Lucia Toffanin seguiría convencida de que vivir en cualquier lugar de España es garantía de ir a la playa en invierno si no fuera por su beca «Erasmus». Esta italiana de 22 años y sonrisa tímida no suponía, cuando solicitó una plaza para la Universidad de Oviedo, que el paraguas es un complemento básico para llegar a diario desde su piso de alquiler en la calle Alejandro Casona al campus del Cristo. Ni tampoco que tendría que dedicar tantas horas a las ocho asignaturas de Derecho de su matrícula. «Es mentira que estemos todo el tiempo de fiesta», asegura, gesticulante, para rechazar la opinión generalizada sobre los alumnos acogidos al programa de intercambio entre instituciones académicas europeas, que este curso cumple veinticinco años con salud de hierro, como demuestran los 7.773 extranjeros que han pasado por la región desde que se inició y los 7.390 salientes que han hecho el viaje al revés para aprender algo de su carrera y mucho de otras costumbres.

Los «Erasmus» empezaron a dar una lección de convivencia en el curso 87-88, de la mano de la asociación Aegee Europe, fundada por el profesor Franck Biancheri para potenciar un sentimiento de pertenencia al proyecto europeo. La idea caló pronto en las altas esferas comunitarias, que le dieron soporte económico, con la colaboración de los diferentes estados de la Unión y de las universidades implicadas. «Te conceden una ayuda, pero cubre una parte muy pequeña de tus necesidades», explica Toffanin, que recibe 180 euros al mes, lo justo para pagar a la casera de su domicilio temporal, que comparte con dos estudiantes españoles. El resto de los gastos corren a cargo de sus padres y de los ahorros que hizo como dependienta en un negocio de su Turín natal durante los fines de semana del año pasado. «La cantidad no es igual para todo el mundo, varía en función de la capacidad económica de cada familia», prosigue. También depende de las partidas presupuestarias que destine al programa el país del becado. En España, el Gobierno acaba de aprobar un recorte del 42 por ciento para el próximo curso.

«Siempre supe que quería estudiar en el extranjero, era una necesidad, salir y ver lo que había en otro sitio», expone la italiana, que inicialmente solicitó estudiar en inglés en una Universidad de la ciudad holandesa de Maastricht y que, finalmente, acabó en Oviedo porque no consiguió plaza. «Un profesor me dijo que Asturias era un lugar tranquilo, con calidad de vida. Me animé, aunque no sabía ni una palabra del idioma», continúa. Se adjudicó la única plaza en juego para un semestre tras realizar un curso intensivo de español. «Creo que no he podido escoger un lugar mejor», sentencia.