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"City on a hill" pierde fuelle tras un arranque enérgico

La propuesta policiaca de Showtime se beneficia del buen trabajo de Kevin Bacon, pero se diluye en una trama convencional abonada al estereotipo

Kevin Bacon y Aldis Hodge, en "City on a hill".

Nos vamos a la muy cinematográfica, televisiva y literaria ciudad de Boston en los estertores de los años ochenta. Un tiempo muy propicio para los escenarios de ruido, furia y mucha sangre. Los índices de criminalidad, por las nubes. Un lugar duro para vivir donde era muy fácil morir a manos de los muchos desalmados que campaban a sus anchas, felices de tener como único obstáculo un cuerpo de policía corroído por la corrupción. Generalizada. Y donde el racismo era el plan siniestro de cada día. Ese es el panorama en el que se desarrolla la historia de "City on a hill". Muchas más sombras que luces. La serie plantea un nudo argumental que nos conocemos al dedillo desde que existe el género negro y al lodazal llega alguien dispuesto a cambiar las fosas. Alguien como un nuevo fiscal del distrito, de piel negra (Aldis Hodge), que formará una extraña alianza con un agente del FBI que no es precisamente un santo (Kevin Bacon, atinada elección) y cuyos diabólicos métodos vienen muy bien para combatir el mal. Como ocurría más o menos en L.A. Confidential, sin ir más lejos. Y empieza una guerra continua para indagar en un sistema criminal y judicial viciado y letal. Como mandan los cánones, los cañones empiezan a escupir fuego muy pronto. Y en escena aparecen ya matarifes capaces de ejecutar a sangre fría a quien tiene la mala suerte de ver la cara a un villano tras un asalto a un camión blindado. No es de extrañar encontrar en la producción a Ben Affleck, que como estimable director siempre puso a su Boston natal como localización principal (Vivir de noche, The Town, Adiós, pequeña, adiós). Con una austeridad que se agradece en las formas y con progresiva tendencia al estereotipo en los fondos, City on a hill enarbola al principio su condición de serie modesta y digna que no pretende otra cosa que contar una historia interesante con unos personajes sólidos en un desarrollo sin sobresaltos. Su medianía proporciona momentos agradables, ocasionalmente intensos, pero lo único que anima a dedicarle atención es el trabajo de Kevin Bacon, consciente de que en sus planos está animar el cotarro y crear un personaje con las suficientes dosis de mala uva, pésimo carácter y métodos tóxicos para adueñarse de la función. Se nota que Bacon se lo pasó en grande encarnando al descarnado Jackie Rohr, disparando frases sarcásticas, pasándose con el alcohol y ofreciendo un recital de miradas ásperas, desafiantes y sucias. Impagable el momento en que se defiende como puede con... un pescado. Por desgracia, el prometedor arranque se va diluyendo capítulo a capítulo con la progresiva pérdida de influencia del Gran Villano, la influencia del gran escritor Dennis Lehane se degrada, los personajes se estancan y la trama pierde intensidad hasta hacerse monótona.

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