El oso pardo es uno de los símbolos de la naturaleza de Asturias, el más mediático, el que mayor atención científica y política ha concentrado en las tres últimas décadas. Dos fundaciones llevan su nombre y se dedican, con distintas perspectivas y objetivos, al estudio y/o conservación de la especie. También una ONG invierte abundantes recursos en ello. Y numerosos científicos han seguido y siguen el rastro del oso en la cordillera Cantábrica. Sin embargo, la insospechada maternidad (fallida) de «Tola», una de las dos osas pardas cantábricas cautivas en el recinto osero de Proaza y Santo Adriano, ha puesto sobre la mesa una pregunta: ¿hasta qué punto conocemos la vida del oso pardo?

Responde a esa cuestión Javier Naves, biólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y acreditado experto en las poblaciones cantábricas de la especie, sobre las que trabaja hace varias décadas y a las que ha dedicado su tesis doctoral y numerosas publicaciones científicas. «Así, para empezar, podemos decir que sabemos muchas cosas, pero hay saberes de mejor calidad que otros, aspectos de los que tenemos un mejor conocimiento. Por ejemplo, en cuestiones de estructura genética de la población y de viabilidad genética hemos actualizado recientemente y mejorado nuestros conocimientos. Luego, si nos referimos a las ochenta noticias que aparecen cada año en prensa, de diez mil cosas diferentes: si se ha cogido un oso, si se ha reintroducido otro, si se ha detenido a un furtivo, si los osos hacen esto o comen lo otro, probablemente sabemos menos de lo que pensamos o aparentamos».

Uno de los aspectos mejor conocidos de la vida del oso pardo cantábrico es la demografía. «Conocemos mucho, para bien y para mal. El seguimiento de osas con cría, aunque ha sido objeto de discusiones en revistas científicas, nos ha proporcionado un buen conocimiento incluso de cuánto de seguros estamos de los datos y de las incertidumbres que tenemos sobre cuántos animales hay y cómo ha ido evolucionando la situación en los últimos años». Naves también destaca la base de información acumulada sobre la relación del oso con su medio, con su hábitat, en particular «sobre sus hábitos tróficos y cómo esos hábitos están cambiando». Este conocimiento, acota, «es consecuencia de las cosas que no sabemos, de nuestra tara con los osos: la ausencia de radiomarcaje. La falta de esa herramienta nos ha hecho ser hábiles en otras cosas». Así, se ha obtenido un conocimiento detallado sobre las fuentes de alimentación, de gran importancia por sus implicaciones. «Una de las cosas más relevantes de nuestra población de osos es que está en los límites meridionales de la especie, lo que la coloca en una situación de estrés biológico. Esto tiene importancia porque aquí se pueden poner de manifiesto fenómenos de cambio que en zonas más septentrionales tardarán más en detectarse». Por ejemplo: «algunas de las fuentes de alimentación más septentrionales, como el arándano, han ido perdiendo importancia en la dieta del oso en los últimos 20 o 25 años. En cambio, los Prunus, las cerezas y las manzanas han ido adquiriendo un papel más importante en la alimentación de la especie. Parece que puede haber cambios locales, pero probablemente esté más relacionado con fenómenos globales, con el cambio climático. En este aspecto, hemos hecho una contribución al conocimiento de cómo son nuestras poblaciones de osos, relevante incluso en el contexto internacional», manifiesta el científico.

Un aspecto que interesa particularmente a Javier Naves y en el que ha trabajado es la disponibilidad de hábitat potencial para los osos. «Se han hecho aportaciones interesantes a la pregunta de cuánto terreno o hábitat puede disponer nuestra población de osos, la última en una publicación de hace solo unos meses». Y la conclusión esencial es que «se pone de manifiesto que esta cuestión puede ser la limitación más importante a la recuperación de la especie, la cantidad de hábitat de la que van a poder disponer en el futuro. Nuestros osos viven ahora en unos 7.000 kilómetros cuadrados y la disponibilidad de la que hablamos puede ser de 15.000 o 18.000, todo esto puesto entre comillas porque depende de cómo evolucione la tolerancia humana hacia los animales. Pero este va a ser o podría ser en el futuro el techo al crecimiento de la población». Lo que lleva inevitablemente a los números. ¿Cuántos osos podría admitir el territorio disponible en la cordillera Cantábrica? «Dar un número ya no sería ciencia», replica Naves, aunque no rehúye la cuestión. «Llevé esa pregunta a la SECEM (Sociedad Española para la Conservación y el Estudio de los Mamíferos) y presenté una comunicación al respecto. Cuando hablamos de esos kilómetros cuadrados, no podemos hablar de más allá de unos cientos de osos. Siempre nos moveríamos en un número que, desde el punto de vista de la biología de un carnívoro, sería limitante. Ese puede ser el gran hándicap en el futuro», asegura, «sobre todo si tenemos en cuenta, y esto no lo sabemos, cómo puede evolucionar ese hábitat disponible, por lo que cambie nuestra tolerancia hacia los animales o por lo que varíe ese hábitat debido al cambio climático, que puede empeorarlo. Ahí se encuentra una de las incógnitas a medio o largo plazo de nuestro conocimiento para recuperar la especie».

Esa reflexión conduce a otra: ¿estamos abocados a una población de osos siempre en números de riesgo, en perpetua situación de inestabilidad? «Es una buena puntualización. Se dice que la recuperación del oso va bien, y hay mucho entusiasmo alrededor de ello. Pero si preguntas dónde vamos a meter dos mil osos, entonces el murmullo se vuelve silencio y la gente empieza a removerse en sus sillas, sobre todo cuando se trata de gestores, de administraciones. No se trata ya de un puñado de animales de los que somos capaces de cuidar, sino que hablamos de una población que funcione por sí misma, alejada del riesgo de extinción. En cualquier caso es bueno plantearse esta pregunta porque podemos afrontar dificultades para tener una determinada población. Eso es algo que hay que asumir, hay que ser honestos en el pensamiento y en el mensaje, incluso para ir modificando nuestra forma de funcionar. Si se comparan el primer plan del oso y el actual vemos que es prácticamente la misma zona, con un rabito en Allande y Tineo, poco más».

Esta última afirmación contrasta, en apariencia, con las noticias recientes y repetidas referidas a la presencia de osos en lugares alejados de su área de distribución habitual, llegando casi hasta la costa en el Occidente. «Una de las cosas que quizá haya que hacer, y la Administración puede tener herramientas para ello, es poner en limpio todas las noticias que aparecen en prensa sobre la ocupación de nuevos territorios por los osos, en Castropol, en la Bobia, en el Mulleiroso, en Tineo, en Grado, en Oviedo... A lo mejor poniendo en limpio esas informaciones, sistematizándolas, ordenándolas, nos daría un cuadro más preciso», opina Naves. «Sí es cierto que están apareciendo osos en esas zonas. La población actual está un poco mejor que la de hace 15 o 20 años, y eso se tiene que notar en la llegada a otros sitios, aunque a esas zonas ya había llegado el oso: en mi tesis ya se ponían puntitos de presencia en La Bobia y, al otro lado de la cordillera, en los montes de León y en el norte de Zamora. Después de la «época de plomo», del hoyo en la población de osos, a finales de los ochenta y primeros de los noventa, han llegado a zonas donde no estaban y ha aumentado el mismo tránsito entre las dos poblaciones. Además, llegan noticias de osos cerca de Burgos, en Orense, en Fonsagrada...».

Lo que no se sabe es qué pasa después con esos osos errantes. Ni con los que nacen cada año en la cordillera. «Ahí nos está vedado el conocimiento, tenemos muchas dificultades para saber lo que pasa. La tara de no poder marcar a los animales implica que hay cosas de ese tipo que no sabemos. Todos los años nacen treinta o cuarenta osos. ¿Qué pasa con ellos, a dónde van? ¿Y qué pasa con el que se va a La Bobia, a Orense, a Mulleiroso? No lo sabemos. De esos treinta o cuarenta nacimientos anuales, ¿por qué llegan tan pocos a la edad adulta? Obviamente han llegado más en los últimos años, por eso la población ha crecido, pero muchos no lo logran. En lo que se refiere a la mortalidad tenemos un velo, también porque es de las partes más difíciles de estudiar y de las que a la Administración le cuesta más poner sobre la mesa (siempre hace más ilusión hablar de nacimientos que no de los osos que han muerto). Esa parte más dura, por así decirlo, de la conservación quizá sea más difícil de tratar y de manejar». En este punto, Naves establece un paralelismo con lo que sucede en los espacios protegidos y fuera de ellos: «los guardas, las medidas de conservación, el seguimiento, están en los espacios protegidos; lo que está fuera es tierra desconocida».

La biología de la reproducción, sobre la que tanto se habla estos días por la fallida maternidad de «Tola», es un aspecto bien conocido, asegura Javier Naves; «lo difícil es intervenir en ella», apostilla. «Con los pandas pasa lo mismo; se conoce bien su biología, pero lo que es reproducción asistida, fertilización, inducción de ovulaciones, etcétera, es muy complicado. Cómo funciona la biología de la reproducción sí lo conocemos porque se ha estudiado en otros sitios y por los trabajos que han desarrollado Santiago Borragán en Cabárceno y el equipo de la facultad de Veterinaria de León. Otra cosa es lo que pasa en el monte. Las osas retrasan la implantación del blastocisto hasta noviembre, tienen seis u ocho semanas de gestación y en enero paren. La cuestión es qué pasa hasta mediados de noviembre. Todo depende de cómo esté la madre, de si engorda lo suficiente para que el blastocisto se implante y se desarrolle o si no alcanza esa condición y el embrión se reabsorbe. Saber eso es complicado». Naves enlaza este aspecto con la posición marginal de las poblaciones cantábricas en el área de distribución de la especie. «Nuestra población es pequeña y presenta unas condiciones ecológicas especiales. No sólo está en riesgo por su tamaño sino también porque biológicamente se encuentra en una situación de estrés por vivir en la frontera natural de la especie. ¿Cómo se manifiesta ese estrés? ¿Cómo afecta a la reproducción de los osos, a su éxito con respecto a poblaciones en una situación más óptima?».

A modo de recapitulación, plantea Naves que «hay cosas básicas que hay que intentar no perder y que no se deterioren, como el seguimiento de la población, que se lleva haciendo desde hace muchos años», y apunta un campo de trabajo que puede generar informaciones de interés: la conducta de los osos. «Puede ser interesante desde el punto de vista de la conservación, hoy y en el futuro. Si vamos a tener más animales, además de la cuestión de dónde tenerlos se plantea la de cómo van a relacionarse con nosotros. Llevamos cuarenta años de conservación. ¿Se van confiando más los osos? ¿Se acostumbran unos ejemplares más que otros a la presencia de las personas? ¿Toleran una presencia humana más cercana? ¿Hay animales que provocan más daños que otros a la agricultura y a la ganadería? Estas preguntas tienen interés desde el punto de vista de la conservación y abren una línea de trabajo», concluye Naves.