Ricardo Villoria presenta hasta hoy en la sala Borrón de Oviedo su exposición "Llabor", enmarcada en el programa de exposiciones que convoca el Gobierno del Principado de Asturias a través del Instituto Asturiano de la Juventud. La muestra posee un carácter documental que plasma su propia "geografía existencial" a través de una selección de piezas que ha ido recopilando, desde útiles de labranza a "sábanos" -sacos de carbón que ahora toman nueva vida- acompañados por fotografías y videos. A través de diversos recursos plásticos plantea una reflexión sobre la vida en las cuencas mineras y agropecuarias asturianas, sobre sus aspectos sociales, económicos y culturales.

El artista ha transformado la sala en un espacio de sugestiones con las que muchas personas se sentirán identificadas, trasladándonos a otros lugares y otros momentos de la existencia, especialmente a los que procedemos de un entorno rural siempre cargado de referentes naturales, de objetos ligados al trabajo y a la rutina del día a día. La muestra se articula mediante imágenes icónicas proyectadas, fotografiadas y físicamente presentes, hay carbón, ristras de chorizo, una boñiga seca y herramientas del campo. Lo físico -palpable y oloroso- y lo virtual se funden para potenciar un discurso sobre la autenticidad del mundo rural, pero también, sobre su lento proceso de deterioro y abandono.

La exposición se mueve en el ámbito de la creación personal de un autor profundamente ligado a aspectos etnográficos y antropológicos evidenciando afectos y complicidades que contribuyen a la comprensión de su mundo. Las imágenes, no exentas de carácter reivindicativo, se construyen a partir de referentes muy personales, desde un lenguaje fluido ligado a la tradición y a las costumbres, pero plasmado mediante recursos plásticos rigurosamente actuales. Su trabajo se desliza por terrenos ambiguos, entre la realidad y lo irreal, entre el valor documental y la fantasía de la recreación personal. Los "objetos" dignificados sobre peanas adquieren un valor y un significado nuevo, potenciado por su descontextualización pero, sobre todo, por un apropiacionismo que los resignifica. El "Gomín", gran cámara de aire de rueda de tractor, uno de los iconos de esta exposición, desde su presencia oscura y desnuda, se muestra cargado de connotaciones simbólicas, y desde un cierto exhibicionismo confirma cómo, tras su aparente fragilidad, se halla su necesaria existencia.

Veinticinco fotografías conforman un documento visual que es, en sí mismo, otra exposición. Representan un friso existencial de personas anónimas y objetos sencillos captados con un realismo de dureza aparente. Al virtuosismo técnico se une una exquisita sensibilidad para registrar aspectos de la naturaleza humana que se muestran al desnudo y en los que el blanco y negro, recurso frecuente en su producción, cumple un papel fundamental, introduciendo un halo de atemporalidad que marca un cierto distanciamiento con el espectador. Las imágenes desencadenan relaciones y afectos estéticos: la confluencia de voyerismo, de un cierto "feísmo" y el travestismo, recuerdan algunos de los retratos de Cindy Sherman. Se intuye que los protagonistas son personas muy próximas para él, y que en cada una hay algo del autor: la transgresión, la humanidad, el descaro, la inocencia o el sufrimiento. Dice Chus Neira, comisario de la muestra, que "Villoria expía la culpa de haber asumido su propia sensibilidad artística y haber hecho de ella su eje vital", evidenciando que el mundo de la plástica es una necesidad para su creador, no sólo porque le permite transmitir sus preocupaciones y obsesiones, sino porque además es capaz de transferir al espectador las emociones que le invaden.

Cuatro cuadros de gran formato son su apuesta más atrevida. Parten de arpilleras recicladas, sacos de carbón remendados y tensados en el bastidor a los que ha incorporado materia prima en estado puro. La transformación de un tejido propio para el trasiego del trabajo en materia de creación plástica está próximo a los presupuestos informalistas, su reconversión es una metáfora sobre los avatares de la historia y la vida. El artista se mueve en parámetros similares a los propuestos por otros artistas que, a través de su obra, permiten reflexionar sobre el tiempo y sus estragos, como ocurre con los trabajos más reivindicativos de Natalia Pastor. La tremenda sensibilidad de Ricardo Villoria es partícipe de la delicada situación del entorno y "Llabor" no sólo representa una reflexión estética y personal sobre el tema, es un paso más en su camino, en la evolución de un artista irremediablemente necesario.