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Un astrofísico en la capital del refugiado

El asturiano Bruno Sánchez-Andrade relata su viaje a Kakuma (Kenia), el mayor campo de refugiados del mundo, con más de 180.000 personas en condiciones de vida muy duras que sueñan con una oportunidad

Almacén de provisiones. B. S.-A.

Kakuma es la capital simbólica de los refugiados: situado en Kenia, es el mayor campo del mundo y, también un modelo a seguir para dar pasos innovadores en la acción humanitaria que concedan una oportunidad de futuro a las personas más allá de la ayuda para la supervivencia diaria. Visitar ese lugar, conocer las penurias de sus 180.000 habitantes y también sus luchas y esperanzas, es una experiencia que deja huella. Bien lo sabe Bruno Sánchez-Andrade Nuño (Oviedo, 1981), doctor en Astrofísica por el Instituto Max Planck de Alemania, que investigó en la NASA y después dirigió el equipo de Big Data del Laboratorio de Innovaciones del Banco Mundial. Asturiano del mes de LA NUEVA ESPAÑA en octubre de 2017, ese mismo año dio portazo a su puesto de funcionario en Washington para contribuir en vivo y en directo a hacer un mundo mejor, entrando en contacto con expertos que le ayudaran a buscar soluciones contra la pobreza. Como joven líder global del Foro Económico Mundial, Sánchez-Andrade visitó a primeros de mes Kakuma en Kenia, una auténtica ciudad con miles de niños no acompañados a la que acudió por su experiencia en ciencia de datos para el desarrollo.

El calor. El sofocante calor del desierto recibió a Sánchez-Andrade y el resto de especialistas que le acompañaban. Menos mal que no había viento: "Es un clima muy seco y el polvo que hay en el desierto de la región, Turkana, es muy fino, se te pega por todos lados". En un pueblo cercano a Kakuma se convirtió en una atracción jovial para unos i niños que "nunca habían visto a un blanquito". Luego charló con el hombre más anciano de la tribu, y su esposa le preguntó sin contemplaciones cuántos hijos tiene y cuántas esposas y cuantas casas. La respuesta la dejó pasmada. ¡Qué raros son estos blanquito! Allí, las casas están hechas de estiércol, pero "no huelen nada. Es alucinante. Se construyen con cañas y se mezcla barro con boñiga, tardan tres meses en hacer una, bastante pequeña y oscura".

No hay rejas pero tampoco libertad de movimientos: "Quienes viven allí no pueden ir a Nairobi si quieren. Están en un centro que ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) lleva como si fuera el alcalde, la policía es la del país, tienen sus casas y pueden moverse todo lo que quieran, pero de noche hay toque de queda. Es como una cárcel en ese sentido". Le sorprendió que no hubiera problemas de orden público. Al menos, ninguno grave.

Allí conoció a "una señora con tres pequeños que hizo cien kilómetros andando desde Sudán del Sur hasta la frontera para que los recogiera un autobús y los llevara a un sitio donde recibir un plato de arroz al día y alojamiento. Y ya está". Pero, al tiempo que "la visita es super intensa y te rompe el corazón y el alma ver las condiciones de vida, es alucinante comprobar la capacidad de resiliencia, de supervivencia. Te daban las gracias aunque llevaran diez años allí recluidos. No transmiten rabia. Sí notabas algo más de frustración en algún chaval o en gente que lleva veinte años sin poder salir, pero en general no noté furia acumulada".

Llegados principalmente de Sudán del Sur y Somalia, los refugiados son recogidos cuando llegan a la frontera y están dos días o una semana "para que los responsables vean quién eres, si eres una persona con la que hay que tener más cuidado para protegerte, o también para despolarizar la actitud de guerra que pueda traer alguien incorporada. Hay que prepararlos para la vida en el campo, y en él están otras dos semanas en un centro aislado donde les dan el programa de bienvenida y les preparan para la vida cotidiana".

Tras la experiencia, Sánchez-Andrade quedó marcado por el recuerdo de unas personas que se enfrentan día a día a una vida de extrema dureza. El contraste lo acentúa: "Yo me cogí un avión y me fui a Frankfurt, y este fin de semana estaré en el Ártico, y puedo sacar un billete para desplazarme o ir a un hospital si enfermo, a un super si quiero comprar comida. Ellos, no. Cuando hago algunas de esas cosas me viene a la cabeza la realidad de esas personas allí, esa limitación para vivir. Levantarse, ir a por la comida, hacer un curso de carpintería o de electricidad, esperar algún trámite y poco más. Y así día tras día, año tras año. Eso te entristece cuando vuelves a tu privilegiada vida".

Kakuma es un campo "bastante modélico en lo que a convivencia pacífica se refiere (no hay que llevar chaleco antibalas, como en otros). Y es innovador: juegan al fútbol (hay un equipo, el Kakuma United), van a correr, hay tiendas para hacer algo de negocio, centros sociales. Hay un ecosistema donde algo puedes hacer para entretenerte". Imposible olvidar la mirada de aquel chaval de veinte años "super desnutrido. Caminaba con dificultad. Se aproximó a mí y me dio las gracias porque ahora tenía una oportunidad en la vida. ¡Si yo no hice nada! Y luego te das cuenta de que con los impuestos que pagas, la Unión Europea puede hacer esas cosas que para ellos es una oportunidad". Un médico somalí muy emprendedor montó una farmacia clandestina: "Con el dinero compró paneles solares y puso un negocio para vender electricidad para recargar el móvil o dar acceso a Internet. Tiene ya 22 puestos en Kakuma. Y no se quiere ir. Hay otro emprendedor que consiguió una moto y te llevaba de un sitio a otro del campo o al pueblo más cercano".

La razón del viaje era "buscar una respuesta que vaya más allá de lo humanitario. Quien recibe la ayuda es género pasivo, no importa que sea conductor o profesor, y darles la oportunidad de hacer algo es super motivador porque va a hacer todo lo posible para luchar y seguir adelante, para aprovecharla. Las soluciones no están solo en Kenia, no solo hay que centrarse en lo que pasa en el Mediterráneo. ¿Es mejor tener un vecindario con problemas o uno en el que las cosas funcionan?. Cuanto más intentemos ayudar y dar oportunidades a la gente allí, mejor para ellos y para nosotros".

No es que sigan el minuto de la Liga o el última "trumpazo" pero muchos refugiados tienen teléfonos y sí que saben de cosas, algunos van con la camiseta del Madrid o el Barça. No están aislados completamente, pero lo ven todo con una distancia y una relatividad evidente".

Cuando volvió a zonas de confort, "la ducha fue algo que agradecí bastante, pero valoras más la libertad de pasaporte. Hay gente allí que tiene dinero para comprar un billete de avión e irse, pero como no tienen pasaporte, no pueden viajar. Ese cachito de papel es el que nos hace diferentes". Él, sobre todo, preguntaba: "Hay cursos de capacitación de ordenadores pero lo que estamos pensando hacer es ampliar esa capacitación más formal con conocimientos más aplicables. Por ejemplo, la gente que tiene su propia tiendita, que pueda hacer su libro de cuentas o analizar datos ".

Interesante medida: "Ahora, el programa de comidas, en lugar de cocinarla y dártela, te da el dinero para que puedas comprar en una tienda u otra. Así normalizas una economía para que no sea solo algo pasivo de una ONG dando una respuesta humanitaria. Es una forma más de aportar dignidad al refugiado y ayudarle a decidir su futuro. Otro ejemplo: en lugar de pagar a una ONG japonesa para que construya una casa por mil euros, das el dinero a los refugiados. Con un acuerdo: cuando hagas los cimientos, te doy un cuarto del total. Y luego, para las paredes y después para el techo. Al final, esas casas se hacen más rápido y más barato, y además aportan un sentimiento de propiedad y normalidad que hace falta. Lo que tengo claro es que estas personas, cuando llevan tanto sin oportunidades, agarran cualquiera que se les presente y demuestran que quieren ser partícipes de su vida y su futuro".

Como astrofísico especializado en la "ciencia de impacto" se rebela "contra la idea de que el científico tiene que estar enseñando o investigando. Eso es necesario, y está bien que se haga, pero debería haber más científicos que aprenden herramientas que les permitan encarar problemas reales directamente. Con mis habilidades, busco dar una solución directa y me expongo a todos los problemas de la gente, que no solo son de nutrición".

¿Y el resto de ciudadanos qué pueden hacer? "Darse cuenta, primero, de que no hay problema en que acojamos a personas que ahora tienen una condición de refugiado que define una parte de su vida pero que no debería definir toda su vida. Me gustaría tener un cocinero en un restaurante de Asturias que sabe hacer un pan riquísimo de su tierra, o a un profesor que me enseñara la cultura de otro sitio. La diversidad es muy buena para todos y debemos exigir a los políticos, preguntarles qué pasa con esto, qué vais a hacer para que esas personas tengan una formación y sean parte del tejido económico y no una fuente de problemas".

Un dato elocuente: "En aquella región, los locales son más pobres que los refugiados. El campo es una fuente de desarrollo, hace que la provincia crezca un tres por ciento. El 70 por ciento de los locales gana dinero dando un producto a los refugiados". Un lugar donde la belleza del paisaje rima con dureza: "Es un sitio muy bonito, pero también muy duro. Un desierto. Cuando llegan las lluvias hay un problema gordo, los ríos se desbordan, las carreteras se destrozan...".

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