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Terapia para sanar enfermedades crónicas

Inmigrantes, mayores, reclusos y mujeres romanís participan en el proyecto “Effichronic” con un objetivo común: tomar el control de su salud

Una de las monitoras del programa, con varios reclusos de la cárcel.

Gestionar las emociones, canalizar el estrés, generar buenos hábitos, creerse capaz… Hay aspectos de la salud de los enfermos crónicos que tienen una base psicológica, que requieren de un trabajo previo interior que con esfuerzo y dedicación redundará en unos resultados óptimos. Y con ese fin nació el proyecto “Effichronic” –que concluyó a finales del pasado año–, una iniciativa que cambia el enfoque sanitario hacia el autocuidado, que cree en el potencial de las personas, a quienes apoya y enseña, para mejorar su propia salud con cambios que comienzan en la mente.

Una mujer haciendo ejercicio en una máquina de caminar.

La coordinadora de la Escuela de Pacientes y del programa “Paciente activo” de la Dirección General de Salud Pública de Asturias e investigadora principal del proyecto “Effichronic”, Marta Pisano, cuenta que “las personas pueden tomar el control de su salud con información y herramientas sencillas”, e incluso después pueden difundir esas “buenas prácticas” en sus respectivas comunidades. Solo hay que hacer una intervención educativa previa. Lo defiende así porque lo ha comprobado con el programa “Paciente activo”, que ha aplicado en cuatro colectivos seleccionados por sus condiciones culturales y socioeconómicas: reclusos, inmigrantes, mayores que viven solos y la comunidad gitana.

Como ejemplo, una de las pacientes activas: Verónica Jiménez Salazar. Ella no tenía ninguna enfermedad diagnosticada. A menudo sufría lumbalgias, “pero no es tanto la salud física lo que nos duele como la emocional”, que a menudo acaba redundando en enfermedades que se convierten en crónicas. “Yo tenía muchos conflictos internos a la hora de tomar decisiones. Quizá demasiadas responsabilidades familiares que a veces me llevaban a actuar de una forma que no siempre contentaba a todos. No sabía cómo enfrentarme a determinadas batallas y el programa me enseñó a hacerlo, a analizar, a discernir”, agradece.

El peso emocional fue aminorando y la salud mental lo agradeció; también la física. Pero había más. A ella le dieron un diario en el que debía apuntar sus hábitos alimenticios y solo cuando los vio escritos, día a día, se dio cuenta de que aquello no era correcto. “En mi casa cometíamos muchos errores, creo que casi todos los gitanos lo hacemos, es algo cultural, nuestra alimentación consta mínimo de un primer plato, un segundo plato y un postre. Sin darnos cuenta, comíamos demasiada carne y otros alimentos que no son todo lo sanos que debieran. Creo que la comunidad gitana camina con el peso del hambre que ha pasado y ahora que hay comida no quiere privarse. De ahí vienen tantas diabetes y tantos colesteroles”, indica.

Su vida ha cambiado desde que se sometió al programa, e intenta que la de los suyos también lo haga. “Como madre y abuela, voy a inculcar todo lo que he aprendido. Debemos contar y propagar todo aquello que nos aporta cosas positivas, y a mí esto me ha hecho mucho bien, por eso mediaré para que llegue a mi comunidad en la medida que sea posible”.

Una mujer de etnia gitana, con alimentos.

El programa, celebra Jiménez, “no solo generó unos buenos hábitos alimenticios, también creó un clima muy familiar, muy cercano”. Ella conocía a parte de su comunidad, “pero otras no teníamos relación, y ahora ya la hay, conoces a gente que tiene los mismos problemas que tú, te sientes arropada, piensas que no estás sola y los talleres nos ayudaron a exponer nuestras situaciones, a solucionar los problemas y no centrarnos en que los tenemos. Si alguien no dormía, otros le daban su punto de vista, sus consejos”, y así, poco a poco, “con mucha voluntad, hemos mejorado todos”.

Y el resto de poblaciones vulnerables también. En el ámbito de los reclusos, donde prefieren mantener el anonimato, “hemos aprendido sobre el equilibrio en todos los aspectos de la vida y esto nos ha ayudado a mejorar en nuestras maneras de actuar y relacionarnos entre nosotros”, explica una de las participantes de la cárcel. Los retos, los que a ella se le plantearon y al resto de reclusos también, les han ayudado a cuidar más su salud y sus propósitos personales: “Son acciones muy importantes, nos dan confianza en nosotros mismos porque nos han ayudado a superarnos a todos. Lo que no podemos cumplir por estar aquí nos queda para el día que salgamos”, explica la interna.

Para convivir mejor con las enfermedades crónicas, las personas mayores aprendieron técnicas de relajación y sobre el pensamiento positivo

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“Dejar de fumar, hacer más ejercicio, elegir buenos alimentos gracias a la comprensión de la información nutricional y el desarrollo de las habilidades comunicativas son algunas de las experiencias destacadas por los internos, que ven además cómo esas habilidades se pueden extrapolar a otros ámbitos de la vida”, abunda Marta Pisano.

El agradecimiento de las personas mayores va en la misma sintonía porque “ha servido a esta población para reforzar y poner en valor sus redes comunitarias, especialmente en zonas rurales, animándoles a profundizar en las relaciones vecinales haciéndoles protagonistas de su desarrollo. Para convivir mejor con las enfermedades crónicas, las personas mayores aprendieron técnicas de relajación y sobre el pensamiento positivo, además de información sobre la toma de fármacos y cómo evitar caídas”, apunta Pisano.

El aprendizaje obtenido redunda en su bienestar. “Aprendí a estar más activa, a hacer ejercicio físico y a procurar estar contenta para tener una vida mejor. A mí me gustaba leer y he vuelto a hacerlo”, sostiene Matutina Díaz. Y no solo se recuperaron buenos hábitos, también “aprendí a controlar los nervios con ejercicios de respiración”, reconoce Purificación Carril. Era algo sencillo, pero había que proporcionarles las herramientas.

El proceso de adaptación a la vida y la cultura de otro país puede tener un fuerte impacto en la salud de los inmigrantes

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Con los inmigrantes sucedió lo mismo. “El proceso de adaptación a la vida y la cultura de otro país puede tener un fuerte impacto en su salud. Gracias a la formación, los inmigrantes han alcanzado de forma progresiva un mayor bienestar que ha superado sus expectativas iniciales. El entorno de amistad durante el proceso de trabajo en grupo ha mejorado sus relaciones sociales y les facilita una red de contactos que les hace sentirse integrados”, subraya Pisano.

En general, los resultados “han sido muy positivos”, celebra. Pero todo tiene una base psicológica y un arduo trabajo mental. “Para realizar acciones tienes que creerte capaz. Estos programas se basan en eso. Las experiencias previas positivas son importantes y también la expectativa de resultados; uno no puede estar cursando Primaria y querer hacer un examen de instituto porque no tiene los conocimientos, tenemos que proponernos objetivos realistas y eso es lo que hemos hecho. Hacerles ver que son capaces”.

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