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La muerte no tenía un precio

Bob Odenkirk, listo para matar.

Hardcore Henry. ¿La has visto? Era como caer dentro de un videojuego y a ver cómo lo soportas. Una película sin consola. Sin mandos pero con estética frenética y acción salvaje. O sea, muy violenta. Mareante y completamente hueca. Era raro que Hollywood no fichase a su director ipso facto. Pero el ruso Ilya Naishuller se dedicó a hacer vídeos musicales hasta que recibió la llamada del dólar para aplicar su bien engrasada maquinaria y hacer de la brutalidad un espectáculo. Sí, como John Wick, pero con más carga de humor. Negro, claro. Y sin tanta matanza masiva. En Nadie hay muertos a punta pala, pero se pueden enumerar sin perder la cuenta. La elección de su protagonista ya es un síntoma de que no se busca tanto un aniquilador como un tipo que tiene sus remordimientos y sus zonas erróneas. El arranque engarza su lado rabioso con su parte tierna. Qué lindo gatito. Luego le vemos renunciando a la violencia para salvar a su familia pero su pacifismo dura poco: cuando hay que vérselas con los asesinos de los bajos fondos sale a relucir el asesino que lleva dentro, y puede acabar con un montón de villanos en un autobús con sus propias manos (y una barra de acero) o cargarse a batallones de enemigos que, al estilo del impasible Wick, se abalanzan sobre él con pésima puntería y unas grandes ganas de que les peguen un tiro porque ni se cubren ni tienen mucha destreza en los tiroteos por muy sicarios que sean. El director vuelve a manejar sus armas con barniz de videojuego delirante y los personajes dejan de mostrar perfiles humanos para convertirse en meros matarifes en un conjunto que tira a tontorrón. Michael Ironside y Cristopher Lloyd aportan su granito de arena nostálgica.

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