“Eres más fuerte que Hulk”.
Lo dice Guille. Lo dice y lo ha escrito junto a un dibujo suyo del forzudo de Marvel. Tiene cuatro años y proclama, sin albergar duda alguna, que su padre es un forzudo. A pocos metros de esta lámina colgada en la pared de su habitación, el forzudo, Pelayo García Sánchez, libra una dura batalla contra la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Una batalla sin tregua: cada día, cada hora, cada minuto le recuerdan sus limitaciones. Permanece tumbado. No puede moverse. Respira mediante un tubo conectado a una máquina. Come por otro conducto que va directamente al estómago. Con esfuerzo logra activar los músculos de la cara para sonreír. Solo puede comunicarse “tecleando” letras con el iris de sus ojos en una pequeña pantalla de ordenador. Y, ante este panorama, Pelayo García Sánchez “declara” a LA NUEVA ESPAÑA a través de su teclado: “Tengo mucha suerte porque tengo una mujer y un hijo que me quieren incondicionalmente y me ayudan 24 horas. Y tengo unos amigos que están ahí cada día para lo que sea”.