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Con el visto bueno de la sala de operaciones da inicio la actividad de la jornada, que, en principio, se alargará hasta poco antes de la medianoche. No obstante, en circunstancias especiales y bajo petición previa, el horario se puede ampliar en dos horas. Además, la terminal está preparada para atender en cualquier momento servicios sanitarios de urgencia, la mayor parte de los cuales se operan de madrugada. El año pasado se registraron en Asturias un total de 97 «vuelos-hospital», de los que 38 correspondieron a trasplantes de órganos. El aeropuerto dispone de un dispositivo especial, en activo los 365 días del año, para este tipo de vuelos, operados por empresas privadas que, como es el caso de Airnor, trabajan para el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).

En condiciones normales, la torre de control del aeropuerto se encarga de gestionar una media de 37 aterrizajes y despegues cada día. Se trata de un volumen de actividad que el aeródromo asturiano asume sin mayores problemas, ya que su capacidad operativa es muy superior. «Estamos preparados para crecer y para atender hasta 120 operaciones y más de 2.000 pasajeros a la hora», destaca Carlos San Martín.

La sala de control recibe y gestiona cualquier incidencia que se registra en la terminal. Por ejemplo, albergó el puesto de mando en el único accidente mortal que ha tenido lugar en las instalaciones en sus 44 años largos de historia. Fue en el mes de junio de 2010, cuando cuatro personas de nacionalidad polaca fallecieron al estrellarse las dos avionetas en las que viajaban con dirección a Portugal. La investigación llevada a cabo por el Ministerio de Fomento concluyó que ni el aeropuerto ni sus controladores tuvieron nada que ver en una tragedia achacable a los pilotos de las aeronaves y a las adversas condiciones meteorológicas. Aquel día estaba activado el sistema de guía de aterrizaje con baja visibilidad en el aeropuerto. Es el más potente que hay en el mercado (ILS-III). Sin embargo, Iberia, la compañía líder en Asturias y en la ruta con Madrid, ha decidido que sus pilotos no lo utilicen.

Bien de mañana, los primeros usuarios del aeropuerto, a la espera de sus vuelos, hacen tiempo en alguna de las cafeterías del centro. Hay tres. La principal, dotada de restaurante, está ubicada en la zona de salidas. Hay otra en el área de embarque y una tercera en el ala de llegadas. En conjunto, despachan cada día más de 1.500 cafés, 600 bocadillos y unas 500 piezas de bollería. Entre los servicios que ofrece la terminal hay tres compañías de alquiler de automóviles. Llama la atención que la clínica oftalmológica ovetense Fernández-Vega dispone de un punto de información y atención permanente a sus clientes. La compañía Iberia y este instituto firmaron en 2010 un convenio de colaboración por el cual los pacientes disfrutan de notables descuentos en sus viajes entre cualquier parte del mundo y Asturias con motivo de los desplazamientos a la clínica.

Con el primer aterrizaje comienza a funcionar el área de maletas, que se amplió y mejoró recientemente. Tiene una capacidad para más de 30.000 bultos, unos 2.400 a la hora. La zona está ligada a un operativo de seguridad estricto y que afecta, como a cualquier pasajero, a los máximos responsables de la terminal. El propio director tiene que pasar por los escáneres y arcos de seguridad cada vez que se acerca a la zona de embarque. Además, es cacheado por un guardia jurado en el caso de que salten las alarmas del sistema. Hasta los bocadillos que van para la cafetería de la planta superior, la que está situada en el acceso a los aviones, pasan por los detectores. Las instalaciones también cuenta con varios agentes de la Guardia Civil, que controlan periódicamente el perímetro aeroportuario, y con un retén de Bomberos, a cuyo frente está Saturnino González.

Pasadas las once de la mañana, se producen las primeras recargas de combustible de las aeronaves. El aeropuerto suministra unos diez millones de litros cada año, a una media de 3.000 litros en cada operación. El repostaje se realiza en plena pista, en el período de tiempo que va desde el aterrizaje al despegue de los aviones. Ryanair realiza las escalas más cortas. Cuestión de ahorro.

La actividad en el aeródromo baja de nivel tras el mediodía. Hay menos aterrizajes y despegues. Los empleados se dan un descanso y se nota una menor presencia de pasajeros. Esa sensación dura poco. El trasiego se recupera a primera hora de la tarde. Se nota, por ejemplo, en el aparcamiento, de 770 plazas, la mayoría cubiertas.

Los recortes también han llegado a Santiago del Monte. Está en obras una nueva central eléctrica, pero la crisis parece haberse llevado por delante definitivamente el proyecto para el nuevo edificio de aparcamiento. No es algo que preocupe el director de las instalaciones. «La demanda está cubierta con el parking que tenemos», asegura. Se trata de un estacionamiento al que le ha salido competencia. Una empresa ajena a Aena ha abierto un aparcamiento de «bajo coste» a unos 300 metros de distancia del aeródromo.

El día en el aeropuerto transcurre entre aterrizajes y despegues. Entre bienvenidas, despedidas y sin que se aprecien ya esas largas colas ante los controles de embarque que fueron noticia hace unos meses. A partir de las diez de la noche la actividad decae muy notablemente. A las doce menos cuarto, la sala de operaciones va a decretar el cierre, si no hay ningún servicio especial que atender. El siguiente avión llegará a las siete y media de la madrugada. Cuando aterrice esta aeronave arrancará una nueva jornada en el aeródromo asturiano.