Ribadesella,

Lorena VALDÉS

Mientras unos despliegan otros se repliegan. Los jóvenes más madrugadores, con mucha hambre de fiesta, ya tenían ayer bien plantada su tienda de campaña en el prao de San Juan y en el Instituto Avelino Serra de Ribadesella. Llevan todo un año marcando la cuenta atrás para celebrar el Descenso del Sella, un evento que congrega cada año en la villa riosellana a miles de personas y que este año alcanza su 74.ª edición.

La misma cuenta pero, por motivos bien distintos, también la realizan los comerciantes locales, que ayer comenzaban los preparativos para cerrar sus establecimientos a cal y canto y así evitar pintadas, cristales rotos y otros desperfectos. Mañana, tapiarán, a conciencia, sus comercios y desearán que la «marea festiva» termine lo antes posible. Unos la seguirán en guardia desde casa, otros harán las maletas y se marcharán contra corriente.

Son 3.000 euros. Ésta es la cantidad que el matrimonio formado por Ibana González y José Manuel García, presidente de la Asociación de Industriales y Comerciantes de Ribadesella (AICOR), se gasta, de media, en blindar con tablones de madera su comercio por piraguas. «Mañana al mediodía echaremos el candado. Es una pena ver la tienda precintada, pero no te puedes exponer a que te la destrocen. Cuesta mucho echar el negocio a rodar como para perderlo todo en un solo día», explican los comerciantes, que pasarán el fin de semana en un destino tranquilo que se resisten a revelar.

A la espera de que la «marabunta» invada las calles, el matrimonio opina que: «Hace falta más seguridad. Entendemos que la gente venga a bailar, pero no a pintar las fachadas de los demás». «Estaremos temblando hasta que pase todo», concluyen.

Muy previsora, Anusca Martínez ya tenía ayer los tablones preparados a la puerta de su tienda de ropa. «Mi marido Fernando suda la gota gorda cada año para tapiarla entera. La verdad es que se merece el cielo porque da mucho trabajo».

Tras cerrar su tienda mañana a las dos de la tarde, la comerciante comenzará su particular guardia para mantener a salvo su negocio. «Me apetecería irme, huir de todo este jaleo, pero no me queda más remedio que quedarme en casa para controlar la tienda. Impresiona ver los negocios sin escaparate. En una ocasión, hasta un viajante me pregunto: ¿A qué hora son los toros? Es que esto no se ve ni en los San Fermines de Pamplona», comenta.

Luis del Río aguantará mañana al pie del cañón en su tienda de ultramarinos hasta las siete y media de la tarde, sabe que es la hora límite para hacer una buena caja y no correr riesgos. «A esa hora o cierras o ya no puedes abrirte paso entre la multitud en la calle y llegar a tu casa », comenta junto a su mujer Carmen Abreu mientras preparan un buen suministro de botellas de sidra que volarán en solo unas horas de sus estanterías. En la trastienda, la pareja ya tiene a punto los plásticos negros con los que protegerá sus cristales de posibles impactos. «Nosotros de momento no sufrimos ni un solo desperfecto en la tienda, pero más vale prevenir que lamentar», concluye.

Quien si tiene experiencia en sufrir los efectos colaterales del Descenso es Sandra Montoya, propietaria de una zapatería. «Hace dos años me encontré la fachada de la tienda con unas pintadas enormes. Da mucha rabia, pero es que no puede hacer más», sostiene la comerciante, en presencia de su hija María Blanco. Precisamente por sus hijas, Montoya pasará, en principio, las fiestas en la villa riosellana. «No me apetece nada estar aquí, si me quedo al final es por ellas».

Lo que si tiene claro la comerciante es que mañana apurará las ventas en su negocio hasta las siete de la tarde y luego comenzará la operación de ocultar el local bajo plásticos. «Queda feísimo, no me gusta nada, pero no hay otra solución ¡qué se le va a hacer!», dice resignada.

Los que comenzarán ya hoy su fin de semana serán los niños de la guardería Mimos. «Abrimos sólo un año el viernes de Piraguas y fue muy incómodo, a causa del jaleo que se monta en las calles, algunos padres hasta vinieron en bicicleta a buscar a sus hijos para evitar los atascos. Así que una y no más», afirma Miguel Tirador quien es consciente de que «el lunes siempre tardamos un buen rato en limpiar la entrada de la guardería». El joven será uno de los pocos comerciantes que se dejarán caer por el centro neurálgico del Descenso. «Sí, yo soy de los que salgo. No escapo de la fiesta», confiesa entre risas. Él prefiere vivir el Sella de puertas para afuera.

Luis del Río aguantará al pie del cañón en su tienda de ultramarinos hasta las 19.30 horas

«Entendemos que la gente venga a bailar, pero no a pintar las paredes de los demás», dicen los vecinos