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La crónica caricaturesca y minuciosa de la vida y de la noche de Oviedo que pinta Álvarez Cabrero

El artista recopila parte de su obra en color en un álbum de 46 páginas que ofrece un recorrido por sus intereses y deja ver la magnitud de su arte

La crónica caricaturesca y minuciosa de la vida y de la noche de Oviedo que pinta Álvarez Cabrero

Desde los años noventa José Carlos Álvarez Cabrero pinta una crónica de Oviedo: "No sé si voluntaria o involuntaria, cómo se puede saber eso, no me la pagan. Son mis vivencias en escenarios que son los lugares donde voy".

Detrás de las chicas besándose, de los dos tíos que se pelean en la calle y de la plantilla y la parroquia formada a ambos lados de la barra de tantos tugurios hay unos escenarios y ambientes que quedan detenidos con precisión fotográfica, virtuosismo pictórico, detallismo costumbrista y deformación caricaturesca en sus óleos, acuarelas, grabados, pasteles, lápices.

"Un cuadro tiene que gustar y que contar algo. No me gustan los temas sosos, tiene que haber un espectáculo".

Con un espectáculo deslumbró Álvarez Cabrero (Oviedo, 1967) cuando llenó de helicópteros de transporte de tropas del Principáu d'Asturies el cielo de la capital, prendió fuego a la sede central de la Caja de Ahorros, reventó con tanques el suelo de la plaza de la Escandalera e instaló un antiaéreo al pie del edificio del Termómetro. Ese es el "Apocalypse now" de "Hazañas Bélicas", un pastel de 100x70 fechado en 1993.

Un espectáculo con técnica pictórica y estética de cómic, una definición que sigue encajando para definir el arte de Cabrero, muy influido por el underground y muy formado académicamente en los diez años que pasó en la Escuela de Artes y Oficios.

"Era el dibujante de casa -tengo dos hermanos- y de la clase en las Escuelas Blancas y pasé directamente de EGB a Artes y Oficios. Estuve cinco años en Dibujo Publicitario. Cuando terminé la especialidad hice un módulo de serigrafía y otro de grabado, fundamentalmente para poder usar el taller".

La aparición de Álvarez Cabrero a principios de los noventa tuvo algo de eclosión. La cotidianidad de fin de semana exterior e interior/noche, el edificio de "La Imprenta" o la entrada de "La Santina" no habían tenido quien las pintara como fondo o como protagonistas, según que prefiera el ojo, contrastando su ladrillo antiguo con jóvenes flacos, electrificados por el sexo, peinados de manera extravagante, vestidos según la estética residual de la movida y con las copas apoyadas en los coches que aparcaban en la calle del Rosal o en Altamirano.

En 1998 expuso en el Museo de Bellas Artes, que compró obra suya.

"Un dinerito que me vino muy bien, pero los cuadros siguen almacenados. Creí que los expondrían con la ampliación, pero no. Eran otros tiempos. Toto Castañón [uno de los directores del museo entonces] tenía otra visión".

Le dio proyección.

"Cuando fue la exposición del Bellas Artes yo me quejaba de cómo me iba y me contestaban que era muy joven, que tenía que esperar. Esperé y los más jóvenes me adelantaron. Creí que con el tiempo iría a mejor, no a peor. Fui para abajo y ahí sigo".

Desde la crisis, la venta de arte ha caído en general. Hizo una serie de chistes a bolígrafo para vender en los bares, para que la gente que le conoce pudiera tener obra suya.

"Los pocos encargos publicitarios que tengo, trabajados, guapos, son de amigos. Para ellos, pagarlos es una fortuna. El de Cerveza La Cotoya lo hice porque soy amigo del hermano del dueño. Las agencias no quieren pagar a un artista: tiran de archivo, de internet, de una foto y lo venden como moderno".

"Siempre me gusta trabajarlos mucho. A veces pienso en hacer algo básico, ajustado a lo que pagan. Pero no puedo y trabajo como un imbécil para nada. Es culpa mía".

Las temáticas salen de sus vivencias. "Hice un viaje a Praga de una semana en los noventa, me sorprendió lo guapo que era y aproveché un escenario para hacer un cuadro".

Como vivencias cuentan las películas que ve, sobre todo las de cine negro americano por su gusto retro, de los años 30, 40, 50 del siglo pasado. "Había una belleza que no hay. Un coche de entonces era un coche. Los de ahora son feos. Antes había ilustración en la publicidad. Yo la interpreto como una continuidad. El muñeco del Águila Negra lo saqué en tres cuadros".

Y la noche que tan bien registra. "Mis vivencias no han cambiado. Llevo la misma vida prácticamente. Salir los sábados de copas y nada más. No me casé, pinto un poco, hago mi trabajo. Llega la vejez y tienes menos energía. Salgo por no quedar en casa, pero todo es gente joven. Ahora quedan un par de bares. Antes era todo pa uno".

Su casa es su estudio, está decorada por su mano con publicidad en las paredes y por su obra almacenada. Se parece a su mundo, claro. Por ella se pasea libremente su gata, "Angelina".

Cambia de actividad cuando se aburre. Hace cerámica desde 2000, de forma autodidacta, con barro normal o de colores. Ha pintado platos rescatados de la fábrica de San Claudio. En la pasada década hizo cine. Lo primero fue el cortometraje de animación con plastilina "Caracerdo". Pero luego hizo varias películas con amigos. "Los árboles del imperio" (2005), "El enigma del ático izquierda" (2007) y "Los deseados" (2014).

"Pintar es solitario y acaba uno chiflando. Con las películas tratas con gente y es divertido, aunque no te hayan hecho caso con las películas porque pasaron de ellas como de la mierda. También cansa cuando te fallan para grabar. Pero lo pasábamos bien".

No habla fácilmente. "No soy tan huraño. Si no hablo será que no tengo con quién hablar o que no me interesa". Le gustaba ir de monte, pero no puede hacer deporte porque le limita la enfermedad de Crohn. Va en bicicleta hasta Fuso de la Reina.

"A veces no pinto por no repetirme. Siempre tengo ideas en la cabeza, pero muchas no las hago porque no me parecen suficientemente buenas".

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