La disipada vida personal de Isabel II altera tanto la percepción de la primera reina constitucional de España que oscurece un período crucial de nuestra historia. Así lo percibe Isabel Burdiel (Badajoz 1958), catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, que se sirve de la vida de la monarca para desentrañar las claves del acontecer de ese tiempo. Esa es la base de «Isabel II, una biografía (1830-1904)» (Taurus), síntesis de diez años de una investigación por la que su autora recibió el Premio Nacional de Historia de 2011. Burdiel se reclama deudora de la historiografía anglosajona, en la que el rigor es compatible con la buena escritura que tanto agradece el lector. El público que llenó la sala del Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA para asistir a la conferencia de Burdiel, organizada por Tribuna Ciudadana, da fe del interés por la reina y por su libro.

-¿De dónde viene su interés por el siglo XIX?

-En el siglo XIX, y en el período isabelino en concreto, se produce el tránsito entre el absolutismo y el liberalismo. En el marco de las guerras carlistas se consigue imponer una Constitución, lo que no significa que fuera un régimen democrático pero es un cambio total. Se arrumba la monarquía absoluta mediante un proceso revolucionario. Los liberales optan por apoyar a la reina Isabel frente a don Carlos, lo que condiciona el comportamiento de la corona. A partir de ahí se produce lo que ocurre en toda Europa, una pugna entre el parlamento y el rey, una tensión estructural que desemboca en el tránsito hacia la democracia o en otros casos, hacia el nacionalsocialismo o la revolución comunista. Me interesaban los orígenes de la España contemporánea. Se ha hablado mucho de la fragilidad del liberalismo español. Si se compara con Francia e Inglaterra sí es más frágil pero este no es un país atrasado y está dentro de una dinámica claramente europea y el liberalismo español, teniendo en cuenta los obstáculos brutales a los que hubo de hacer frente, demostró que tenía muchas más fortaleza de la que se le atribuyó en su momento.

-Tras diez años de trabajo en torno a Isabel II, ¿la investigadora no acaba siendo rehén del personaje?

-Termina obsesionándote el conocer al personaje y quizá acabas viendo más capas de las que realmente tenía. Me llevó a ella el interés por el papel de la monarquía en el siglo XIX, su alcance y sus límites desde el punto de vista de la consolidación del liberalismo en España. La institución monárquica fue un obstáculo para el liberalismo durante todo el XIX. Me parecía que cierta historiografía, quizá por ser antimonárquica, no se dedicaba a estudiar la monarquía y dejaba en manos de los monárquicos militantes la indagación sobre un tema que me parece crucial. Decidí analizar el punto de vista de la corona y para ello era muy importante conocer el comportamiento de la reina, lo que podríamos llamar la fabricación del personaje, la cultura de la corte, su relación con los partidos políticos. Y todo eso es el libro, más que una historia personal e íntima de la reina, que sólo me ha interesado en la medida en que tenía repercusiones políticas.

-¿Isabel II es una reina desfigurada por el peso de esa vida personal?

-La leyenda popular respecto a Isabel II se centra en su vida sexual, en el hecho de que tenía muchos amantes y se le supone una especie de ninfomanía. Eso ha devorado toda la problemática política que rodeaba a la reina, lo cual ha sido muy conveniente porque si la monarca tenía un personalidad descentrada y sexualmente pervertida eso permitía oscurecer y liberar de responsabilidades a todos los que la rodearon, empezando por su madre. Me pareció que había que explorar esa leyenda que ha difundido mucho Ricardo de la Cierva en una cosa que ni se puede llamar libro. Eso ha contribuido a consolidar una imagen popular de la reina. Incluso Franco, en una conversación con Martín Artajo cuando se estaba pensado en lavarle la cara al franquismo con la solución monárquica decía que no podía ser rey alguien que no se sabía de dónde había venido, teniendo en cuenta las liviandades de la reina Isabel. Esa leyenda se ha perpetuado y a mí me parece muy injusta y muy sexista porque amantes han tenido todos los reyes posteriores.

-Será porque lo que se les consiente a los reyes no se les perdona a las reinas.

-Así es desde el punto de vista de la moral dominante. La reina tenía amantes como el resto de los hombres y mujeres de la corte en aquel momento. La moral aristocrática española del XVIII y principios del XIX era muy relajada, chocaba con la moral más comedida de la burguesía y de las clases medias. Hay una pugna que no sólo es política sino también cultural y de estilos de vida.

-Usted apunta en su libro que «el temor a la potencia deslegitimadora de Isabel II llega hasta la actualidad» y que «tan activa política como sexualmente no constituye un recuerdo grato para la monarquía». La sombra de Isabel II parece pesar mucho todavía hoy

-Lo hace sobre todo en el sentido de que contradice la imagen de neutralidad política y comportamiento privado «adecuado», capaz de no contaminar a la institución con deseos e intereses privados. Desgraciadamente, la imagen popular sobre los amantes de Isabel II y su supuestamente escandalosa vida privada ha devorado el análisis histórico riguroso del período. Se ha trivializado muchísimo. Recuerdo que con aquellas caricaturas obscenas de «El Jueves» sobre los Príncipes de Asturias se volvió a hablar de los amantes de Isabel II. He intentado trascender ese tipo de «historia escándalo» o «historia amarilla», que no es útil para comprender nuestro pasado, que lo distorsiona.

-Además de personaje incómodo para sus descendientes, ¿aquel período ha marcado de alguna otra manera a los Borbones?

-Durante el resto del siglo XIX, y primeras décadas del XX, la monarquía borbónica -especialmente con Alfonso XIII- fue una monarquía que no representaba a la nación en su conjunto porque adoptó posturas partidistas, contrarias o renuentes al avance de la democracia. Fue una parte importante del proceso que llevó a la guerra civil y luego al franquismo. Afortunadamente, y lo digo con gran respecto, el rey Juan Carlos I rompió esa tendencia secular y pudo por fin convertir a la monarquía en una aliada de la democracia. Creo que fue un elemento fundamental para entender el logro de una transición pacífica de la dictadura a la democracia. Demostró, como ocurre en los Países Nórdicos o en Gran Bretaña, que democracia y monarquía no son incompatibles y que pueden reforzarse mutuamente. Los Borbones han aprendido que no pueden ser monarcas de un solo partido.

-Uno de los fracasos de la monarquía en el período isabelino fue justamente el no haber sabido convertirse en un referente moral de la sociedad.

-Todas las monarquías constitucionales del siglo XIX fueron tanto instituciones políticas como culturales. La reina Victoria representaba a la perfección en Gran Bretaña la moral burguesa, el comportamiento femenino. Era ejemplar y servía de referente. Hay que tener en cuenta que las monarquías estaban perdiendo poder político y, para compensar eso, debían ganarlo desde el punto de vista simbólico, como representantes de la nación, algo que se consigue convirtiéndose en referente de sus costumbres y en su moral dominante.

-Trasladado a nuestros días podemos decir que esa condición de referente simbólico de la monarquía española está en una posición bastante comprometida.

-El problema es que el monarca tiene que ser al mismo tiempo excepcional, por su posición de privilegio, y normal, para representar la normalidad de los ciudadanos. Ese es un equilibrio muy difícil, en el que se están debatiendo todas las monarquías actuales. Si analizásemos no tanto los discursos políticos como materiales culturales -como las revistas del corazón, que son fundamentales para entender cómo se forma el sentido común de la ciudadanía- la Familia Real siguen siendo un espejo en el que mirarse desde muchos puntos de vista. Los matrimonios plebeyos de buena parte de la realeza actual tienen un fuerte componente simbólico de acercamiento a la ciudadanía. Y tienen un peligro: la transparencia, el tocar la monarquía constantemente la va haciendo perder esa especie de magia y de respeto reverencial. En este momento, y ese es un problema que se origina en el XIX, la monarquía tiene que ganarse el respeto cotidianamente, tanto desde el punto de vista político como moral. La situación actual respecto al yerno de Rey es tan crítica para la monarquía como pudo serlo la decisión que tomó respecto al golpe de estado del 23-F.

-¿Estamos en un momento crucial?

-Para la monarquía sí, para que demuestre que está por encima de los intereses no sólo partidistas sino también de los intereses materiales y de la corrupción que ha invadido este país y que muchas veces viene de arriba abajo.

-Ocurre esto además cuando la crudeza de la crisis ha derivado en una hipersensibilidad ante la corrupción.

-La gente está sufriendo las consecuencias no sólo de una mala gestión económica -y eso en Valencia lo sabemos muy - sino también las de que la corrupción se considerase el comportamiento normal de relación entre los poderes públicos y los negocios. Hay una sensibilidad especial porque estamos pagando las consecuencias de una situación que no hemos provocado. Por ello el comportamiento ejemplar de la monarquía es fundamental si quiere seguir representando a la totalidad de la población.

-Y también es importante someterse a ley en términos de igualdad.

-La base de la democracia es esa, la base del liberalismo y de la Revolución Francesa fue la defensa de la idea de que todos somos iguales ante la ley. Y cuando digo eso añado que no hay que convertir en chivo expiatorio a nadie. Urdangarín tiene que ser tratado igual que los demás y sin ningún linchamiento social. Tiene que haber un juicio justo y ser representado como tal.

-La biografía como género histórico parece más complejo que los demás, por la dificultad que conlleva todo intento de plasmar una vida.

-Me alegra que me diga eso porque en la profesión, tanto en Francia como en España, se ha considerado que la biografía era un género a caballo entre la historia y la novelona, más facilón, personalista, y no suficientemente científico. Yo dirijo una red europea sobre biografía y es un género muy difícil si se pretende hacer bien. Hubo un boom de la biografía pero no una reflexión teórica sobre ella. Su complejidad reside en que pretende aunar los factores impersonales y colectivos con aquellos que son personales y contingentes. La historia la hace la gente pero en condiciones que no ha elegido. Me interesa mucho el problema de la responsabilidad individual que, en una historia demasiado estructuralista, se disuelve en grandes categorías impersonales como la nación, el género, la clase... Me interesa la historia con personas. La historiografía anglosajona es la que mejor ha practicado la biografía desde hace muchos años.

-¿Por qué los anglosajones tienen una mayor capacidad para contar la historia que los españoles? ¿Es algo atribuible a la formación académica?

-Es un problema de formación, de no tener miedo a escribir bien y de responsabilidad de comunicación. La historia para que sirva de algo no tiene que quedarse en el círculo de los especialistas. Los anglosajones han tenido una concepción más humanista de la historia, distanciada del estructuralismo, y con gran peso en la formación de la ciudadanía. Las humanidades siguen estando enormemente valoradas en el mundo anglosajón.

-Otra diferencia con nuestro sistema, en el que van a menos.

-Aquí tienden a desaparecer, lo que supone una ciudadanía más acrítica, menos culta en el sentido de tener capacidad para comprender situaciones que no son las propias, de entender mundos distintos. En este momento hay en Europa un gran movimiento de defensa de la humanidades liderado por alemanes e ingleses.

-Pues va a contracorriente de una universidad cuyo principal objetivo ahora es servir al mercado.

-Una buena formación humanística es muy útil para encontrar trabajo. En Estados Unidos se considera muy importante para todo lo que es servicio público o para los departamentos de recursos humanos de la empresas. Aquí el problema es que estamos en un sistema universitario muy anquilosado, en el que las universidades no compiten entre sí por los estudiantes, tienen una clientela cautiva que es la de su región y poca gente se mueve porque no hay política de becas.

-¿La biografía histórica es un género tan abierto como para aceptar interpretaciones como las que han propiciado la controversia sobre el diccionario de la Academia de la Historia?

-La historia y los historiadores hemos sufrido un desprestigio inmerecido por la forma tan poco adecuada con la que fue concebido ese diccionario. Esa idea de que para ser «equidistante» hay que encargar la biografía de Franco a un simpatizante de su régimen -o la de un político republicano a un historiador republicano- es contraria a los criterios elementales de rigor, de profesionalidad. No se trata de un problema de afinidades o enfrentamientos sino un problema de rigor.

-¿Resulta pecado venial la subjetividad del historiador cuando afronta la narración de la vida de otros?

-Los historiadores debemos, y podemos, dejar a un lado nuestras preferencias personales y políticas a la hora de investigar y escribir con rigor, con honestidad, con preguntas bien planteadas y claramente formuladas, con solvencia documental.

-¿La fiabilidad de la Academia de la Historia queda en entredicho con este diccionario? ¿Qué le parece la iniciativa de poner en marcha un «contradiccionario»?

-Como he dicho antes, ese diccionario ha producido una impresión en la ciudadanía de falta de rigor y profesionalidad, lo cual deja en la sombra la gran cantidad de historiadores que trabajan seriamente. No creo en esa idea de un «contradiccionario». Creo en la necesidad de que la Academia represente verdaderamente al grueso de la profesión y la voluntad de todos de avanzar en una disciplina que busca alcanzar el máximo de conocimiento sobre el pasado, de rigor científico. Lamentablemente, en este país sigue habiendo unas fracturas partidistas e ideológicas que contaminan demasiado el debate intelectual serio, la vida ciudadana y también la Academia de la Historia.