Hay partidos de fútbol que son mucho más que importantes que un partido de fútbol. Por ejemplo, pueden convertirse en una forma de encarar la vida tomando decisiones que marcarán un fuera de juego o una jugada de valor trascendental. Aceptar el reto de luchar contra enemigos más fuertes (matones de mirada erizada), elegir entre aceptar ser pisoteado o dar un paso al frente, vivir para un sueño o dejarse arrastrar al barranco. El niño de “El universo de Óliver” no lo tiene claro al principio, pero encontrará en su tránsito hacia un cierto atisbo de premadurez guías que le mostrarán parte del camino. Un amigo que desafía a los matones aunque le partan la cara, un abuelo que vive en las estrellas empeñado en construir una nave especial, una chica que encierra magia en sus colgantes, una madre coraje, un padre sometido a mil y una tormentas pero que nunca olvida que lo importante son sus hijos...
A partir de elementos de base que invocan en cierto modo a gentes como Capra, Spielberg o Mercero (siempre tan favorables a la resistencia a ultranza frente al desánimo con las armas de los sueños y con presencias sabias a las que recurrir), Alexis Morante se sirve de sus sólidos fundamentos como cineasta curtido en el documental para convertir su historia en un notable ejercicio de veracidad: todos y cada uno de los personajes –desde los niños hasta los adultos– ofrecen unas interpretaciones de asombrosa naturalidad, e incluso las zonas más movedizas (allí donde se convoca la magia como recurso evocador, o la recreación espectacular de un partido de fútbol de barrio como si se tratara de una final de la Champions) encajan sin fricciones en un conjunto que tiene mucho en común con la “Alcarràs” de Carla Simón: un reparto creíble, un realismo nada forzado a la hora de mostrar las penas y quebrantos de los parias de la tierra, una emotividad sutil que se cuela entre los pliegues de una narración ágil y visualmente imaginativa.
