Es más que probable que algunas personas que tienen los ojos puestos en estas líneas se hayan preguntado, en más de una ocasión, que han hecho para merecer tantas penurias. Otras, quizás, se hayan repetido hasta la saciedad cuál será el verdadero propósito de su existencia en este mundo lleno de desgracias. Y tan solo unas pocas, de cuando en cuando, sientan la necesidad de dar las gracias por todo aquello que han conseguido.

Y es que así es nuestra existencia en este planeta. La mejor de las vidas está llena de derrotas, frustraciones y sufrimiento. Ninguna, por maravillosa que sea, se libra de dificultades y retos. De hecho, los contratiempos, desafíos y fracasos son los que nos hacen fuertes y sabios. Podemos huir de ellos, sentirnos amargados y frustrados, llenos de rencor y resentimiento. O, por el contrario, hacerles frente y mejorar con su aprendizaje. Y ahí radica la cuestión. Aunque, para ello, es necesario un gran esfuerzo personal. Y mucha disciplina.

Por eso, para algunas personas, resulta relativamente fácil. Otras muchas, sin embargo, cuando las circunstancias personales son duras, sienten la imperiosa necesidad de evadirse, de escapar de esa dolorosa realidad. E inician una evasión hacia el sexo, alcohol, drogas, o la obtención de dinero y cosas materiales, al precio que sea, una fuga, en definitiva, hacia paraísos artificiales, creyendo con ello disolver esas durezas de la vida, esa existencia cotidiana dura, dolorosa, aburrida, poco soportable, estrecha, anodina. Pero esta avidez de pasiones fuertes, este viaje salpicado de novedades excitantes, tiene un alto precio. Nunca acaba bien. Porque es un camino sin salida. Adormece transitoriamente el sufrimiento. Pero no enfoca el tema con afán de superarlo e integrarlo en lo que debe ser un proyecto de vida coherente y realista; es decir, con las menores contradicciones posibles. Porque estos terribles y «atractivos» hábitos dañinos prometen libertad. Pero dan todo lo contrario. Sin apenas percibirlo, te dejan hecho añicos, como un pelele sumiso y subordinado a ese dueño fanático y devorador.

Por eso, no debemos olvidar que el ser humano se hace fuerte en los fracasos, si sabe asumirlos, obtiene un sólido aprendizaje y los pone en su justo punto. Porque la frustración, el sufrimiento, el dolor ayudan a madurar. Es lo contrario que nos ocurre con las satisfacciones. La felicidad es el sufrimiento superado con amor y vuelta a empezar de nuevo. Y es que así es la vida.