Se cumplirán ahora veinte años. El funeral del juez Giovanni Falcone, su esposa, Francesca Morvillo, y las tres personas de su escolta que murieron carbonizadas tras la explosión en medio de un campo de olivos de Capaci se celebró un día en que no dejó de llover de mayo de 1992 en la iglesia palermitana de San Domenico. Estuvo rodeado de un gran intensidad dramática por el horror de las muertes, la impotencia y la sensación del fracaso de quienes en aquellos años de plomo de Sicilia se sentían traicionados por el Estado.

La tensión llegó a su momento más alto cuando Rosaria, la joven viuda de 23 años del agente Vito Scifani, una de las víctimas del terrible atentado, se dirigió, vestida de negro, a las autoridades italianas para pedirles que se arrodillaran. «Os perdono, pero arrodillaos», clamó desde la dignidad que confiere el luto. Sobre su marido, apenas pudo balbucear unas palabras acerca de lo guapo que era y las buenas piernas que tenía. La iglesia, abarrotada, permaneció en silencio. Muda, sobrecogida, tras escuchar repetidamente que no había amor, sólo mafiosos dentro del Estado.

Letizia Battaglia (Palermo, 1935), madre de tres hijos, hasta un año antes reportera de «L'Ora», un periódico de izquierdas obligado a cerrar, le hizo entonces una fotografía donde se la ve con medio rostro velado por la sombra, los ojos cerrados y los labios gruesos rendidos al silencio. Hubo quienes la compararon con la imagen de L'Anunziatta pintada por Antonello da Messina, que se exhibe en el Palazzo Abatellis. Rosaria Scifani era en aquel momento, a ojos de los que llenaban la iglesia de San Domenico, la viva representación de la Virgen, pero hubiera preferido no tener que serlo.

Battaglia, primera mujer europea en recibir, en 1985 en Nueva York, el premio «W. Eugene Smith», al que siguieron otros de similar prestigio por sus fotografías sociales, no ha dejado de reflejar en su trabajo el sufrimiento de otras personas del mismo sexo. Fotografió la tragedia de la viuda de un honorable servidor del Estado que acabó sintiéndose traicionada por él, pero también a mujeres criadas en ambientes mafiosos que se habían acogido a programas de protección de testigos y terminaron suicidándose, como el caso de Rita Atria o el de Piera Aiello.

Mucho antes de convertirse en una testigo implacable de los crímenes de la Mafia Letizia Battaglia ya había fotografiado el dolor y la miseria reflejados en los rostros de las sicilianas. Para ella todo pertenecía a una misma secuencia criminal, por ello fundó el centro de documentación Giuseppe Impastato, en memoria del joven comunista de Cinisi que ordenó asesinar Gaetano Badalamenti por sus emisiones de radio en contra de las actividades mafiosas. Por ese mismo motivo también se unió a La Rete del alcalde Leoluca Orlando, en los años de la Primavera Palermitana, fue diputada de la Asamblea Regional de Sicilia y en 1991 puso en marcha la revista bimestral «Mezzocielo», realizada exclusivamente por mujeres.

La foto de Rosaria Schifani; o la de Nerina, que ejercía la prostitución y fue asesinada en 1982 por salirse de las reglas mafiosas en un asunto relacionado con el tráfico de drogas; la de la mujer de San Vito Lo Capo, que llora afligida por la miseria; la del niño que juega a ser «killer» en el barrio de la Albergheria, también en Palermo; o la del magistrado Roberto Scarpinato, rodeado por sus escoltas en el tejado del tribunal donde ejerció el ministerio público en el proceso contra Giulio Andreotti de 1998, forman parte, entre otras, de una exposición, «Il dolore della memoria», que se prolongará hasta el 3 de junio en la galería que el colectivo 10B tiene en el barrio romano de la Garbatella.

Battaglia, la mujer que se ha cansado de repetir que odia sus fotos, jamás dejó, sin embargo, de retratar tanto a muertos como a vivos. Niñas escuálidas y niños que juegan con pistolas con el rostro oculto por una media, tomando nota de lo que han visto desde el día en que nacieron; mujeres que gimen ante un cadáver, lamentablemente no siempre el mismo; ancianos desdentados; amas de casa maltratadas entre paredes desconchadas llorando sobre una mesa recubierta de hule; fantasmas vagando entre los escombros de la sociedad. Palermo hediondo, hogueras de pobreza y aromas dulzones a jazmín, sangre y fritanga.

La calle fue desde el primer momento para Letizia Battaglia su oficina y, al mismo tiempo, el campo de batalla. Se casó a los 16 años para escapar de un ambiente familiar opresivo que no soportaba. Veinte años después, tras educar a tres hijas, volvió a sentirse atrapada y le dijo a su marido que se iba. Entró a trabajar en «L'Ora», un legendario periódico que se caracterizó por el coraje con que combatió a la mafia y en el que escribió hasta su desaparición, en 1970, Mauro De Mauro, cuyo paradero sigue siendo uno de los misterios sin resolver en Italia. El cuerpo de De Mauro, que investigó el «caso Mattei», jamás fue hallado.

Pero el periodismo no le satisfacía plenamente a Battaglia y voló a Milán para convertirse en fotógrafa. Se inspiraba en Diane Arbus y en Mary Allen Mark. Si alguien se toma la molestia de echarle un vistazo al material de estas dos enormes fotógrafas americanas comprenderá inmediatamente la devoción de Letizia Battaglia por ellas. En la capital lombarda conoció a otro fotógrafo, Franco Zecchin, con el que regresaría a Palermo, donde la Mafia seguía sembrando las calles de cadáveres. Ambos se instalaron allí y dejaron que las cámaras hablasen.

Probablemente por la crueldad manifiesta que rezumaba el universo mafioso y algunas tradiciones varoniles del Mezzogiorno, se hizo feminista. El feminismo, como cuenta Peter Robb, un periodista australiano que la conoció el tiempo suficiente como para hacer con ella uno de los retratos inolvidables de su libro «Medianoche en Sicilia» (Alba, 2000), tenía un sesgo muy especial en Palermo, ya que se enfrentaba a la dureza de una Cosa Nostra exclusivamente masculina. «Si las mujeres de la mafia conseguían romper el yugo, el monolito se agrietaría; y eso ocurrió», escribió Robb.

La propuesta romana que incluye la exposición «Il dolore della memoria» sirve para identificar a la perfección aquellos terribles años en que los hombres y las mujeres se enfrentaban solos a una organización criminal, abandonados por un Estado penetrado por los criminales, en el que los mafiosos y algunos de los políticos más destacado de la DC jugaban como compañeros la misma y siniestra partida de cartas. Atilio Bolzoni, periodista de «Repubblica» especializado en la Mafia, cuenta en su libro recién publicado «Uomini Soli» que Palermo fue entre las décadas de los setenta y los noventa una «tonnara». La «tonnara» es la forma artesanal y sangrienta en que los pescadores sicilianos acuchillan a los atunes en el momento de capturarlos, el equivalente a la almadraba. La matanza del atún siempre ha guardado ciertas connotaciones con los crímenes mafiosos. Treinta años de cadáveres excelentes nos contemplan: el periodista Mario Francese, los policías Ninni Cassarà y Beppe Montana, el secretario del Partido Comunista Pio La Torre, el general Carlo Alberto dalla Chiesa, el consejero Rocco Chinnici, el juez Cesare Terranova, el procurador Gaetano Costa, el comisario Boris Giuliano. Y tantos otros hasta llegar a los asesinatos de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.

Batagglia se preocupó de que nadie olvidase.