En la calle La Industria, paradoja peatonal de nombre engañoso que va de la plaza de España a la plaza Adaro y del Ayuntamiento de Langreo al Conservatorio, una de las aceras es una serie sucesiva de bajos comerciales cerrados. Uno junto al otro, sin pausa, la suma da seis. De «Le Petite Boutique» queda sólo el rótulo y la tienda desocupada es ahora vecina de una ferretería vacía que tiene a su lado un local sin uso de la Cámara de Comercio y éste un gran supermercado trasladado a la antigua plaza de abastos... Los anuncios de alquiler y venta en los escaparates destartalados rebaten la próspera denominación de la antigua arteria comercial en el centro de Sama. Al otro lado de la misma calle, frente al edificio consistorial, haciendo esquina con la plaza, se ha quedado también Casa Cuca, un inmueble modernista con renovadas galerías de madera, esbelta torre con cúpula art-déco y soportales con columnas, casi recién restaurado pero todavía silencioso, anunciando desde la placa de la puerta de entrada un «centro empresarial» con baja ocupación y debajo una fecha del pasado inmediato: 2009.

El núcleo mercantil de la histórica capital langreana, villa con título y carta puebla además de distrito urbano de la gran ciudad de Langreo, tiene bien a la vista las heridas de lo que algún salmerón inquieto definirá pronto como su parte correspondiente de la onda expansiva de la reindustrialización frustrada en todo este viejo valle minero, la huida de la población tras la extenuación de los yacimientos de empleo y sus efectos sobre una villa de servicios que estuvo acostumbrada a surtir a un entorno en vigoroso movimiento. Ya no. Se han escapado algunos trenes hacia la reconversión y la regeneración humana y urbana, dicen que también falló aquí la exploración de alternativas y Sama siente el despoblamiento de su entorno en las carnes de este tejido urbano que fue, al decir de Asunción Naves, presidenta del colectivo cultural «Les Filanderes», «un referente comercial, el sitio adonde bajaba a comprar todo el valle del Nalón».

Físicamente, la pérdida de aquel pasado encuentra más de un referente en el trazado urbano de la población, también el edificio esbelto en cuña que hace la esquina de La Industria con Venancio Prada, lejanamente inspirado en el Flatiron de Nueva York y en otro tiempo ocupado en varias de sus plantas por los Almacenes Castaño. Hoy aquí hay una sucursal bancaria en el bajo y no sólo ella los echa de menos. La villa los ha perdido, como «El Mapa» y los Almacenes Cuesta, igual que el teatro Vital Aza, que los cuatro cines y todo el resto de lo que aquí configuraba la genética de una villa de servicios. Queda asimismo el poso de una población que también recuerda haber sido «de mineros puros», afirma Luis Fernando Fernández, autoproclamada «capital minera» y con su geografía delimitada por los castilletes de acceso a cuatro explotaciones hulleras.

Antes de entrar a Sama, por el Sur en Ciaño y al Norte en el barrio de El Fondón, dos indicadores con letras negras y blancas sobre fondo azul informan dos veces, en castellano y asturiano, de lo que hay detrás. «Ciudad de Langreo». Son siete kilómetros cuadrados fuertemente urbanizados, administrativamente fusionados y organizados desde 1983 en seis distritos que de Sur a Norte van de Riaño a Ciaño, con Sama físicamente pegada a La Felguera y a Ciaño y Lada y Barros completando un puzle urbano único en el mapa de Asturias. Juntos hacen la cuarta ciudad más poblada del Principado, que viene de rebajar los 40.000 habitantes por primera vez en este siglo -abrió 2011 con 39.901-, pero que cada vez acapara una porción más voluminosa de la población de un municipio cuyo declive demográfico aún le permite ser el quinto en la lista de los más habitados de la región. Langreo, 44.737 residentes con absoluta prioridad de los urbanos, se ha dejado más de 10.000 desde los años ochenta, 30.000 en la comparación con el techo de 1965 y cerca de 4.000 sólo en el breve trayecto que ha cubierto el siglo XXI. En ese contexto, la villa que fue capital ha perdido porcentualmente más habitantes que la ciudad e incluso que el concejo. Sama inauguró el milenio con más de 12.000 moradores de los que conserva 10.333, casi exactamente la mitad que La Felguera.

La vieja rivalidad, fusionada en una sola ciudad y hasta un solo equipo de fútbol, aflorará pronto entre los que aquí no dejan de ser conscientes del declive de la villa por observar que las cifras están a su entender desfiguradas por los límites difusos, porque el final de Sama se confunde con el inicio de La Felguera, y viceversa. Luis Fernando Fernández Iglesias, que forma parte de la tertulia salmerona «Xalides» -«xunto a la iglesia de Sama», acrónimo de uno de los versos de la canción popular-, es quien afirma que la villa «no tiene hoy los mismos metros cuadrados que tenía en los años cincuenta», que se resiente del desplazamiento de la frontera histórica, situada según su tesis en un puente medieval «con cinco ojos, que decían que era en su día el más largo de Asturias» y que hasta que se lo llevó una gran riada en el siglo XVII salvaba el Nalón por un punto situado ya dentro de lo que ahora es administrativamente La Felguera.

Sea como haya sido, esté donde esté la linde, que hoy no se ve porque Langreo ha pasado a ser una sola unidad administrativa sin costuras a la vista, Sama no necesita coger el censo para medir la mengua. No le favoreció ni el oscurecimiento de la expectativa laboral en el valle ni eso que técnicamente se puede llamar «cambio estructural». Aladino Fernández, geógrafo, estudioso de la organización territorial peculiarísima de Langreo y el ex alcalde bajo cuyo mandato se oficializó la fusión urbana, se refiere al nuevo modelo territorial dominado por la «difusión urbana», por las grandes superficies, las autopistas, la movilidad y los cambios socioeconómicos. En ese contexto, afirma Fernández, «la pérdida de comercio y de actividades terciarias afecta a todas las villas y ciudades, por lo menos en el área central de Asturias. Se puede ir a comprar a las grandes superficies de El Entrego, de Siero... Si ese problema lo sufre Oviedo, ¿cómo no va a padecerlo Sama?».

Es la fuerza de la nueva realidad, a la que urge adaptarse, ésta en la que aquel centro ya no es el centro, la vieja capital ha pasado a ser una parte de la capital y el papel de la Sama de la revolución industrial, «cuando centralizaba la actividad terciaria en todo el Valle, ha pasado a la historia». Sama, confirma el geógrafo langreano, «fue el espacio dominante dentro de Langreo y del valle del Nalón, el centro no sólo de los servicios, también de la residencia de las clases medias», el único distrito urbano de esta ciudad en cuyo trazado falta la barriada minera. Aquí la acumulación de vivienda obrera se desplazó fuera, hacia La Joécara. Lo que hay dentro se parece más al edificio Felgueroso, a «los siete pisos», al gran inmueble de colores vivos que envuelve la estructura cilíndrica con cristalera central del cine Felgueroso ocupando el centro de la villa con su porte de «hito señero del racionalismo arquitectónico en Asturias».

Eso es Sama, eso fue Sama, una villa residencial y de servicios, del comercio y la calidad urbana, con el futuro pendiente de ambos y condicionada hoy, eso sí, por el desplazamiento del crecimiento de Langreo hacia donde había más terreno ancho y libre, o más espacio más accesible en condiciones de ser redimido de las viejas estructuras industriales. En el reparto de los crecimientos hizo fortuna la dirección de la expansión hacia lo que hoy es Langreo Centro, ese sitio más abierto del Valle, en la margen opuesta del Nalón, donde parece que Sama ha pasado ya a ser La Felguera. La orografía pone sus propios límites y «aquí hay poco espacio donde organizar una promoción fuerte de viviendas», asiente Aladino Fernández. Cierto que Modesta tiene 135.000 metros cuadrados de terreno liberado en lo que fue el pozo minero al suroeste de la villa, hoy separado de ella por las vías de Renfe, pero allí se ha preferido planificar una zona industrial limpia desarrollada por Hunosa y esperada aquí como un incentivo para reactivar la raíz industrial y terciaria que siempre ha dado cuerda a la fisonomía urbana de Sama. Los Llerones, zona educativa y de ocio al otro lado del río, tiene su potencial al decir del geógrafo, aunque en su día se haya ocupado «muy mal», e incluso puede reactivar su oportunidad si el soterramiento de las vías de Feve elimina por aquí la incómoda barrera ferroviaria, pero las zonas de expansión y los modelos de crecimiento del conjunto urbano son competencias del Ayuntamiento, zanja Fernández.

«Puede que estemos perdiendo la oportunidad de fijar población, pero ¿dónde la ubicamos?», se pregunta ahora Luis Fernando Fernández. «En La Felguera hubo un proyecto de expansión» que tal vez la orografía del valle dificultaba más en Sama, pero la antigua capital langreana también tiene, dicen otros, «barrios enteros que casi se podrían edificar de nuevo». Vicente Gutiérrez Solís, presidente del colectivo vecinal samense «Torre de los Reyes» y de la Federación Langreana de Asociaciones de Vecinos, habla expresamente, entre otros, del barrio viejo de La Casa Nueva. Desde esta zona, en efecto, con su edificación de bloques bajos al otro lado de la barrera de Renfe, casi vecinos de Modesta, hay sólo unos cuantos pasos hasta los «siete pisos» y la residencia clásica de la clase media. Casi nada más cruzar el paso a nivel irrumpe la calle Dorado, el eje mercantil de siempre, el centro comercial que conserva el espíritu y las hechuras de cuando esto era, de verdad y sin necesidad de planificarlo, lo que ahora anuncian las banderolas color magenta que cuelgan de las farolas en todo el casco urbano de la villa: un «centro comercial abierto».

He ahí una oportunidad, un modo de explotación de los yacimientos de siempre adaptando los métodos de extracción a los nuevos modos del siglo XXI en esta villa que recibió carta puebla y derecho a organizar mercado ya en el XIV. Jesús García, presidente de la Asociación de Comerciantes de Sama, Acosa, identifica una carencia básica en la reclamación de que «las áreas de comercio de los ayuntamientos se dediquen de verdad a captar inversiones y franquicias» y señala hacia la calle Dorado y dentro de ella un área de la villa perdida para el sector, no definitivamente: los bajos porticados en los soportales de los «siete pisos», alrededor del cilindro del cine. Aquí va a hacer falta enseñar para que se sepa, apunta Luis Fernando Fernández, va a hacerse imprescindible «un proyecto de fijación, una campaña permanente de captación de la juventud, pero desde la infancia, para hacer que cojan cariño a la tierra donde nacieron, para que sepan de dónde vienen y quiénes nos llevaron al pozo donde estamos metidos».

El pasado minero de Sama ha liberado en el extremo suroeste de la villa 135.000 metros cuadrados de terreno pendiente de transformarse en un área industrial desarrollada por Hunosa. La compañía estatal ha concluido ya el derribo de las viejas estructuras del pozo Modesta, separadas de la villa por el trazado de Renfe, con el propósito de instalar aquí un polígono donde la proximidad urbana no permite, afirma Aladino Fernández, «la producción industrial dura». Modesta se presenta, así pues, como una oportunidad para que Sama profundice en su vinculación terciaria, de servicios y equipamientos, con una infraestructura industrial de amplio espectro, «para Langreo y para todo el Valle».

El otro lado del río, la orilla opuesta a la que ocupa la villa, Los Llerones son una zona de expansión urbana con equipamiento deportivo y centros educativos, que tuvo su potencial aprovechamiento residencial y podría tener un futuro por ahí. Al decir de Aladino Fernández, «si hay fondos para terminar el soterramiento de las vías de Feve, la zona va a ganar muchísimo y ahí cabría hacer una reforma, como del otro lado del río se hizo con Modesta y el lavadero».

En esta villa que siempre ha vivido de su vinculación con los servicios, el Palacio de justicia sigue siendo un aparcamiento improvisado en un solar en la confluencia de las calles Alonso Nart y La Nalona. La parálisis de los fondos mineros condiciona el comienzo de una obra de la que sólo está puesto el cartel que informa de la adquisición del suelo. Tiene un presupuesto de siete millones de euros y debería acabar en 2013, pero no ha empezado. Ahora está amenazado por la acechanza de la crisis, confirma Luis Fernando Fernández, «pero pudo haber arrancado mucho antes».

Básico en la economía tradicional de esta villa, el sector mercantil va a pedir un repaso para ayudar a Sama a adaptar su futuro a las nuevas exigencias del siglo XXI. En la voz colectiva del vecindario se escucha la demanda de una mayor atención de la Administración en la captación de inversiones y de un mejor aprovechamiento del eje comercial de la calle Dorado o de los soportales del edificio Felgueroso.

La parte del soterramiento de las vías de Feve que afecta a Sama avanza contra la amenaza de paralización de la financiación comprometida dentro de las partidas de fondos mineros. En Los Llerones se trabaja en la nueva estación de la villa, dentro de una actuación prioritaria para ganar espacio urbano.