En la línea didáctica que caracteriza al Festival de Música Antigua, el concierto del viernes se planteaba como una muestra de la evolución del clave durante los siglos XVII y XVIII, un periodo en el que este instrumento pasó de ser un acompañante necesario para el lucimiento de otros (flauta, violín, voz) a erigirse en auténtico protagonista, sirviendo incluso de terreno de prueba para muchas de las soluciones que harían evolucionar el lenguaje musical más allá de los postulados del barroco. La encargada de guiarnos por este recorrido fue Pilar Montoya, catedrática del Conservatorio de Castilla y León, que comenzó el recital explicando la naturaleza del instrumento y fue introduciendo cada pieza a lo largo del concierto.

El programa seguía un orden cronológico y buscaba mostrar la relevancia del instrumento en las diferentes escuelas europeas. Empezamos por España, con un tiento de Pablo Bruna, "el ciego de Daroca"; la obra de este músico aragonés es una muestra del lenguaje de mediados del siglo XVII, con constantes cadencias afectadas por retardos y contrastes entre secciones. Seguimos con una ciaconna de Bernardo Storacce, una de las innumerables piezas construidas sobre este popular bajo ostinato que contribuyó a distanciar cadencias y a propiciar las características progresiones del barroco; en esta pieza también se observa la ampliación del ámbito melódico y el fluir implacable que desembocó en una efectiva cadencia preparada.

No podía faltar una suite, pero Montoya rompió con lo convencional al elegir una obra de Louis Couperin, uno de los primeros representantes de la escuela francesa de clavecín y tío del famoso Francois. Esta colección de danzas permitió a Montoya recrearse con los aires contrastantes de cada número: la libertad del preludio, la contención de la allemande, la gracia de la sarabanda o el drama, casi tragedia, de la piamontesa, en la que Montoya demostró gran maestría para mantener el pulso y el discurso con un afecto lento y grave que parecía disolver el compás por momentos. Como contraste, una gavota majestuosa y llena de luz cerró la pieza y desató una sonora ovación. Bach también parecía obligado, y de nuevo sorprendió la elección de la "Toccata en Re menor" (no confundir con la archiconocida tocata y fuga), obra de un Bach veinteañero en la que ya se aprecia su genialidad a la hora de mantener la tensión en las progresiones, situar pausas efectivas y desencadenar cambios de tono y de aire a lo largo de la obra.

Fue uno de los momentos mágicos del concierto; caía la tarde y en el Antiguo Instituto la luz se tornaba mortecina entre el respetuoso silencio de los presentes y el cuidado con el que Montoya hacía avanzar las voces entrelazadas del compositor alemán. El recorrido finalizó con una sonata de Haydn; lenguaje clásico, contenido, elegante, que esconde sorpresas llenas de expresividad capaces de romper la fluidez y dar carácter a la pieza. Se echó en falta algo de stile galante y alguna de las fantasías de CPE Bach habría dado otra visión del instrumento, pero es difícil sintetizar casi dos siglos en una hora. La selección funcionó y el público supo agradecerlo con una ovación que Montoya correspondió con las folías de España.