La jugada está clara. Y es respetable, aunque no precisamente por su originalidad. Se trata de combinar los efluvios más perfumados de la comedia romántiva que enlaza dos personalidades opuestas que se atraen con los fluidos más pringosos del humor chabacano y las tarascadas del chiste físico con resbalones, equívocos varios y fricciones vodevilescas. Nada nuevo bajo el sol, pero hay dos elementos en Casi imposible que la hacen agradable y aportan alguna cuña graciosa.

Por un lado, la presencia magnética de una Charlize Theron que demuestra una vis cómica de primera categoría (memorable la secuencia en la que pierde los estribos por motivos poco honorables y afronta una negociación en estado de alerta coja) al tiempo que desprende carisma y belleza a partes iguales como aspirante a ocupar el sillón del inútil del presidente de EEUU.

Y, por otro, la destreza de Seth Rogers como trasto capaz de armarlas muy gordas pero, al mismo tiempo, dejando muestras de honestidad y carácter que suenan como estampidos en el mundo sepulcral de la política, dominado por zombies bien trajeados con malos intereses que todos sabemos. O sospechamos. El lado de comedia romántica tiene un toque gamberro evidente (ella es bellísima y siempre está de punta en blanco, él es un desastre vistiendo y comiendo) y se atreve a pedir prestadas risas húmedas a títulos como Algo pasa con Mary con un chiste seminal cambiando el flequillo de Cameron Diaz por la barba de Rogers, o montando escenas eróticas destartaladas en las que Theron ordena y manda ante un aturdido amante.

La pena es que todo lo gracioso de "Casi imposible", realizada con despreocupado oficio por el mismo hombre que perpetró Descontroladas, se esfuma en un tercer acto donde sale a relucir una vez más esa manía tan fastidiosa que tienen algunos guionistas se Hollywood de confundir chorradas con merinas y optar por un desenlace de sentimentalismo político y redención semiépica pasado de rosca.