-Nací en Pontevedra, en 1947, pero mi padre, que era maestro y funcionario del sindicato vertical, vino a Oviedo de secretario de ordenación social, que no sé lo que era, cuando yo tenía pocos meses. Soy el cuarto de seis hermanos. Mi abuelo Alfonso Taboada Nieto, ciego de nacimiento, había sido pianista de Alfonso XIII y compositor de la alborada gallega. Recuperé algunos de sus temas, pero suenan muy antiguos, muy de principios del XX. Tuvo 18 hijos, no sé, mi padre el más pequeño, y todos fueron maestros y músicos. Los domingos se reunía en el patio con ellos y hacía una orquestina. Ahora, en la familia nos dedicamos a la música yo, que fui mal músico, y una hija de una prima.

-¿En qué Oviedo creció?

En Pumarín, donde sigo viviendo. Estudié con doña Fredes, amiga de mi padre, que daba clases particulares en una casa grande de General Elorza. Su hermano, Roberto, era taxista y entrenaba a boxeadores y organizaba veladas. Mi padre nos examinaba en casa. Luego íbamos a examinarnos oficiales. Nos daban más horas de clase de lo normal. Eran buena gente, pero muy severos con nosotros. Se daba menos religión que en el instituto. Explicaban lo que se preguntaba en los exámenes. Éramos veinte en clase, la mayoría, gente del centro de Oviedo, de Foncalada. Allí estudié hasta los 12 o 13 años, en que pasé al Instituto Alfonso II, en tercero de Bachillerato, creo.

-¿Cómo era el barrio?

No cambió nada. Cambiaron los tiempos. Era una época más oscura en la que no había sitios donde divertirse ni demasiado dinero para ir a los cines. Mi padre tenía un trabajo de clase media, pero no ganaba tanto. Colaboraba en lo que luego fue Radiocadena, con Menchu del Valle, en un programa que se llamaba «Tiempos nuevos», donde explicaba a los trabajadores los derechos que tenían.

-¿Cómo eran sus padres?

Normales. No muy autoritarios. Mi madre, menos que mi padre, más consentidora. Era una casa con muchos hermanos, alegre. Yo en seguida salí independiente... cuando hablaba de la música, se reían.

-¿Cómo vivió el paso al instituto?

Con alegría, más gente, menos horas y cruzar el Campo San Francisco. Era un estudiante regular.

-¿Cuándo empezó a interesarle la música?

A partir de los 12 años, cuando oí a Renato Carosone y su «Marusella», y a otros italianos. Llegaba poca música y no tenía ni tocadiscos. En la radio ponían muchas canciones españolas, mexicanas, Miguel Aceves Mejía, algún argentino como Billy Cafaro y «Marcianita», algún francés, Alain Barrière, Adamo.

-¿Dónde oía su música favorita?

En el bar Cecchini, de la calle Uría, cuando Carlos y Bibi Cecchini eran pequeños. Tenían una máquina de discos de meter dinero y empezaba a llegar música inglesa. También iba a casa de Fran Alonso, un amigo que tenía muchos discos. Luego tocó con «Los Enigmáticos». En casa no lo consideraban música seria. A los 14 o 15 años empecé a meterme más por la música, con Raúl García, Jorge Miralles, que tenían guitarras, y Luis Álvarez y yo, que no. Hicimos un grupo con dos músicos buenos y tres malos. Yo estaba entre los malos: cantaba y tocaba un poco la guitarra. Ensayábamos en la casa del Termómetro, en la Escandalera, en casa de Ramón Álvarez. Montamos un tema de «Los Estudiantes», de «The shadows»... Llevábamos el pelo lo más largo que nos dejaban en casa, imitando a los grupos ingleses, a los «Beatles» del «Twist & shout». Nos hicimos yeyés. Luego «Moody Blues», más adelante «Procol Harum». Íbamos al Canary.

-Calle Foncalada.

Allí conocí a Teddy Bautista con «Los Canarios», a gente de «Los Íberos». Lo llevaba Fernando Martín, el de los del bar Pelayo, en sociedad con Antonio el del Kopa Club. Un ambiente estupendo.

-¿Cómo llevaban eso en casa?

Mal. Eran de «estudia o trabaja», pero no haciendo música. Era difícil vivir de la música. Éramos versioneros, no había creatividad. Cambiaba de conjunto cada dos por tres. A los que éramos malos no nos cogía nadie. En Oviedo funcionaban «Los Juniors», «Los Espectros», ya medio profesionalizados. Nosotros jugábamos. Tocaba la guitarra y el teclado, de oído, mal. Siempre hay algún problema. Ahora los grupitos que cantan en inglés es porque son malos letristas. Mis hermanos tampoco me entendían mucho. Acabó siendo un acto de rebeldía.

-No buen estudiante, quería ser músico. ¿Ocupaba en eso todas sus energías?

Cogía y dejaba el Bachillerato. También hacía mucho deporte, atletismo, de la época de Melanio Asensio, que compitió en los 100 metros lisos en los Juegos Olímpicos de Roma. Íbamos a entrenar al Cristo, a lo de la OJE (Organización Juvenil Española), que llevaban Muñoz padre y Pepe Fanjul. También iba al gimnasio Alpo, de José Ramón Fanjul, un hombre muy altruista porque no pagábamos ninguno. Iban piragüistas, boxeadores, tenía anillas y paralelas. Hacía atletismo, fútbol sala, natación, judo, kárate... corría mucho, pero no destacaba en nada, era mediocre.

-Usted marchó a Madrid

Sí. Llegó un grupo valenciano, «Los Rangers», al Canary y me hice amigo de ellos. Como todos los artistas de la discoteca, se hospedaban en el hostal Asturias, en la calle Uría, junto al Pasaje. El teclista les iba a dejar y me ofrecieron entrar en el grupo. Sólo me dejaban tocar tres temas: «Hey, Joe», de Jimi Hendrix; «Light my fire», de «The Doors», y «Twist and shout». Intentaba hacer todos los temas, pero era muy malo. Había mucha diferencia de calidad. Me fui con ellos a Madrid.

-¿A qué edad marchó?

A los 18 años. Avisé en casa de que marchaba a Madrid, pero no dije nada de la música. Era la primera vez que estaba en Madrid. 1966. A los pocos días, «Los Rangers» se fueron a Valencia y me dejó una habitación para dormir Mari Trini, que ya empezaba a grabar discos con Hispavox. Era muy inteligente, lo tenía todo muy claro, muy evolucionada. Nunca había conocido a una mujer así. Bueno, claro, yo venía de recorrer el paseo de José Antonio de lado a lado para ver a las que nos gustaban y ni les hablábamos. En Madrid se te abría el mundo. La gente era mucho más independiente que aquí.

-¿A quién más conoció?

En seguida, a Ángel Álvarez, el radiofonista del «Vuelo 605». Conectamos, primero, porque los dos éramos asturianos y, después, porque a mí me gustaba mucho toda la música y él la traía de fuera. Me protegía, me metió por «The Doors», me llevó a ver cómo hacía su programa más de una vez, me regaló discos que aquí no existían y así empecé a ser un coleccionista importante. Yo sabía quién era buen músico y quién no. Por eso acabé dejándolo, porque era malo. Ángel me presentó a muchísima gente.

-¿A quiénes?

A todos... «Los Íberos», «Los Bravos», «Los Pekenikes», Miguel Ríos. Eran los tiempos de los matinales del Price, que lo cerraron en una temporada por una columna de Adolfo Marsillach en el diario «Pueblo», desde el lado aperturista, que hizo mucho daño.

-¿Se sostenía usted en Madrid?

No ganaba ni para la pensión. Parte de «Los Rangers» se había ido a Valencia y el resto quedó en Madrid. Cerca del Price había un señor que nos pagaba por embolsar arena para limpiar las cocinas: 6 pesetas por cada cien bolsas. Íbamos al «vampiro», a vender sangre, que pagaba 1.500 pesetas. Uno de «Los Rangers» tenía una casa, en la que vivíamos cuatro y, encima, vivía una tía suya, que tenía bastante dinero y nos daba la comida.

-¿Dónde quedaba su casa?

En la calle Herradores, detrás de la plaza de España. Había muchos sitos para actuar, pero pagaban muy poco. Actuábamos también por pueblos de Madrid y ganábamos algo de dinero. Empecé a pinchar música y mis amigos de «Los Ángeles», que tenían la discoteca La Guitarra, en Almuñécar (Granada), me contrataron en el verano de 1967. La llevábamos un camarero y yo. Cobraba 6.000 pesetas, me dejaban una casa para alojarme y comíamos en un bar que había al lado, pagando de la caja de la discoteca. El sitio estaba muy bien, tenía dos entradas, una desde la calle, otra a la playa. Los alemanes bailaban a los «Rolling Stones» en la arena. Ahorré mucho dinero. Allí conocí a un alemán que me ofreció pinchar en su discoteca de Ibiza para el año siguiente.

-Se va haciendo disc-jockey.

Sí, gano algo de dinero para vivir independiente, hacer lo que me gusta y comprar algunos discos. En el verano de 1968 estaba en Ibiza, en Amnesia, al lado de Pachá. Allí conocí a gente muy interesante. A Chris Rawl, que estaba con Julie Driscoll, la de Julie Driscoll, «Brian Auger & The Trinity», que me gustaba mucho. La vi en el Festival de la isla de Wight.

-La Ibiza del 68 era hippy total.

Muy agradable. Había gente con mucho dinero. Yo trabajaba. Me relacioné mucho y conocí a mucha gente, entre ellos Eric Burdon. Pasé dos meses de verano. En septiembre volví a Oviedo porque me reclamaban en casa y porque tocaban «Los Rangers» en La Herradura. Yo llevaba pantalón de campana y pelo algo largo, sin exagerar.

-¿Tenía buenos hábitos o de hippy?

En mi vida fumé un porro, pero en Ibiza había de todo. Yo estaba mal visto.

-¿Y las chicas?

Guapísimas, muy liberales. En el Festival de la isla de Wight ya no me parecieron tan guapas porque eran sucias.

-Ese festival fue un hito hippy al que acudieron muy pocos españoles. Cuéntelo.

Se celebraba los cinco últimos días de agosto de 1970. Había planificado ir y verme allí con Ángel Álvarez. Se cogía el ferry en Southampton. Compré la entrada de 10 libras para tener cerca a Hendrix. Había ido antes porque Julie Driscoll se ofreció a presentarme a Hendrix, que andaba tocando con ellos en Inglaterra. Yo quería conocer a Jim Morrison. Al final no conocí a ninguno.

-¿Cómo fue musicalmente?

Los primeros días actuaban grupos desconocidos... bueno, desconocidos entonces. Allí supe de «Supertramp», de «Redbone». Yo era seguidor de Melanie (Safka), no me dio más Joan Baez y vi debutar a Leonard Cohen. El festival tuvo mil problemas. Había colas tremendas para ir al servicio y la gente hacía las necesidades cerca de las tiendas. Unos pandilleros motoristas tiraron una valla porque les parecía muy cara la entrada y la comida que vendían dentro. Al final, para regresar, pasamos horas esperando el ferry a punta de metralleta, controlados por la Policía. Era la primera vez que iba a Inglaterra. Luego regresé muchas veces. Después del festival regresé a Oviedo como disc-jockey de la discoteca Aristos.

-Se ha saltado la mili.

Sí. Había que quitarla de delante. Infantería de Marina en el Ferrol. Allí conocí al cantante Andrés do Barro, que me sacaba bastante del cuartel. Era hijo del almirante Do Barro, y Juan Pardo -al que conocía desde el Price, cuando estaba con «Los Estudiantes» y «Los Pekenikes»- era hijo del almirante Pardo.

-¿Cómo conoció a Do Barro?

En Ferrol iba a un local que ponía música muy moderna. Yo era popular porque llevaba mis discos de «Herman's Hermits» y «The Doors», y me hice amigo suyo. Me ayudó mucho en el cuartel y aprendí solfeo y armonía con su profesor de música, recibiendo las mismas clases que él.