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Mágicas Montañas | 6 |

Por fin, la Canal de Trea: el descenso desde Ario a la senda del Cares ofrece un paisaje impactante

El descenso desde Ario a la senda del Cares acumula sensaciones en las que la magnitud del paisaje encuentra el contrapunto de lugares impactantes como el Huerto del Rey, Cuarroble o la Fuente del Pegu

La canal, con el Macizo Central al fondo. Abajo estaría el foso del Cares.

Las canales se encuentran entre los accidentes geográficos más representativos de los Picos de Europa, no solo por su atractivo paisajístico, que es muy grande, sino también por la función que han desempeñado a lo largo de los tiempos, al ofrecer a los habitantes de la comarca posibles itinerarios para desplazarse, aunque ninguno fácil y algunos complicados hasta lo impracticable. La Garganta del Cares es un muestrario exhaustivo de estas formaciones rocosas que dibujan en sus laderas profundos trazos entre directos y oblicuos, que, si se los contempla de arriba a abajo, suelen ser poco pendientes en su arranque para convertirse en casi verticales cuando llegan al fondo del valle. De todas esas canales, tal vez la de Trea, que comunica la Vega de Ario con la senda del Cares, sea la más famosa, sin duda porque fue muy utilizada a lo largo de los tiempos. Podemos poner, a título de ejemplo, una anécdota histórica. Cuando el 3 de julio de 1904 Pedro Pidal envía a Gregorio Pérez el mensaje de que está en el Cornión y quiere verle, por donde sube «El Cainejo» para un encuentro que tendrá repercusiones históricas –dos días después escalarán el Naranjo de Bulnes– es por la Canal de Trea.

Desde la parte baja de la Canal de Trea, la senda del Cares y el canal que lleva agua hasta la central hidroeléctrica de Poncebos. Melchor Fernández DíazM. F. D.

Por pura casualidad, pues no pretendíamos conmemorar ninguna efeméride, cien años después, en agosto de 2004, tres amantes de la montaña uniríamos unas capacidades muy diversas para hacer ese itinerario, de arriba a abajo. Éramos Oscar Arias, José Manuel Fernández Rodríguez –para los amigos, Josechu– y yo. Oscar nunca había bajado Trea, a pesar de su amplísima experiencia montañera. En cambio, Josechu, policía de profesión y que había trabajado en los equipos de rescate del Principado, tenía un amplio historial de intervenciones en estos parajes para ayudar a montañeros que se encontraron en dificultades. Yo me sentía en muy buenas manos.

Entrando en la zona boscosa al final de la canal. M. F. D.

Noche en Ario.

La Canal de Trea, ya sea en sentido descendente o ascendente, puede hacerse en una sola jornada. En bajar la canal propiamente dicha se emplean menos de tres horas. Pero a ese tiempo hay que añadir el de aproximación y el de salida. Nosotros habíamos optado por ir a dormir al refugio de Ario, a donde llegamos con antelación suficiente para asistir a uno de los fantásticos crepúsculos que pueden contemplarse desde la vega. Pero de pronto se presentó el «nublau», como los pastores de la zona llaman a la niebla y fue como si apagaran la luz. El refugio cierra sus puertas a las 10 de la noche, pero hacia la una de la madrugada alguien las golpeó. Eran un hombre de mediana edad y una pareja joven. A los tres los había atrapado la niebla y, sin duda, habían «esmaníao». Los chicos parecían ser buenos montañeros, pues, como nos contarían más tarde, venían a escalar la Peña Blanca, una cumbre nada fácil. A la mañana siguiente, la chica le comentó al guarda del refugio que creía haber olvidado un gorro de lana la última vez que había estado allí, haría un año. «Le tenía mucho aprecio, pues me lo había regalado una persona que estimo», le comentó. El guarda no dijo nada. Desapareció un momento y volvió con un gorro en la mano «¿Será este?», preguntó. A la muchacha se le iluminó la cara. El guarda se llamaba Eduardo, tenía unos cincuenta años y era afable y muy hablador.

Josechu, en el Huerto del Rey. M. F. D.

Al collado de Las Cruces.

En contraste con el apagón de la noche, el día siguiente nos recibió con un amanecer radiante. Pero el Macizo Central de los Picos no enciende desde Ario el orto como el ocaso. El sol sale por detrás de las altas cumbres y las deja a contraluz, que se va mitigando con toques plateados a medida que avanza la mañana. A las 8.40 nos pusimos en marcha. Hasta 45 minutos después, pues la periferia de Ario, además de laberíntica, es muy dura de andar, no llegamos hasta el Collado de las Cruces, donde se inicia la bajada. Es un tópico entre los montañeros que embocar bien la Canal de Trea no es fácil. Y se comprende sobre el terreno. Tras una señal indicadora aparece una bajada que parece evidente, pero hay que desechar la tentación de seguirla, pues el provocador embudo es el arranque de la Canal del Valle Extremero, que se complica tanto en su parte media que acaba convirtiéndose en una trampa de la que no es posible salir ni hacia arriba ni hacia abajo. Josechu lo sabe bien, pues ha participado en varios rescates en ese lugar.

Por debajo de Cuarroble. M. F. D.

La verdadera entrada a la Canal de Trea aparece algo más allá, prácticamente pegada a la ladera del Jultayu, bajo cuya mole abre la enorme rampa, cuajada de vegetación, que baja hacia un Cares que desde aquí es imposible ver todavía. La que sí es bien visible es la ladera opuesta de la Garganta, de una belleza sublime que a esta hora no captamos en toda su intensidad, al verla a contraluz. Allí está otra canal legendaria, la de Dobresengos, que bajo la subyugante presencia de las torres de Cerredo y los Cabrones se precipita como una catarata petrificada.

El Huerto del Rey.

El sendero por el que se inicia la bajada desde el Collado de las Cruces (1.571 metros de altitud) arranca hacia la izquierda. Durante unos metros nos precede una vaca, que es capaz de juntar las cuatro patas en una superficie no mayor que un pañuelo para salvar un recodo. En los primeros metros el camino es muy pendiente, aunque casi siempre lo suficientemente protegido para no inspirar miedo. La canal es aquí una rampa muy ancha, pero el camino se pega al hastial izquierdo para enfilar un lugar por el que no parece haber paso posible, pues la gran roca que Josechu nos señala como orientación y la pared parecen estar pegadas. Cuando lleguemos a ellas veremos que están separadísimas.

Pronto alcanzamos a la primera gran referencia del descenso. Es el Huerto del Rey, un sorprendente jardín botánico creado por la propia Naturaleza sin reparar en medios escenográficos. Rodeado por altísimas paredes, salvo la que sirve de apoyo al camino, y con el fondo mucho más bajo que este, el Huerto es un gran hoyo alargado que alberga árboles de muy diferentes especies. Josechu nos identifica unos cuantos: tilos –la especie reina de la Canal– robles, alisos, serbales de cazadores, abedules…

Cuarroble, de Presente.

La pendiente del camino, muy fuerte todavía, no comienza a suavizarse hasta el final de la gran rampa a costa de realizar amplios zigs-zags para volver luego a pegarse a la izquierda y llegar así a otros de los hitos de Trea: Cuarroble. Es un gran abrigo, no muy profundo, con el suelo alfombrado por excrementos de cabra u oveja, tan secos que parece que hace mucho que la reciella no pasó por aquí. Un poco más abajo de esta oquedad se identifican las huellas de la cabaña donde Presente, una brava e indómita mujer, crió a sus hijos, cuatro o cinco, todos de padre diferente. Yo llegaría a verla, tiempo después, toda arisca energía, vigilando el ganado en la majada de Ostón.

La fuente del Pegu.

Cuarroble está a mil metros de altitud. Si pudo servir de ámbito de vida fue no solo por ofrecer abrigo sino por tener agua suficientemente cerca, aunque no al lado. La Fuente del Pegu está a 858 metros de altitud. Pegu, en la lengua de la zona, es el surco que acaba formando el agua corriente en una roca plana. Pero la fuente de Trea, siendo eso, es mucho más. Formada por dos rocas inclinadas, sobre la que otra plana hace como de dosel, tiene una estructura que evoca la de la Fuente de Foncalada, de Oviedo. Incluso el curso de agua que surge de su interior procede de un lugar oscuro e inescrutable, por profundo. A pesar de que nos encontramos en la época más seca del año, el caudal que mana la fuente es bastante abundante. Pero no forma arroyo o reguero porque se sumerge a los pocos metros en el suelo poroso de la canal.

Si hasta ahora la presencia dominante que teníamos enfrente era Torrecerredo y, más tarde, la canal de Dobresengos, ahora el giro de la propia Canal de Trea y la pérdida de altura nos sitúan frente a Cuesta Duja, un paraje de enorme singularidad en la ladera opuesta de la garganta. Como si a un gigantesco cilindro adosado a la montaña coronada por el techo de los Picos le hubieran proporcionado un tajo con un ángulo muy abierto, así es el plano casi redondo e inclinadísimo de la Cuesta Duja, tapizado de hierba verde salvo en el espacio cubierto por dos manchas de árboles, una dispuesta en vertical, hacia la izquierda, y otra en horizontal, en la parte baja. Cuesta imaginar por qué lugares de ese paraje pasaba el antiguo camino que unía Caín y Bulnes.

En vertical (o casi) hacia la senda.

Poco más abajo de la Fuente del Pegu nos cruzamos con tres chicos –dos hombres y una mujer– que subían. Fue nuestro único encuentro en toda la Canal de Trea. Algún tiempo después entramos en un bosque cuyos árboles ya no nos abandonarían. El sendero, cómodo al principio, comenzó a hacerse cada vez más pindio. En mi sensación, casi vertical. Con las piernas ya bastante cansadas por un descenso tan fuerte y prolongado, el último tramo de la canal se me hizo muy fatigoso y hube de arrastrar el trasero en más de una ocasión. Cuando llegamos a la senda del Cares, mis piernas temblaban tanto que no me sostenían y me caí de culo.

Por suerte, me recuperé en seguida. La Canal de Trea termina –o empieza– a pocos metros del puente de Bolín, a unos diez kilómetros de Poncebos, donde habíamos quedado con Pepito Plaza, que iría a esperarnos con su coche. La cita la habíamos fijado para las dos de la tarde. Aunque el recorrido que nos quedaba por recorrer de la Garganta Divina lo hicimos a buen paso, tardamos un poco más. El encuentro entre amigos selló una gran mañana.

El sonido del Cares

Fue curioso que, cuando estábamos en el último tramo de la bajada de la Canal de Trea, el primer sonido que nos llegara desde abajo no fuera la algarabía de los que caminaban por la senda sino el rumor de las aguas del Cares, que discurre a bastante mayor profundidad. Unos metros más abajo vimos por primera vez la senda. Y luego, también el canal. Este, como es sabido, fue lo primero que se construyó en la Garganta entre 1916 y 1920, por iniciativa de Electra del Viesgo, para captar agua del Cares cerca de Caín y llevarla hasta encima de la central de Poncebos, donde produciría energía eléctrica. Fue una gran obra que, entre otras cosas, exigió taladrar más de setenta túneles, uno de ellos, el de Los Collados, de casi un kilómetro de longitud. La senda, por su parte, construida entre 1945 y 1950, no nació con una pretensión turística, sino para “visitar” el canal; es decir, observar su estado, limpiarlo y reparar los desperfectos que se produjeran, o sea, mantenerlo. Hoy unas 200.000 personas pasan por ella cada año. Cuando se habla de obras como estas no se puede olvidar el ingenio, el esfuerzo y el sacrificio, incluida la muerte, de quienes las hicieron posibles. Tampoco la devoción de quienes trataron de engrandecer su fama. ¿Cómo no citar, por ejemplo, a Guillermo Mañana o Francisco Ballesteros? ¿Cómo alguien que escribe en un periódico puede olvidar los encendidos escritos de Mariano Zubizarreta Gavito? Va por ellos.

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