Las huellas fosilizadas de dinosaurios, o icnitas, son, precisamente, la mayor riqueza del «Parque Jurásico» asturiano. Y las de estegosaurio se cotizan particularmente porque «son muy raras en todo el mundo, no sabemos por qué motivo, y nosotros tenemos un conjunto muy amplio», explica García-Ramos. Otro tanto cabe decir de las huellas de pterosaurios, grandes reptiles voladores que no son dinosaurios (término reservado para los reptiles prehistóricos de postura erguida y que también excluye, por tanto, a los plesiosaurios e ictiosaurios, de vida marina), aunque convivieron con ellos, y de las huellas de dinosaurios con impresiones de piel; en ambos casos, el Muja (con sede en Colunga), atesora las mejores colecciones del mundo. «Tenemos muy pocos huesos, pero destacamos en huellas. Contamos con la tercera mejor colección del mundo en un museo, por detrás de dos estadounidenses: las del Amherst College, de Massachussets, y la de la Universidad de Colorado, en Denver. La nuestra destaca por el número y por el estado de conservación», expone García-Ramos, quien subraya que «muchas de esas huellas son en tres dimensiones, lo que permite representar el movimiento de las extremidades, así como deducir el peso, la talla, la forma de caminar, la conducta y, por supuesto, el ambiente en el que vivían los dinosaurios, ya que, mientras que los huesos probablemente aparecen en sitios a los que fueron arrastrados, las huellas las encontramos in situ».

Considerando huellas y huesos, el Muja dispone probablemente del mejor conjunto de restos de dinosaurios jurásicos de España. «El problema es que los acantilados donde aparecen estos restos tienen poca superficie y no vemos grandes rastros», señala José Carlos García-Ramos. Por la misma razón sólo se ha localizado un esqueleto más o menos completo de dinosaurio: «estamos intersectando una línea de terreno, cuando para obtener restos se necesita una superficie amplia y árida, con muchas cárcovas, como las que hay en Patagonia y en ciertas zonas de China y de Estados Unidos. Cortando sólo una línea de acantilado es difícil intersectar esqueletos». Sin embargo, esa misma situación propicia la aparición incesante de nuevos vestigios, que García-Ramos augura que se prolongará «durante muchas generaciones», y hace también que el jurásico asturiano «sea muy perecedero. Muchos restos, conocidos y desconocidos, se los llevan el mar y los desprendimientos». Una labor esencial del Muja es recuperar todo lo que se pueda.

El patrimonio jurásico de Asturias no sólo reúne singularidades notables. El catálogo de dinosaurios cuenta con representación de los principales grupos que vivieron en ese período: saurópodos (grandes cuadrúpedos vegetarianos), terópodos (carnívoros bípedos), ornitópodos (vegetarianos bípedos, opcionalmente cuadrúpedos) y tireóforos o estegosaurios (cuadrúpedos vegetarianos acorazados). «Hay una riqueza y variedad muy grandes, que se observa tanto en los huesos como en las huellas que aparecen», resume José Carlos García-Ramos, quien añade que, «además, hay una gran variedad de cocodrilos, tortugas, peces» y otros organismos que poblaron aquella Asturias.

La investigación es uno de los pilares del Muja (el otro es la divulgación, la transmisión de conocimientos a la sociedad, pues «es importante explicar a la gente ciertos fenómenos», acota García-Ramos, quien reconoce que «aún hemos hecho poco»). Actualmente hay 46 personas trabajando en el jurásico de Asturias, tanto en el propio centro de Colunga como en diversas universidades españolas (Granada, Zaragoza, Madrid y País Vasco) y en otros países (Canadá, Argentina, Portugal, Francia, Italia y Luxemburgo, entre ellos). «Colaboramos en temas muy distintos», precisa García-Ramos. «Por ejemplo, ahora estamos preparando un trabajo sobre ofiuras (equinodermos similares a las estrellas de mar) del Jurásico con un investigador alemán y hemos trabajado en la determinación de paleotemperaturas de los mares jurásicos a partir de isótopos de oxígeno y de carbono. Asimismo, hemos desarrollado un sistema para diferenciar entre sí las huellas de los ornitópodos y los terópodos, que pueden ser problemáticas cuando no corresponden a individuos adultos y si aparecen en determinados sustratos. Buscamos criterios de discriminación. Una de las huellas rescatadas esta semana es muy buena para eso. Laura Piñuela (investigadora del Muja) presentó recientemente una comunicación sobre el tema en China y ahora estamos preparando una publicación». También se publicará próximamente el descubrimiento del yacimiento de huellas de estegosaurio. Esa labor se traduce, a la postre, en un conocimiento «muy alto» de los ambientes del Jurásico en Asturias. García-Ramos describe así la Asturias de los dinosaurios: «Podemos decir que en la primera mitad del Jurásico estuvo cubierta por el mar. De esa época tenemos restos de ictiosaurios, de plesiosaurios, de ammonites y belemnites (dos tipos de cefalópodos primitivos), de moluscos bivalvos y de otros invertebrados marinos. En la segunda mitad, el mar se retira y hay terrenos litorales y continentales, con deltas y una costa arenosa y fangosa, sin acantilados y con una orientación, de Noroeste a Sureste, distinta a la actual. Había un mar cerrado, casi sin marea y con un oleaje limitado. En esa segunda mitad del Jurásico, en Asturias predominaba un ambiente semiárido, aunque con lluvias estacionales abundantes, y la vegetación abundaba más en las proximidades de la costa, que tenía, además, un clima más benigno».

Los dinosaurios vivían principalmente tierra adentro, en zonas donde no hay afloramientos jurásicos y, por tanto, tampoco restos accesibles, pero se acercaban a las tierras bajas, a la costa, especialmente a las zonas de desbordamiento de los ríos y a los tramos fluviales que se cerraban y quedaban secos. Ese es, precisamente, el «caldo de cultivo» de nuestro «Parque Jurásico»: lugares propicios al enterramiento de los cadáveres (previamente descompuestos por los carroñeros y las bacterias y, con frecuencia, desmembrados y fracturados), conservados por procesos de petrificación y mineralización, y, finalmente, desenterrados de esa cápsula del tiempo por la erosión y detectados por el ojo del científico. Entre las asignaturas pendientes, García-Ramos cita la falta de hallazgos de restos de mamíferos jurásicos, del tamaño de una musaraña (su era comenzaría tras la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años). Tampoco se han encontrado nunca restos óseos de pterosaurios, a pesar de la gran abundancia de huellas (en los acantilados de Villaviciosa hay dos grandes conjuntos, uno de ellos con 90 impresiones y otro, menor, que ha permitido conocer que estos reptiles voladores poseían cierta capacidad de natación), porque «requieren materiales específicos que permitan su conservación, pues se trata de huesos muy delicados».

El siguiente descubrimiento puede venir del estudio del esqueleto fosilizado del ornitópodo que se recuperó esta semana y que podría pertenecer, incluso, a una especie no descrita. Pero, en tanto no se lleve a cabo el examen, todo son especulaciones. Y la espera será larga, «de varios meses, probablemente un año, porque está en una arenisca muy dura», explica García-Ramos, que obligará a efectuar, primero, un ataque químico a la roca y a utilizar, después, agujas percutoras para ir retirando, con sumo cuidado, toda la piedra que envuelve los huesos fósiles.