«La voz de América».

«Nací el 9 de abril de 1943, con lo cual soy de signo Aries, y Arias de apellido. El otro apellido, Polledo, está repartido por Asturias, pero mi padre, Adolfo Polledo, era de un pueblo del concejo de Grado, de Cabruñana, y dentro de Cabruñana, de un pueblecito que está a un kilómetro y medio y que se llama Los Llanos. Mi madre, Teresa Arias, era del concejo de Pravia, de un pueblecito que está por encima de Corias y que tiene una ermita, La Prohída. Es un lugar precioso con una vista magnífica del valle del Narcea, de toda la vega de Corias, de Quinzanas, de San Justo y de Llera. Mi padre estuvo en Cuba, en Sagua la Grande, no sé exactamente en qué año marchó, pero sí que al volver es cuando funda la librería Santa Teresa, en 1928. Recuerdo como anécdota de mi infancia (tendría yo 6 o 7 años) que en las tardes y noches de los domingos en casa siempre se escuchaba "La voz de América", que imagino sería para mi padre un punto de conexión entre la actualidad de entonces y lo que él había vivido en Cuba. Era aquélla una emisora que se cogía en la onda corta, con todos los ruidos del mundo, y que se emitía desde el otro lado del charco».

Hacia Corias de Pravia.

«Mi padre trabajó en Cuba y volvió con unos ahorros para abrir la librería, en la calle del Peso. De aquélla mi familia vivía en la Fuente del Prado, al lado de lo que ahora son las torres del barrio de Otero. Allí tenían prados y una casa, y, según me contaron, en la Revolución de Octubre de 1934 recibieron la visita de unos mineros que quisieron pasar a mi padre por las armas, pero algún vecino, o algún minero, intervino y no ocurrió nada. Sé también que en 1936, en la Guerra Civil, cuando mi familia vivía en la calle Jovellanos, mi madre salió de Oviedo con sus cinco hijos pequeños y se fue caminado hasta el pueblo de Corias de Pravia. Mi padre permaneció dentro del cerco, pero no movilizado, porque ya tenía sus años. Aquellos cinco niños con los que marchó mi madre eran mis hermanos mayores, pero después naceríamos otros cuatro. Yo fui el más pequeño de los nueve y nací en la plaza de Primo de Rivera, donde mi familia tenía entonces un chalé al final de la calle Fray Ceferino y al comienzo de la plazoleta. A continuación había una callejuela de talleres que bajaba desde la calle Nueve de Mayo hasta General Elorza, y más allá estaba el convento de las Salesas. En ese entorno transcurrió mi infancia».

La librería Polledo.

«Creo que el nombre de mi madre, Teresa, explica un poco el nombre que mi padre la había puesto a la librería, pero imagino que habría también connotaciones literarias por Santa Teresa de Jesús. La razón de que mi padre pusiera una librería la desconozco. Él nunca me comentó nada al respecto y, además, murió siendo yo muy niño, cuando tenía 13 años. Así que nunca supe el porqué de una librería en lugar de una tienda de ultramarinos o una de ropa; pero sí nació la librería en la calle del Peso, en un local que hoy ocupa una tienda de antigüedades, y enfrente de la actual librería Polledo, que es de nuestras primas María Jesús y María de los Ángeles. Esa librería la fundó precisamente un hermano de mi padre, Amado Polledo, quien, por cierto, también había estado en Cuba. Mi tío tuvo al comienzo su librería en Gijón, en la calle de San Bernardo, y años después la trasladó a Oviedo. De la primitiva librería Santa Teresa sé que comercializaba más que nada papelería y material escolar, cuadernos de caligrafía, lápices, etcétera. Eran tiempos aún oscuros para los libros, de un mercado no muy boyante y con una situación económica no favorable. Escaseaban las publicaciones, porque recuerdo que incluso años más tarde, cuando yo me estaba iniciando en la lectura, había muy poco entre lo que escoger. Yo me inicié en la lectura con las aventuras de Roberto Alcázar, con el capitán Trueno y con el "TBO". Luego, cuando ya empecé a leer en plan serio, con once o doce años, tenía que acudir a aquella colección famosa de Novelas y Cuentos que estaba impresa en papel de periódico. Mirándola desde el presente era malísima, pero era lo que había, y en cuanto a las traducciones, la mayoría eran infames. Me di cuenta porque obras que luego releí cambiaban totalmente. Sin embargo, en esa colección conocí a gran parte de la Generación del 98. También podemos referirnos a la primitiva colección Austral y a otra colección, también de Espasa Calpe, pequeñita, que se editaban en octavo y se llamaba Clásicos Universales; pero la librería Santa Teresa era una de las históricas de Oviedo, como Ojanguren, Cervantes y, en aquella época, Galán, que era más bien de material escolar y que estaba donde hoy está la tienda de Kopa Vestir, en Palacio Valdés».

Historias del maquis.

«Durante la Guerra Civil no hubo víctimas en mi familia, pero sí una persona represaliada después, y durante muchos años: mi tío Manolo Arias, "Antón de la Braña", al que le han dedicado la Biblioteca de Pravia. Mi tío, maestro nacional, había publicado bastantes obras de teatro asturiano y muchos libros de texto. Estuvo castigado, o represaliado, primero en Lavio, Salas, y luego yo creo que ya vino para Cornellana, y allí estuvo prácticamente toda su vida hasta que en los últimos años vino para Ventanielles, en Oviedo. Fue castigado como tantos maestros de la República que pasaron por una depuración. De esas represalias conozco bastante por muchos motivos. Y uno de ellos es muy curioso, y sucedió cuando yo era niño. Entre los 9 y los 12 años me llevaban a veranear a Puebla de Lillo, donde andábamos todo el día tirados por el monte, para arriba y para abajo, jugando con otros niños en las cercanías del pueblo, o de excursión con los mayores en el lago Ausente o en Susarón. Nos dedicábamos, entre otras cosas, a recoger balas por el monte; luego hacíamos una hoguera y las echábamos en ella para que estallasen. De locos. Pues, un día, entre la hierba, tropecé con unas antiparras, una gafitas de alambre. Me hizo ilusión encontrar aquello, y cuando pasaron tres o cuatro años llegó a mis oídos alguna historia del maquis. Empecé a cavilar y pensé que aquellas gafas podían haber pertenecido a algún guerrillero. El tema comenzó a apasionarme y empecé a leer muchísimo sobre ello. Descubrí a personas que toda la vida he admirado por su valentía y honradez. Leí, investigué y charlé con bastantes personas que habían pertenecido a aquella lucha o habían estado muy cercanas a ella. De hecho, estoy terminando una novela sobre el maquis en la cordillera Cantábrica, y es una de las tareas a la que quiero dedicarme intensamente ahora que contaré con un poco más de tiempo».

Tertulia en la librería.

«No supe exactamente cuáles podían haber sido las ideas políticas de mis padres, porque el vicio de la época era no hablar nunca de los problemas pasados durante la Guerra Civil y no significarse en política. Voy a decir aquella frase de Ricardo Vázquez Prada: "Ni de izquierdas, ni de derechas, sino todo lo contrario". No recuerdo ninguna significación política en mi familia, y, de hecho, en la librería hubo tertulias los domingos por la mañana a las que acudían, por ejemplo, desde don Martín Andreu, que era canónigo de la Catedral, hasta mi tío Manolo Arias. Allí les recibía mi tío Jesús Arias, hermano de mi madre, que trabajaba en la librería y que quizás haya sido la persona que más me introdujo en la literatura y que me enseñó a conocer toda la Generación del 98, fundamentalmente a Baroja, del cual era un enamorado. Los domingos no abría la librería, pero se trabajaba en ella porque había tareas que poner al día. Y además era una vía de escape para reunirse, charlar y cambiar impresiones sobre diferentes temas. Llegaban los tertulianos por la mañana, picaban, entraban y se ponían a hablar de lo divino y de lo humano, de cuestiones literarias, o de Oviedo, pero, que yo recuerde, nunca escuché hablar nada de política. Esto era en los años cincuenta y la librería se había trasladado ya a la calle de Pelayo».

«El gallo de la Tenderina».

«Puedo decir que viví una infancia maravillosa. Además de que el chalé de mi familia tenía un patio y un jardín grande, la plazoleta y las calles adyacentes eran todas nuestras, de los chavales. No pasaba un coche ni en broma, aunque sí recuerdo que en los meses de mayo o junio veíamos pasar la hilera de cádilacs de Franco, que iban en dirección al Narcea. Pasaban por allí delante a una hora temprana, a las nueve o a las diez de la mañana, y al atardecer, otra vez regresaban para el pazo de Llanera, de la familia de su mujer, los Polo. Y recuerdo el tranvía que pasaba por allí. Montábamos en el tope y bajábamos hasta la Vega, y si el revisor no nos echaba antes, cogíamos otra vez el tope para subir otra vez hacia casa. Pasé la infancia jugando a las chapas, al piocampo, o "a la una pica la mula". O andando en bicicleta y patinando. Nos reuníamos todos los chavales del barrio y formábamos una peña grande; de vez en cuando había problemas con peñas de otras calles y era necesario andar a pedradas. Nunca participé en las peleas entre barrios, pero sí recuerdo una que hubo en la calle de Fray Ceferino, que estuvo tomada desde el cruce con Nueve de Mayo hasta la plazoleta. Estaba a tope de gente joven y se produjo una pelea entre la peña de Económicos y la de Nueve de Mayo. Se utilizaban mucho de aquélla los troncos de los plátanos y recuerdo los palos que se dieron y cómo yo los observaba desde detrás de la verja. No se me olvida nunca una voz, un grito que le escuche aquel día a un gran amigo, Rodrigo Grossi, después profesor de Literatura y concejal de Ayuntamiento de Oviedo durante muchos años. Rodrigo llama a su hermano, y tengo grabados sus gritos. Lo que nunca escuché es que se utilizasen nunca armas de otro tipo, armas blancas, por ejemplo; todo era con los puños, el palo de los plátanos o las patadas. Había la pandilla de Económicos (a la que pertenecían los de nuestra zona), la del Nueve de Mayo, la de Santo Domingo, la de la Argañosa, en la que eran muy duros, o la de la Tenderina, que era también muy famosa. Incluso había uno al que llamaban "el gallo de la Tenderina". Los miembros de las pandillas eran bastante mayores de lo que éramos nosotros, tenían de 15 a 18 años, o 20 incluso. Las peleas surgían sin ningún motivo: simplemente se anunciaba que al día siguiente habría una pelea a las siete de la tarde contra los de no sé dónde. Se daban de leña, se divertían y lo pasaban bien, cosa muy extraña».

Paso a la Escuela de Comercio.

«La vida transcurría en Oviedo, la cual, como hoy lo sigue siendo, era una ciudad muy manejable. Puede que fuera totalmente manejable porque todos nos conocíamos. Recuerdo que la primera multa que me podían haber echado no fue tal porque, aunque con 12 o 13 años bajaba yo camino de la Vega en una Lambretta, me paró un guardia e inmediatamente me cogió y me dio la vuelta y me dijo que fuera inmediatamente para casa y que no quería verme más con la moto. Quiero decir que todos nos conocíamos. Era una ciudad muy agradable para vivir y no olvido el ambiente que había en el Campo San Francisco, en el Bombé, en el paseo de los Curas, en la Herradura, donde se jugaban los famosos partidos de fútbol. En estudios fui un poco vago, aunque al comienzo, en el Colegio Loyola, era un buen estudiante, un alumno de matrículas. Y así fue hasta que hice el ingreso de Bachillerato, con diez años y cuando por una razón que todavía desconozco, mi padre me pasó a la Escuela de Comercio. Allí dejé de estudiar prácticamente, porque no me interesa ni el haber ni el debe, ni el saldo, ni el diario, ni el mayor. No me interesaba nada de lo que me enseñaban, y entonces me cultivé por mi cuenta todo lo que pude, pero ajeno a aquel ambiente en el que me habían metido. Fui prácticamente autodidacta en literatura, que era lo que más me gustaba, y, de hecho, de niño comentaba con los amigos que quería ser escritor; pero luego se frustró todo con aquel cambio. Estudié Comercio sin ninguna pasión, ni la más mínima, y luego hice el Bachillerato».

Tres amigos en la carretera.

«Desde mis 12 años, durante el verano, ya me tocaba venir a la librería y coger el carro para hacer los recados: recoger los paquetes en Correos, que de aquélla estaba en la calle de Campomanes, y hacer el reparto. Al año siguiente murió mi padre. En los ratos libres, después del horario de trabajo, que no era rígido en esos años, dedicaba muchísimo tiempo a andar en bicicleta. Fue una de mis pasiones. Todos los días bajaba hasta Colloto y hasta Lugones. Hacía mis pinitos y participé en carreras ciclistas toda la vida, hasta los 43 años, que ya casi en plan de broma corrí en Menorca una carrera. Ya digo que el ciclismo fue una de mis pasiones, y entrenaba muchísimo, pero dejé la bicicleta después de que tres amigos hubieran quedado en la carretera a causa de varios accidentes. Uno fue José Luis del Viso, que tenía una tienda aquí al lado y era familia de los Del Viso de toda la vida, del que jugó en el Real Oviedo y luego murió ahogado en la playa de Salinas, o de José María Fernández del Viso, que fue concejal de Oviedo. El segundo amigo que perdí era de Mieres, y el tercero fue un médico, Amalio Telenti. Íbamos a hacer aquel año el Camino de Santiago en bicicleta. Amalio Telenti venía muchísimos días a la librería por la tarde, después de cerrar. Fue la persona que me enseñó a leer poesía; era un hombre cultísimo, con un estilo de vida muy peculiar, sin ningún afán de enriquecerse ni de presunción. Una persona entrañable y un fuera de serie. De aquélla dejé la bicicleta, pero como seguía con el vicio acentuado cogí una "mountain bike" todoterreno y un día se me ocurrió subir al Naranco y recorrer todas las pistas. En la bajada, justo donde Casa Lobato y el desvío para el colegio de las Teresianas, subía un coche. Yo iba a 50 o 60 kilómetros por hora, que es una velocidad que se alcanza como nada bajando. El coche giró de repente y yo libré de casualidad. "Esto no puede ser", me dije, y aquel día colgué de nuevo la bicicleta y me dediqué a caminar y a correr».

Disputas entre Baroja y Valle-Inclán.

«Cuando empecé a trabajar en la librería, ésta tenía unos ocho empleados, lo que quiere decir que había mucho movimiento. Trabajaba en ella mi tío Jesús, como ya he dicho, que influye mucho en mí porque también vivía con nosotros. Nuestras conversaciones eran largas, sobre todo de literatura. Él siempre fue un enamorado del 98 y quieras que no siempre nos contaba la última anécdota que había leído acerca de Baroja o de Valle-Inclán, o cualquier disputa que habían tenido entre los dos. En otros aspectos de la literatura fui autodidacta, y desde los 12 años devoraba todo lo que caía en mis manos, desde los clásicos latinos y griegos hasta los clásicos rusos, pero tengo una espina clavada, y nunca pude con ella, a pesar de haberlo intentado como seis u ocho veces: el "Ulises" de James Joyce. Lo intenté con 15 o 16 años, en la única edición que había, una de Losada, y recuerdo que llegaba a las páginas 50 o 60 y tenía que volver a comenzar porque no sabía qué es lo que había leído; no me había enterado absolutamente de nada y tuve que dejarlo por imposible. No sé si algún día retornare a ello, pero de momento no tengo ninguna gana».

Ruedo Ibérico y Losada.

«Comencé a trabajar en la librería, y desde los 16 años ya fue mi trabajo fijo. También trabajaban en ella mis hermanos Constantino, llevaba los temas de papelería, y José Luis, con la contabilidad. Yo me hice cargo de los libros, en principio aconsejado por mi tío Jesús y después ambos al alimón, hasta que él falleció. La vida transcurre con normalidad, pero los 50 y los 60 eran años muy oscuros, vamos a decir, en cuanto a literatura, lo que pasa es que compensabas un poco con las tertulias que tenías fuera de la librería. También se daba la situación de los libros prohibidos, de los cuales nosotros teníamos bastantes títulos del Ruedo Ibérico o de Losada. Los primeros eran los más perseguidos. En muchas ocasiones nos llegaban títulos y al día siguiente estaba la Brigada Político Social de la Policía ya detrás de ellos, y venían a requisarlos. Recuerdo que tuve mucho trato con un policía de aquella brigada, Pedro Antonio (no puedo recordar ahora su apellido). Que murió muy joven. Fue un buen amigo, muy buena persona, y muy culto y gran lector; pasaba a la parte de atrás de la librería, lo veía todo y no había ningún problema. Incluso cuando se enteraba un poco antes de que cierto libro iba a ser requisado me hacía llegar un mensaje. Entonces entregaba un ejemplar a la Policía cuando venían y la cosa se paraba».

Ver pasar a Sofía Loren.

«Teníamos la tertulia en el chigre La Perla, en la misma calle de Pelayo, justo enfrente del teatro Campoamor. Lo llevaba Enrique, o Enricón, de quien se cuentan muchísimas anécdotas. Era un tipo mal educado pero singular. Un día llegó un cliente, pidió un vaso de vino y se lo sirvió. Después le pidió una tapa y, sorprendido, Enrique se pregunto: "¿Una tapa, una tapa?". Total, que él metió un dedo en el vaso de vino. En el chigre había ratones, por supuesto, que andaban por allí como Pedro por su casa. Pasó un día un ratón y alguien se lo dijo a Enrique, que replicó: "Por este precio, ¿qué quieres? ¿Ver pasar a Sofía Loren". Otra anécdota que cuenta es aquélla del viajero que llegó y puso su paquete en una estantería. Se tomó algunos vinos de más, se marchó y dejó el paquete olvidado con tan mala suerte que se iba viaje al otro lado del charco. Cuentan que al cabo de 15 o 20 años volvió por el chigre a tomar un vaso de vino y allí continuaba el paquete que había dejado olvidado. No sé si es verídico, pero sí que se contaba».

Un policía en la tertulia.

«En La Perla teníamos una peña que se reunía todos los días al mediodía. Iba Juan Uría, "Juanón", hijo de Juan Uría Ríu, y Javier Uría, su hermano el pintor; y Monchu Govisa, Quico Guisasola, o Manolo Vega. También se charlaba de lo humano y de lo divino, de todo, y sin cortapisas; pero las había cuando en ocasiones llegaba uno de la Brigada Político Social, cuyos componentes estaban metidos en todos los lugares. Allí estábamos nosotros sentados, y no sé por qué razón no acabamos todos en Alcohólicos Anónimos, porque al llegar no pedíamos un vaso de vino, sino que lo normal era pedir media de vino. Luego nos colocábamos en aquellas mesas alargadas, negras y sucias, hasta que se acababa la botella o llegaba la hora de marchar. En ocasiones venía éste de la Político Social, cuyo nombre no recuerdo, y ya nos cortaba absolutamente. Sabíamos que era policía y él no dejaba de presentarse como tal. Incluso a veces contaba que aquel día habían perseguido a dos estudiantes y les habían pillado en tal sitio. A veces, había que coger, levantarse y marchar, porque aquel policía era auténticamente desagradable contando las cosas, sobre todo cuando tú tenías muchos amigos metidos en follones, y que aquel tipo te fueran contando aquellas historias que no tenían sentido y que eran de mala gente por parte de la Policía. Aquella época debía de ser mala para ellos, pero a lo que se dedicaba la Policía era a dar palizas. A un amigo mío le vi la barriga totalmente negra, como si fuera una piedra de carbón, de la paliza que le habían dado. Al comisario Claudio Ramos Tejedor de buena persona le había tocado muy poco. Era el típico del palo y la zanahoria, y las palizas que daban eran notables. Recopilé muchas historias que me han contado gentes de la guerrilla o gentes del Partido, y cuando hablo del Partido hablo, por supuesto, del Partido Comunista».

Dos meses de militancia.

«Tuve, y tengo, inclinaciones políticas, aunque sólo milité un par de meses en un partido. Lo hice a instancias de Álvaro Ruiz de la Peña, que se empeñó en que tenía que ingresar en UNA, Unidá Nacionalista Asturiana. Figuré allí ese tiempo y un día a la semana, los viernes, a las ocho de la tarde, acudía a la sede del partido; pero allí lo que menos importaba era la unidad nacionalista astur; lo que más importaba era el crecer y el medrar, y no me interesa estar aquí; pero sigo con mis inclinaciones políticas sin militancia, y como ya lo he dicho públicamente en alguna ocasión, puedo decirlo otra vez: nunca voté a un partido de derechas, quiero decir, que nunca voté ni al PP ni al PSOE».