Desde una ventana de su domicilio ovetense se divisa «un triángulo de oro» y una estampa para la nostalgia. El triángulo dorado, a juicio de Ignacio Quintana Pedrós (Oviedo, 1941), es el formado por el Museo de Bellas Artes de Asturias -«con su reforma todavía inacabada y que lamentablemente se quedará pequeña»-, la Catedral de Oviedo y el Museo Arqueológico. Si Ignacio Quintana habla de dicha figura geométrica es porque le evoca otra a cuyo trazado contribuyó cuando fue subsecretario del Ministerio de Cultura, bajo la cartera de Javier Solana, impulsando la creación del Museo Reina Sofía, que junto al veterano Museo del Prado y el posterior Thyssen crearon el triángulo de oro del arte en el Paseo del Prado de Madrid («y eso que José Bono logró llevarse el Museo del Ejército a Toledo, que si no hubiéramos redondeado la zona», agrega con ironía). Y la estampa nostálgica que contempla desde su ventana es la de San Lázaro, el barrio que fue el pueblo de su infancia, con la casa de su abuela Vicenta y de su madre Amparo, el lugar donde siempre recalaba pese a que él había nacido en las Casas del Cuitu de la ovetense calle Uría.

Ignacio Quintana estudió con los Maristas y ahí inició un proceso que «comenzó por las inquietudes religiosas que había en aquel momento, siguió por las preocupaciones sociales y acabó en la política». Así fue, ya que de chaval formó parte de la Acción Católica, pero ello condujo al roce con los obreros católicos de la JOC, y después con el movimiento obrero en el que se gestarían las célebres huelgas de 1962, de las que justo en estas fechas se cumple el 50.º aniversario. «La huelga del 62 fue el hachazo fuerte, con el que empezabas a hacerte rojo», confirma hoy. Cursó los tres primeros años de Derecho en Oviedo y, a continuación, mediante una beca obtenida gracias al catedrático Ignacio de la Concha, continuó los estudios en Madrid, donde se enroló en el Frente de Liberación Popular (FLP), conocido por el «Felipe».

Otra beca francesa le llevará en 1965 a París, donde estudia Sociología del Trabajo y se vincula a Ruedo Ibérico, la principal editorial española en el exilio, suministradora hacia el interior del país de libros prohibidos por el régimen franquista. Al retornar a España entra en el Ministerio de Trabajo de la mano de José María Maravall, pero unos años más tarde pasa a trabajar en la editorial Siglo XXI, en tiempos en los que la censura se ha suavizado, pero todavía hay que «negociar con los organismos oficiales».

Al mismo tiempo, Ignacio Quintana se involucra en el movimiento vecinal de Madrid, concretamente en la Asociación de Vecinos Unión de Hortaleza, y milita en el Partido Comunista, que, no obstante, abandona «tras la legalización de éste y por esa invasión que ejercía el partido en facetas como las vecinales». Tras las primeras elecciones democráticas a los ayuntamientos, en 1979, el nuevo concejal de Urbanismo de Madrid, Eduardo Mangada, del PC, le llama como gerente de su área y después como director de la oficina de gestión del nuevo Plan General. En 1982, con el primer Gobierno del PSOE, Solana le lleva a la Dirección General de Juventud, puesto desde el que crea los Encuentros de Cabueñes. «Fue capricho mío que se celebrasen en la Universidad Laboral, que tendría que haber sido el verdadero edificio de la Universidad en Gijón», sentencia hoy.

También desde la ventana de su casa de Oviedo, ciudad en la que sigue militando en el PSOE -«aunque hemos de ser muy humildes con lo que hemos hecho en Asturias durante los 12 años de Tini Areces»-, evoca sus diez años «de Primaria y Bachillerato con los Maristas, porque ése es el mismo tiempo que he dedicado a aprender de nuevo a hablar y escribir, después de padecer un ictus cerebral y cuando no era capaz ni de decir "el Bombé" al pasear por el Campo San Francisco». Ignacio Quintana Pedrós relata sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA en esta primera entrega, a la que seguirán otras dos, mañana, lunes, y el martes.