Después de poner a cien por hora a Tom Cruise en una Misión imposible adrenalínica y de estrellarse con todo el equipo en Tomorrowland, Brad Bird regresa a la zona de confort de Los increíbles, atopadiza propuesta que hace ya unos cuantos años introdujo en el universo de la animación una curiosa mezcla de superhéroes y conflictos domésticos, con un apartado visual asombroso y un dibujo de personajes más sinuoso de lo que es habitual en los circuitos de la animación. Sin llegar al encanto de El gigante de hierro y con una marcha menos que la vertiginosa Ratatouille, aquella primera entrega conseguía sorprender y encandilar con una intensidad que recordaba y potenciaba los mejores tiempos de Pixar.

Mucho ha llovido desde aquel lejano 2004, los niños ya no son los mismos y es de obligado cumplimiento redoblar esfuerzos para intentar sorprender a las audiencias. Por la parte que la toca a la tecnología, la prueba se supera sin problemas y con generosidad. La secuela de Los increíbles impone su ley desde el principio con un despliegue espectacular en una secuencia de acción adornada con una doble apariencia: por un lado la recreación de los personajes responde a los requisitos del cine de animación que exagera, comprime o caricaturiza rasgos y figuras, y, por otro, amontona imágenes de extraordinario realismo a la hora de recrear peleas imposibles y catástrofes devastadoras. Vamos, que si por allí aparecen Iron Man o el Capitán América no se vería como algo extraño. El entretenimiento está garantizado y la pantalla se convierte en una gigantesca bolsa de chuches visuales que invita a dejarse subir en la montaña rusa y dejarse caer. Siendo, pues, una cinta sobresaliente como feria de atracciones, Los increíbles 2 se conforma con repetir la fórmula del original sin más cambios que una adaptación un tanto endeble a los nuevos tiempos de reivindicaciones feministas, sin un villano que esté a la altura y con una capacidad de sorpresa escasa. Lo más novedoso, y chocante y descacharrante, es la irrupción del bebé como personaje que se agarra a las escenas. Y no las suelta.