A los jóvenes de la Fundación Themba Nijilo, de Sudáfrica, la danza no sólo les ha ayudado a conocer otras culturas y mostrar la suya, sino también "a salir de las calles y a descubrir los talentos que puedes llegar a tener en muchos aspectos", confiesan Tumelo Seleke y Nozieho Nojilo, directores de la formación, que por segundo año acuden al Festival Folclórico Internacional de Gijón, que comenzó ayer, en la Plaza Mayor. "Es nuestra segunda vez en Asturias, la primera fue en 2012" comenta Nojilo, que acude al certamen con sus 32 chicos, "de los cuales muchos estudian y los que no, trabajan", añade. De su repertorio, el director considera que lo más llamativo es la danza zulú por lo exótico que resulta y por la flexibilidad que requiere. "La gente llega a pensar que somos atletas por los movimiento acrobáticos que hacemos, en esta danza hay mucha percusión", explica. Sus trajes, confeccionados con piel de oveja y vaca, adornados con pluma, son otro de sus grandes atractivos. "Cuando nos juntamos con otras formaciones de otros sitios siempre les resulta graciosa nuestra vestimenta", señala entre risas.

Los sudafricanos han hecho buenas migas con el Ballet Folclórico Temuco, de Chile. "Estuvimos con ellos en Portugalete y al final de la estancia nos sorprendieron realizando nuestra danza", comenta Marcelo Alvarado, director del grupo chileno. "En estos encuentros se hacen lazos de amistad, ya que nos une algo en común", añade. Esta agrupación de danza suma 34 bailarines que ayer en Gijón realizaron dos tipos de danza: la rapanui, propia de la Isla de Pascua, que se caracteriza por su sensualidad y su movimiento de cadera; y otra de origen boliviano, sambos caporales, que se realiza en el norte de Chile, en el desierto de Atacama.

Los trajes de los bailarines también contienen plumas, pero sólo los de las mujeres. "El vestuario es muy laborioso porque está hecho a mano", dice el director. Los hombres, en cambio, llevan un atuendo compuesto por fibras de corteza de árbol. "En los sambos caporales se visten trajes coloridos con lentejuelas y brillos", explica Alvarado.

Los chilenos también compartieron escenario con bailarines de Argentina. "Es el cuarto año que venimos. El primero fue en el 88", comenta Alejandro Tapia, director del Gran Ballet Argentino, que recuerda con gracia la primera vez que acudió a Gijón: "Era una noche de tormenta; iba en autobús y me desperté entrando en la Universidad Laboral. A ese momento solo le faltaba Harry Potter volando con su escoba", explica entre risas.

Este ballet está formado por 25 personas, de las cuales 16 son bailarines y 9 músicos. "Los danzarines son jóvenes que están estudiando, por lo cual tienen que hacer un esfuerzo por convalidar su vida personal con la danza. También tenemos personas que se dedican a otras cosas como un abogado cuya pasión es la danza", cuenta el director.

En la primera parte del baile los argentinos realizaron una danza del noreste, con influencias de la Europa del Este. "Lo más interesante es el trabajo que realizan los bailarines con los pies, ya que tuercen los tobillos como si los quebraran", comenta Alejandro Tapia. Los bailarines lucieron una traje de camisa blanca semiabierta, "muy fresquito" , añade el director. Además también mostraron una "chiripa", una prenda colocada a modo de pañal.

Y hubo sitio también para la danza autóctona. "Vengo todos los años al festival", declara Maite Álvarez que junto con Carmen Castelao tiene a su hija actuando en un grupo de folclore asturiano. "Me gustan todas las danzas, pero por supuesto las de fuera. Los trajes también son preciosos", añade la gijonesa. Para José Antonio Fernández es su segunda vez como espectador de este certamen. "Bailo en un grupo de folclore en Nava. Lo que más me gusta es el conjunto de la muestra, lo distinto que son los bailes", comenta. La Plaza Mayor abarrotada de público fue muestra un año más de que este festival se mueve, no para.