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... Y llegó el día de la venganza

Carey Mulligan.

Fiebre del sábado noche. Copazos. Roces. Luces tóxicas y corbatas al viento. Una manada de hombretones de negocios en ocio desbocado y medio beodos se fija en una mujer. Solitaria. Parece ebria. ¿Un blanco fácil para trajes de rapiña? Eso cree uno de ellos: aparentemente amable. La lleva a su apartamento e intenta aprovecharse de la mujer indefensa por el alcohol. ¿Indefensa? Y un cuerno. Todo es mentira. Es una cazadora de cazadores, una mujer que busca venganza y va tachando en su cuaderno a cuanto culpable de abuso encuentra. Pronto sabremos por qué ese odio, los orígenes de la némesis despiadada y concienzuda que esconde su furia en apariencias frívolas y vulnerables. “Una joven prometedora” juega con varias cartas marcadas oscilando entre los ajustes de cuentas tarantinianos (el disfraz de enfermera en una escena cumbre lo deja bien claro) con quiebros sarcásticos y las pulsaciones tensas de un melodrama de culpas espiadas y crímenes que aguardan castigo.

Envuelta en colores pastel y canciones traviesas, la película de Fennell no aspira tanto a ser una rabiosa denuncia de los abusos de ciertos seres inhumanos como un mosaico de flaquezas, brutalidades e ignominias que convierten a gente normal en bestias sin escrúpulos a las que una mujer muy herida pone en busca y captura. A veces, la compasión se desliza entre los pliegues del odio, como en la magnífica escena en la que Carey Mulligan “perdona” a una víctima. Al final, el guión da alguna vuelta de tuerca efectista y el engranaje chirría ligeramente, pero el balance de la empresa es netamente positivo.

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