El mural ocupa una curva de la carretera que remonta el valle de Turón, allí donde La Veguina deja paso a La Felguera sin que físicamente haya cambiado la travesía urbana. En la pared, dibujado entre el escudo de Mieres y la silueta de un castillete minero, un grupo abundante de personas sin cara, pintadas en distintos tonos de azul, sostiene una pancarta que dice "Luchando por nuestro futuro". El grafiti resume lo que queda de lo que fue el valle de Turón. La voluntad de combate. El ecosistema minero más genuino de Asturias ha devenido en este lugar donde los castilletes abandonados comparten espacio con los restos fosilizados de la reindustrialización fracasada. El emblema hullero se ha transformado en paradigma de la reconversión errada, donde ahora la población protesta porque se le va lo poco que le quedaba, porque los que les arrebataron los pozos y los fondos vienen a llevarse también los servicios. Hunosa amenaza con cerrar el economato -el "súper", para los turoneses- y alguien lamenta que, de tanto perder, pronto no habrá en el valle nada más que eso que dice la pintada. El espíritu de lucha, la rebeldía colectiva de quienes sabiéndose cada vez menos y más zarandeados han resuelto que "vamos a seguir luchando por nuestro futuro".

Ahora lo dice Piedad Martínez, delegada de la Asociación de Amas de Casa de Turón, y está hablando de la amenaza de cierre del economato. Sí, de eso también, pero no sólo de eso. Por detrás asoma la sombra de todos los otros ceses. No es la pérdida del supermercado, ni de lejos, el peor de los agravios que ha sufrido en las últimas décadas este valle desencantado, demasiado acostumbrado a ver bajarse persianas de toda condición, desde las de los pozos hasta las de prácticamente todo lo poco que se abrió para sustituirlos. Los turoneses dirán que el comercio es la pequeña gota que desborda el océano, y la del centro comercial del valle solamente la última puerta, por ahora. Eso y la espoleta que ha detonado el hartazgo. Hoy, después de dos viernes de movilizaciones, ya salta a la vista que aquí no sólo se cierra el "súper". Que "llueve sobre mojado", lamenta Arsenio Suárez, presidente de la asociación "Mejoras del Valle", emblema del empuje asociativo de una sociedad menguante pero insólitamente activa. Que por debajo suceden muchas más cosas. También pasa que en 2007 el pozo Figaredo iba a ser el tercer centro tecnológico de Asturias -la "Ciudad de la Ciencia"- y que en 2014 son 75.000 metros cuadrados de construcciones decadentes y terrenos baldíos. Pasa que la maleza se come el aparcamiento junto a la enorme nave gris cerrada, vacía, donde estuvo Diasa Pharma, en el polígono industrial de La Cuadriella. Y que rehabilitar el pozo San José costó cerca de un millón de euros y que bajo su castillete repintado de rojo no hay ni rastro de lo que un día dijeron que sería el Centro de Interpretación de la Minería del Valle de Turón, con aquella exposición de trescientas piezas de interés arqueológico industrial.

Pasa que ahora Arsenio Suárez calcula que el "súper", catorce trabajadores, ya da más empleo que La Cuadriella, donde resisten sólo dos pequeñas empresas, y que el conato de "estallido social" con el que advierte el líder vecinal ha prendido en otras poblaciones mineras con economatos amenazados. Pola de Lena, Sotrondio, Barredos, Mieres, El Entrego... Aquí no dicen no saber cuál será el próximo paso ni pretenden inmiscuirse en la negociación del plan de empresa de Hunosa. Asienten sin más a la similitud de partida con el revuelo del mes pasado en el barrio burgalés de Gamonal y su muy intensa y audible protesta callejera contra los planes urbanísticos del Ayuntamiento local. Aquí el plan es "que no nos quiten más", concluye Suárez, la promesa de que "vamos a pelear por todo".

Pero el futuro ya no es lo que era en el valle de Turón. Y la necesidad de luchar por él, tampoco. "Si tuviéramos los pozos, defenderíamos los pozos; como lo que nos queda es el "súper", defendemos el "súper"", explica. De la puerta principal del economato, un edificio de dos plantas en el barrio de San Francisco que en otros tiempos mejores fue uno de los cuatro cines que llegó a tener el valle, sale al mediodía Cándido Cornejo, "Kim de Turón", la boina calada y el cabreo en alto, levantando en la mano derecha una bolsa blanca marcada con el logotipo de Hunosa. "Si nos quitan el súper, que nos tiren de cabeza al río", resume el sentimiento de todos, "porque nos van a dejar en la miseria". El economato vende el género a buen precio, y hay quien indica la multitud que sale cargada para hacer ver que no puede ser deficitario, pero la clave de la protesta es que con él se iría algo más, menos tangible. A su lado, junto al "Monumento al jubilado" que se levanta a unos metros de la puerta del "súper", con el minero viejo inmortalizado en el momento de pasar su lámpara a un "guaje" que en la vida real ya no existe, dos vecinas de Cabojal esperan al taxi que los llevará de vuelta a casa mientras asienten -"es una vergüenza"- y enseñan los carros repletos de bolsas. "Y esto no es nada", dicen. "Cuando venimos a hacer la compra para el mes, pasamos de 100 euros". Puede que quieran darle la razón al mensaje reivindicativo que luce escrito sobre cartulina naranja fosforescente junto a la puerta del economato: "Turón sigue existiendo".

Todavía existe, aunque el año pasado, en una lastimosa metáfora del bache del valle, los vecinos tuvieran que organizar una movilización ciudadana, otra, para exigir que su topónimo de siempre siguiese apareciendo en los documentos oficiales, entre ellos el DNI. Turón, que geográficamente es el nombre de una parroquia con dos hijuelas pero de ninguno de sus pueblos, había desaparecido por error en la revisión de los censos y padrones del Instituto Nacional de Estadística en 2010. Eso lo arreglaron quejándose, pero Arsenio Suárez y Pablo Rodríguez, presidente de la activa Plataforma Juvenil -todavía un centenar de socios-, se pueden demorar en el repaso de las gotas que llevaron a rebosar el vaso de las afrentas. Incluso sin contar ya el fracaso añejo de prácticamente todas las alternativas a la minería, van a hablar de los autobuses, "que ahora pasan cada hora en lugar de cada media"; de "las enfermeras que trabajan en el Hospital de Mieres y que para entrar a las diez de la noche tienen que salir a las ocho y cuarto, como si vivieran en Villamanín"; de "Correos, que redujo sus horas de oficina"; de "Cajastur, que bajó el número de trabajadores"; de aquel plan de traslado del centro de salud actual, que "da pena", al inmueble del antiguo colegio de La Salle, "otro proyecto fantasma"... "Están desarmándonos", remata Suárez. "Estamos hartos de que se nos olvide", vuelve Piedad Martínez. "Van quitándote cosines casi sin que te des cuenta y acabas sin nada".

"Cuando cerraron los pozos mineros, y perfectamente sabíamos que tenían que cerrar,y que nunca recuperaríamos todo aquel empleo, se nos vendió la solución del polígono de La Cuadriella". El presidente de la principal asociación vecinal, que fue minero y alcalde pedáneo de 1991 a 1999, en la temporada alta del cierre de las explotaciones turonesas, ha vuelto al origen de una parte de los males del valle. Pero La Cuadriella se vendió casi totalmente a Diasa, una empresa farmacéutica que apenas duró dos años, de 2009 a 2011 y no pasó de ochenta trabajadores, y Arsenio Suárez se acuerda de los empresarios turoneses que "quisieron hacer una nave allí y no los dejaron", del error de cambiar un monocultivo por otro precisamente aquí donde sabían a la perfección lo perjudicial que podía ser eso. Aquí el carbón era todo. "Desapareció y fue fatal; si decides poner todo el futuro en manos de una sola empresa, otra vez te irá fatal".

Ya que de un modo u otro les han quitado la industria, dicen, "podríamos ser una ciudad dormitorio", pero sin los servicios, "súper" excluido, "nos están quitando los pilares básicos". Sabe Suárez por experiencia que este valle "siempre tuvo ciclos, pero éste es el peor". Turón ha tocado el fondo de su suelo demográfico, poco más de 4.000 habitantes y entre ellos cada vez quedan menos que se acuerdan de que esto tuvo un día casi 15.000 residentes censados, "que serían en realidad más de 20.000", y en un cálculo conservador cerca de 7.000 trabajadores. "De Hunosa ya no queda ninguno" y Arsenio baja desde Lago, kilómetro y medio hasta La Veguina, y "me puedo cruzar con tres personas". A veces piensa que el tabique a la entrada del valle se va a terminar levantando solo. Pero "yo tampoco pienso marchar", le ataja Piedad Martínez, a la puerta del "súper", con el carrito de la compra en la mano.

En el local de la Plataforma Juvenil de Turón, entre la bolera y el polideportivo, Pablo Rodríguez y otros directivos de la asociación siguen adelante. Vacían una sala donde pronto se impartirán clases de spinning. Lo dice el cartel a la puerta del "Súper". A su manera, pues, "Turón sigue existiendo".

Un recorrido por el valle de Turón ilustra las oportunidades perdidas, que tienen su huella impresa en el paisaje. De izquierda a derecha, la maleza ante la nave de Diasa, el castillete rehabilitado y sin uso del pozo San José, los terrenos abandonados del pozo Figaredo, el edificio del antiguo Colegio de La Salle y el economato, la última afrenta, ante cuya puerta posan Pablo Rodríguez, Piedad Martínez y Arsenio Suárez.