"Sutra" es un espectáculo que no deja indiferente. No es solo una exhibición de saltos y movimientos de gran dificultad realizados por casi una veintena de acróbatas y un niño como protagonista. "Sutra" cuenta una historia de vivencias y de forma de entender el mundo espiritual de los monjes Shaolín, que gira en torno al espacio privado y colectivo de cada individuo. "Sutra" no es solo una danza más, es un espectáculo que atrapa y provoca reflexión.

El Teatro Jovellanos inauguró el ciclo "Danza Xixón" con "Sutra", idea de Sidi Larbi Cherkaoui, uno de los mejores coreógrafos de la danza contemporánea actual, que lleva más de diez años ofreciendo este espectáculo por todo el mundo. Cuenta el propio coreógrafo que creó la danza a petición de los propios monjes y se inspiró en el personaje de Bruce Lee. La puesta en escena resulta atractiva por los contrastes de luces en torno a ocres y grises y por las dieciséis cajas de madera -creadas por el artista británico Anthony Gormley-, que bien hacen las veces de muros, de ataúd, de camas, de puertas de un templo o de tablero de ajedrez. Todo para dar lugar a la meditación o narrar escenas de la vida privada y pública de un grupo de individuos. Los espacios cambian muy rápido, sin dar lugar al aburrimiento. En cuanto a los danzantes, alternan la fuerza y rapidez de las katas de kung-fu con movimientos suaves y fluidos en una representación de la naturaleza y del mundo animal (serpientes, grullas, batalla de escorpiones, etcétera).

Para completar la puesta en escena escuchamos una composición de Simón Brzóska tocada en directo por cinco músicos -percusión, trío de cuerdas y piano-, parapetados detrás de un telón semitransparente, permitiendo así vislumbrar a los ejecutantes pero sin poder despistarse de lo que está ocurriendo en el escenario central, es decir, la danza. La creación musical es de gran calidad, destacando las intervenciones de violín que exprimen las posibilidades sonoras del instrumento. También hay dulces lamentos del chelo, melodías de piano acompañadas y, sobre todo, ritmos de percusión acompasados con el golpeo de las cajas en el suelo y alaridos de los bailarines que provocan la subida de adrenalina del público. Curioso es el fragmento en que se arrastran las cajas por el suelo reproduciendo la sonoridad de una corriente de agua. La composición musical preciosa y bien ejecutada, sin embargo, nada que ver con el mundo oriental: la sonoridad es totalmente contemporánea occidental, en su mayoría elaborada con escalas tonales; lo más cercano al continente asiático que se escucha es algún pasaje que podríamos ubicar en los países del este de Europa. No deja de ser una forma de establecer puentes de conexión entre dos mundos, a priori, totalmente distantes.

En definitiva, un espectáculo que merece la pena ver y escuchar, para luego reflexionar.