La práctica de sobrepesca consentida cambió radicalmente cuando la comisaria europea de Pesca, Maria Damanaki, dio orden de extremar los controles, de imponer sanciones y de no dejar pasar ni una a las flotas. La presión de los socios comunitarios del Norte, en un clima de crisis y fuerte dependencia económica de la Unión Europea, obligó a España a decretar una especie de estado de excepción pesquera: las inspecciones se multiplicaron y, con ellas, las sanciones. Hoy en día los pescadores temen más a los inspectores que a las galernas, y es comprensible, porque se la juegan si son pillados en un renuncio. Aun así, sigue habiendo quien arriesga: «No es avaricia, es que pescando sólo el cupo no cubres gastos», se justifica un armador.

Puestos a cavilar sobre las razones por las que Europa está decidida a apretar las clavijas pesqueras a España, aun a costa de llevarse al sector por delante, cada cual tiene su teoría, pero hay una muy extendida por los puertos asturianos. La cuenta el patrón mayor de Cudillero, Salvador Fernández: «El sistema de reparto de cupos es claramente injusto. Pongamos el ejemplo de la xarda: a nosotros, que la pescamos de forma artesanal, nos conceden una miseria de cupo y países del Norte como Noruega tienen cuotas que multiplican las nuestras por cien. Hay barcos factoría escandinavos que pescan en una semana el cupo entero de todo el Cantábrico. ¿Cómo puede ser esto? Pues muy sencillo: se trata de eliminar la competencia del Sur para quedarse con el negocio. El plan, de ser cierto, tendría como objetivo concentrar el sector en unas pocas manos. Y para eso, claro está, nosotros sobramos. Europa ya dejó de ser una unidad política y social, si es que alguna vez lo fue; ahora es un mercado puro y duro, y en ese contexto todos sabemos qué intereses son los que mandan».

El director general de Pesca del Principado, Alberto Vizcaíno, preguntado por su opinión sobre este particular, acaba por medio asentir: «La fuerza de nuestros argumentos sobre pesca artesanal y sostenible -que ésa es la pesca que se practica en el Cantábrico- no es tenida en cuenta, o sea, que sí, a veces me siento tentado a darles la razón a quienes sostienen que Bruselas tiene un plan trazado para cargarse la flota española». Dimas García, presidente de la Federación Asturiana de Cofradías de Pescadores, opina que la política de cupos pesqueros de la Unión Europea es la responsable en última instancia de las tensiones que se producen entre países y que, en buena medida, perjudican a España: «Es sabido que a los franceses les encantaría meterle un buen bocado a nuestra cuota de anchoa; o sea, que no es de extrañar que presionen para reducirnos la de xarda, a ver si así logran concesiones en la primera. Todo es política, pero los que pagamos los platos rotos somos los pescadores».

Esa vajilla que amenaza con hacerse añicos deja un reguero de daños, según los testimonios recogidos en varios puertos asturianos. Si las cosas de la mar no estuvieran tan revueltas, los armadores como el pixueto Fernando Iglesias afirman que invertirían en la modernización de los barcos, nuevos empresarios se verían tentados por la posibilidad de hacerse armadores, los jóvenes en paro de localidades costeras no le harían ascos a enrolarse en un pesquero... En opinión del veterano armador, «si las cosas fueran normales y nuestros políticos tuviesen lo que hay que tener para plantarse en Bruselas y decir "¡hasta aquí hemos llegado, señores!" tendríamos futuro; pero no veo que vayan por ahí los tiros. Muy al contrario, los mismos que nos dieron subvenciones para hacer barcos ahora nos prohíben pescar. Es que esto no lo entiende ni Cristo; es como si para mandarte a la guerra te dieran una escopeta y luego te negaran las balas».

El candasín José Ángel Gutiérrez, «El Francés», ve con amargura la deriva de la Unión Europea en materia pesquera y opina que «no hay futuro», más que nada porque «no vemos ninguna luz al final del túnel en el que nos están metiendo. Es un túnel sin luz ni final».

«El Francés» se muestra especialmente dolido porque «están abocando a todos los pequeños pueblos pesqueros a la desaparición. No apuestan por la flota de toda la vida, la que de verdad crea puestos de trabajo, la que hace que los pueblos marineros mantengan su encanto. Se les llena la boca hablando de la pesca artesanal, pero luego barren para los grandes barcos de arrastre, que emplean a poca gente y con malos sueldos».

En Luarca hay un pescador, Ángel Lanza, que ruega por que las cosas cambien. Y es que este pescador luarqués tiene dos hijos que también se dedican a la pesca y quieren continuar con una tradición familiar que inició su bisabuelo. Lanza está a favor de los controles sobre el sector y de la limitación del pescado que puede capturar un barco, pero también quiere que la Administración «se haga cargo de lo que ha provocado». El desguace de los barcos, una propuesta que está sobre la mesa, «no es una solución si no existen indemnizaciones acordes con la inversión realizada y en buena medida alentada en su día por la propia Administración», apunta.

El tapiego Miguel Maseda se queja del estricto control al que se ven sometidos los pequeños autónomos: «Nos tratan como a buques-factoría. Yo voy solo al mar y me obligan a llevar una balsa de emergencia para cuatro paisanos; faeno a milla y media de puerto como máximo y me exigen sistemas de seguridad como a un barco de altura», explica. Eso, sin contar los requisitos de titulación: «Tenemos que hacer más cursos que un astronauta». La burocracia acorrala al pequeño autónomo y, según asegura Maseda, machaca el relevo generacional. Él aprendió el oficio de su padre y siendo niño lo acompañaba a faenar como aprendiz: «Hoy eso sería impensable, no puedo llevar a mi hijo si no está enrolado. Así no se logra el arraigo, se rompe la tradición y es precisamente lo que falta, fomentar que los jóvenes se inicien en el sector. Esto hay que mamarlo».

El cargo obliga. Alberto Vizcaíno, director general de Pesca del Principado, es moderadamente optimista sobre el futuro de la pesca asturiana: «Nos jugamos mucho en el envite: la pesca supone el 1 por ciento del PIB asturiano, pero en ciertas localidades costeras llega a ser el 9 por ciento, por no hablar del intangible cultural, turístico, etcétera, que aporta esta actividad».

El futuro, no obstante, pasa, según Vizcaíno, por una reducción de la flota. Otra más, porque desde la década de los años setenta a hoy la reducción del número de barcos (y de marineros) ha sido una constante. «Con tan poca cuota de capturas máximas como la que la Unión Europea asigna a España, sobra flota; o sea, que o logramos más cuota o desguazamos barcos, y tiene toda la pinta de que lo más probable es lo segundo», asegura el responsable regional de asuntos pesqueros, un cargo poco envidiable a la vista de la tormenta que amenaza con desatarse en los puertos pesqueros, donde son perceptibles el hartazgo y la rabia por la brutal presión a la que está sometida la actividad.

Vizcaíno, al que la gente de la mar agradece su cercanía a los problemas de la pesca y el hecho de que «hace todo lo que puede», opina que la pesca del Cantábrico ha entrado en un régimen de supervivencia y pone nombre y apellidos a la principal responsable de negar el pan y la sal a los pescadores: Maria Damanaki, la comisaria pesquera. «Ciertas decisiones, como la reciente sanción por sobrepesca de xarda en 2009, son una majadería», se desahoga.

El armador pixueto Fernando Iglesias Marqués, «Viriato», se irrita con sólo pensar en Cudillero huérfano de barcos. «Sería el acabóse, algo inconcebible; la pesca es la razón de ser de este pueblo y de otros muchos», reflexiona. Pero esa visión de Cudillero sin barcos, o con menos de los que aún amarran en su puerto, no es una hipótesis descabellada a tenor de las previsiones ministeriales sobre nuevos desguaces: «Cuando yo empecé a pescar en aguas comunitarias, allá por los años sesenta, íbamos 400 barcos y hoy apenas quedamos cien. ¿Qué más quieren reducir?».

A Viriato le duele «en el alma» el «maltrato» que sufre la pesca, no en vano embarcó por primera vez con 6 años, navegó en diferentes barcos durante cuatro décadas, invirtió las ganancias en la compra de una lancha -el «Austera»-, luego un barco -«Siempre Austera»- y hoy es dueño de dos y medio: el «Viriato», el «Siempre Viriato» y el «Canto Nuevo» (éste último, a medias con otro armador). Y del dolor a la queja, un paso: «Los que nacimos como quien dice dentro de un barco, los que mamamos este oficio desde guajes, no podemos entender por qué se ponen trabas a la pesca. Si de algo sé después de tantos años pescándolas es de merluzas e invito a cualquiera a que venga conmigo en el barco y verá que está la mar infestada. Siendo así, habiendo mercado para el producto, mano de obra para pescarlas y empresarios dispuestos a invertir en buenos barcos, ¿qué razón hay para negarnos el pan?».