y Jesús, al que tanto deben el saneamiento, el alumbrado y los miradores, y, sobre todo, a los Uría y Castañón-Uría, que con su generosidad anfitriona me dieron atardeceres y noches de ensueño. No olvido cuando una vecina, imagino que fallecida hace décadas, me enterneció a la llegada de la televisión al Parador preguntando si, a su vez, los emisores de semejante prodigio nos estarían viendo a nosotros. También recuerdo de aquellos entonces el apellido Requejo, con una filóloga y un gran alcalde pedáneo, y no ha mucho el de la exministra Ángeles Amador.
Felicito a Escolina, que tanto mimo puso en centros culturales madrileños bajo el PP, y a los suyos por la conservación de tan delicado patrimonio familiar que habrá impresionado a SS. MM. los Reyes de España. Bien conocí a sus antepasados Pepe Menéndez Viña, de lamentable papel en la retaguardia bélica, con el que, ya muy mayor, tertuleaba en Casa Tuto, y a Prudencio Fernández Pello, al que tanto valor debe Hidrocantábrico y que echo de menos, pues sería muy joven, en el fabuloso mural de los Vaquero en Grandas de Salime.
Y felicito más si cabe a todos los vecinos laureados y también a la Fundación por seguir adelante, a la que tanto debemos agradecer en Asturias, y más aún en estas complejas circunstancias pandémicas.
