Último mes del año. Hoy empieza diciembre y ya nos trajo, desde hace días, el manto blanco de la nieve en algunas zonas altas. Cangas del Narcea es uno de esos concejos donde llega pronto, y de ello sabe bien Valentín Flórez, quien dirige desde hace años uno de los establecimientos más emblemáticos y singulares de este concejo del occidente asturiano: La Chabola del Vallao, cuya fundación data nada menos que de 1894 y que se encuentra en la carretera a Leitariegos. Sus bisabuelos, Valentín Flórez y María Sierra, arrieros, decidieron abrir una venta en esta zona que sirviera tanto para refrescar los caballos como para dar cobijo y alimento a los viajeros, venta a la que llamarían La Chabola del Vallao, por encontrarse en la localidad del mismo nombre.

Su bisabuelo falleció pronto, y la labor la continuó la bisabuela, madre de seis hijos, de los cuales Francisco y su nuera, Victoria Rodríguez, cogerían el testigo del establecimiento, ampliando tanto la parte comercial, «aquí se vendía de todo, era almacén de piensos, fábrica de leche, ropa, calzado, ferretería, en fin, de todo», como la parte concerniente al bar, recuerda Valentín. Carmen Pérez y Valentín Flórez fueron los que en 1975 continuaron con el negocio, y fue ella (su madre) quien hasta hace pocos años, pues ya se ha jubilado, ha estado al frente de la cocina, preparando platos tradicionales asturianos en una carta donde la oferta: pote de berzas o fabada; ternera asada o huevos fritos con jamón y/o chorizo y patatas fritas, y los postres, tarta de queso o natillas caseras, siguen concitando en su peculiar y asturiano comedor a los que gustan de disfrutar de la buena comida de siempre y además en un entorno paisajístico de gran belleza. Eso si, aún jubilada, no puede evitar asesorar en lo que sea necesario para que su cocina siga siendo la de siempre a la hora de servirla a los clientes, tal como confirma su hijo, Valentín Flórez.

La Chabola del Vallao, además, es en cuanto a decoración un sitio único: con un comedor con chimenea, paredes de piedra y manteles de hule de cuadros blancos y amarillos donde se conserva la estancia de la antigua cocina o «l.lariega»; allá, los útiles para trabajar la manteca; acá, un curioso fuelle que servía para inflar los pellejos del vino; cestos para llevar la merienda, alguna gran calabaza y platos de cerámica de la tierra se distribuyen por sus cuatro esquinas en una estancia singular, con mucho encanto y que conserva su autenticidad de una forma casi reverencial.

Llegado el frío y la nieve, nada hay más gratificante que sentir el fuego de la chimenea (hay dos, la zona del chigre tiene otra), comer un buen pote, una ternera asada con sus patatinos y unas impresionantes natillas caseras para, finalmente, disfrutar con los amigos y la familia de una de las peculiaridades de este local: sus chupitos, algunos sorprendentes. Como la capacidad del local es de unas 30 personas, en fin de semana es conveniente llamar para reservar. Cierran los lunes siempre que no coincida con un puente ni sea día festivo. No hay mejor chabola en todo Cangas.