"La acería LD-III fue la salvación de la siderurgia. Sobre eso no cabe discusión. Si no se hubiera decidido su construcción, los terrenos que ahora ocupa la compañía en Avilés y en Gijón serían la PEPA y el PEPO, dos grandes parques empresariales con vete a saber qué en ellos". Así de rotundos se expresan, entre risas, Alfonso Rodríguez y José Bembibre, dos hombres clave en el equipo que dirigió la construcción y el arranque de la acería LD-III, que el Rey don Juan Carlos inauguró hace ahora 25 años como la más moderna de Europa y una de las más avanzadas del mundo. Junto a ellos Óscar Fleites, miembro del gabinete de comunicación de Ensidesa en aquellos momentos. Los tres son historia viva de uno de los momentos clave de la siderurgia asturiana y los tres coinciden en su sentencia: "La siderurgia siempre está en reconversión, y siempre necesita inversiones para conseguir los mejores resultados y calidad con los menores costes, y si no se consiguen... llega el cierre. Es la globalización".

La siderurgia asturiana volvió a latir con la construcción y arranque de la LD-III -que también se llamó LD-A-. Era fruto del primer paso de la dura reconversión que sufrió la siderurgia nacional en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado. Corría el año 1984 cuando se discutía acaloradamente en Madrid qué se hacía con el sector, dónde se invertía y qué se cerraba, aunque la necesidad de buscar soluciones ya se había planteado muchos años antes sin que se hubieran tomado medidas, centrado como estaba el país en la transición hacia la democracia.

En Asturias las manifestaciones se sucedían exigiendo inversiones que garantizasen el futuro de un sector básico para la economía regional. La mayor protesta de aquella época fue la celebrada en Avilés el 30 de mayo de 1984, en la que cerca de 100.000 personas clamaron "salvar Ensidesa es salvar Asturias" para exigir al Instituto Nacional de Industria (INI) que cumpliera íntegramente el plan de inversiones aprobado en enero de ese mismo año. En él se incluía la construcción de una moderna acería capaz de producir 2,5 millones de toneladas de acero al año, la remodelación del tren de bandas en caliente (TBC) y la modernización de la colada continua, entre otras mejoras. Eran la compensación al cierre de otras instalaciones y la pérdida de miles de empleos.

Fue en 1984 cuando el ingeniero Fernando Lozano Cuervo llegó a la presidencia de Ensidesa -que ocuparía hasta 1991- y se encontró con el debate de si se debía construir o no la nueva acería en Avilés. "El plan de reconversión tenía tres patas: la industrial, la laboral y la financiera. Había que concentrar la producción y sobraba plantilla. Eso estaba claro, pero los números decían que era más caro cerrarlo todo y mandar a todos para casa que apostar por la reestructuración", relata Alfonso Rodríguez. La plantilla de Ensidesa ascendía a 25.000 trabajadores en aquellas fechas.

La batalla se prolongó en los despachos, hasta que por fin se anunció la esperada decisión: se construiría la nueva acería. Una inversión de 80.000 millones de pesetas de la época, que superaron los 120.000 con el resto de mejoras que se realizaron. Gobernaba entonces el PSOE en España, con Felipe González a la cabeza, y también en Asturias, con Pedro de Silva en la Presidencia del Principado. "En el País Vasco optaron por la huida hacia adelante y reformaron su acería poniendo una colada continua. Al final, el precio de su bobina caliente estaba por encima de la media europea. Si hubiéramos hecho lo mismo aquí, habríamos cerrado. Asturias, además de ser integral, tenía los dos puertos, sobre todo El Musel. Hubiera sido una barbaridad no aprovechar lo que había aquí", explican Alfonso Rodríguez, quien fue el máximo responsable de toda la acería LD-III, y José Bembibre, el jefe de mantenimiento.

A su equipo pertenecían también Luis Suárez, jefe de producción, y Ramón Morais, jefe del equipo técnico y metalurgia. "Había un gran equipo de profesionales y de personas que trabajaban con una enorme ilusión. Sentíamos que aquello era nuestro, que era la salvación de la siderurgia y que no podíamos fallar". Entre ellos estaba José Manuel Arias, actual director general de Arcelor-Mittal en Asturias. "Yo ya lo había tenido conmigo de prácticas en la acería LD-I en 1983", rememora Alfonso Rodríguez.

El material para construir la siderúrgica más moderna de Europa procedía de Alemania, pero la tecnología era japonesa. "Estuve en alguna reunión en la que había un japonés, un francés, un alemán, un inglés, los españoles, un belga que hablaba flamenco y un sueco". Una torre de Babel en la que consiguieron que todos encajaran y se sintieran parte de un proyecto común.

Uno de los aspectos más novedosos fue la integración de los grupos propios de producción en el proceso de construcción y montaje. "El presidente, Fernando Lozano, nos dejó a los técnicos elegir lo que se debía hacer y con quién, con independencia de las presiones que él recibía, que fueron muchas. Y los ingenieros que vinieron estaban con nosotros, no nosotros con ellos. El personal de producción, por sus conocimientos y experiencia, sabía perfectamente qué fallos y qué beneficios se podían tener si se hacían las cosas de una manera o de otra, y se respetaba nuestra opinión. Por eso se consiguió un equipo tan integrado".

Otro de los aspectos más complejos de aquel proceso fue la selección del personal que trabajaría en la moderna instalación. Fueron escrupulosamente escogidos, porque los que pasaran a la LD-III debían someterse a un durísimo período de formación. "Aquella instalación suponía un cambio tecnológico, de cultura... No valía todo ni cualquiera. Hay que destacar que contamos con el apoyo de los sindicatos, que dejaron hacer. Entendieron perfectamente la trascendencia de todo aquello y estuvieron a la altura", asegura José Bembibre.

Los escogidos, cerca de 600, estuvieron durante meses recibiendo cursos muy intensivos en unos barracones a los que se los bautizó como "la Universidad", donde estudiaban "aquellos terribles manuales que explicaban las entrañas de la acería y de todo el proceso que se iba a desarrollar allí. Un día, un directivo me dijo: "Los tuyos ya tendrían que estar haciendo pruebas, no sentados en la Universidad". Y yo le contesté: "No te preocupes, que cuando llegue el momento ya verás, ya". Así fue. Lo sabían todo, hasta el último detalle de cada pieza", relata Alfonso Rodríguez. Y añade que "el equipo que se instaló de control de procesos fue el mismo que utilizaron los americanos para ir a la Luna en el "Apolo"".

José Bembibre remata: "Es que la acería era el símbolo del cambio, de la modernidad. Estar allí significaba incluso otro estatus, era la élite de la siderurgia. Se cambió hasta la indumentaria, abandonando el mono azul por un traje gris. Y a partir de ahí, esa nueva manera de hacer las cosas, la aplicación de la tecnología y la búsqueda de la calidad y de la productividad se fueron extendiendo al resto de la fábrica".

Los antiguos compañeros y amigos recuerdan aquella época con un enorme cariño. "Trabajábamos mucho, muchísimo, pero el ánimo de todos era de enorme expectación, de ilusión y de optimismo de cara al futuro. Los que estábamos en las oficinas, cada poco hacíamos visitas para ver cómo avanzaban las obras, cómo iba creciendo y cómo iban adaptándose las cosas según las circunstancias", relata Óscar Fleites. "Aquella enorme acería estaba concebida y preparada para asumir todos los retos tecnológicos que se presentasen y para adaptarse a los retos del futuro. Y ahí están los datos de plantilla y producción, con muchas menos personas, 25 años después se produce más y con la máxima calidad", añade.

La capacidad de producción de la nueva y moderna acería avilesina era entonces de 2,5 millones de toneladas al año. Contaba con dos convertidores, aunque está preparada para instalar un tercero, y dos máquinas de colada continua. El año pasado, tras varias inversiones y mejoras, la instalación crucial del entramado siderúrgico coló más acero que nunca, con 3.570.083 toneladas, batiendo todos sus récords, a pesar de la crisis.

Después de 30 meses de trabajo, el equipo técnico que dirigía las obras y el montaje de la LD-III no acababa de encontrar la fecha idónea para arrancar y empezar a producir. "Llevábamos varios días dándole vueltas, hasta que un día Carlos Avello -que entonces era el director industrial de Ensidesa- nos dio el último empujón y dijo: "Pues, mañana se arrancará". Y así fue".

Eran las seis de la mañana del 23 de junio de 1988 cuando se puso en marcha la moderna instalación, que se revelaría como el corazón de la siderurgia española y que ha mantenido su peso en Europa y en el mundo cinco quinquenios después. A las doce de la noche, medianoche de San Juan, salió la primera colada. "Todo fue perfecto, perfecto", recuerdan con entusiasmo los tres veteranos. "Hubo hasta voladores, y se repartieron más de 1.500 bocadillos. Fue espectacular. Una noche realmente mágica y de enorme felicidad", asegura Fleites.

Ocho meses después, el 20 de febrero de 1989, el rey don Juan Carlos inauguraba oficialmente la acería. En un principio estaba previsto que acudiera también la Reina, doña Sofía, pero finalmente viajó sólo el Monarca -hay distintas versiones sobre la ausencia de la Reina, desde que sufrió una gripe hasta que había tenido que viajar a ver a un familiar enfermo-. "Las dimensiones de la acería eran increíbles para aquella época. Cuando vino el jefe de seguridad de la Casa Real, fuimos a pasear por las instalaciones para que pudieran hacer su trabajo. Cuando acabó el recorrido, me dijo que tenía claro lo que tenía que hacer: lo previsto y rezar", relata Alfonso Rodríguez.

El Rey llegó a las doce en punto de aquel 20 de febrero a la explanada de acceso a la acería, donde le esperaban las autoridades regionales, el ministro de Industria, Claudio Aranzadi, la cúpula del INI y el presidente de Ensidesa, Fernando Lozano, con su equipo directivo. En la nave de convertidores y colada continua aguardaban 250 invitados, representantes de la vida empresarial, política y cultural de la región.

La revista "Ensidesa" que editaba la compañía relata con detalle cómo el Rey, ya en la sala de convertidores, se situó ante la consola de mandos y siguió "atentamente la precisa maniobra de vertido de la chatarra y fundentes y de las 250 toneladas de arrabio de la cuchara al convertidor. Una vez cerradas las compuertas de seguridad y levantadas las trampillas de observación", don Juan Carlos, con el lápiz electrónico, realizó la señal establecida para que continuase el proceso que convierte el hierro líquido en acero. Los discursos fueron de felicitación pero también reivindicativos, para exigir más inversiones que asegurasen que no se perdía el tren de la competitividad y también un rebaja del precio de la luz, que ya entonces repercutía enormemente en los costes. Los sindicatos también tuvieron su espacio, en un encuentro con Su Majestad en el que le mostraron su preocupación por el futuro.

"Cuando el Rey se fue, se celebró una espicha que duró hasta la madrugada. Ya estaba oficialmente inaugurada una instalación que por fin nos situaba en el mundo", resume Óscar Fleites.

La LD-III, que sustituyó a la LD-I y a la LD-II, se convirtió en el corazón de la siderurgia asturiana y española. De ella sale el acero de máxima calidad que encuentra cabida en un mundo globalizado. Los que conocen bien la instalación por dentro, porque han pasado en ella una parte importante de su vida, aseguran que "si ahora se acometiesen las mejoras necesarias y se hiciera alguna inversión, como el tercer convertidor que estaba previsto y nunca se instaló, tendríamos siderurgia para otros 25 años y no habría en el mundo quien nos metiera mano".

A día de hoy trabaja en la acería avilesina una tercera parte de la plantilla que había cuando arrancó, y produce un 50% más. "Esto es fruto de las inversiones que se han hecho, pero, sobre todo, del buen hacer de su plantilla, porque necesita una buena remodelación", aseguran los trabajadores. Y tienen localizadas las necesidades más urgentes: los sistemas de recepción de materiales y de transporte al interior, la nave de escorias, la modernización de la metalurgia secundaria y la reposición de maquinas y sistemas tan antiguos que ya no tienen ni piezas de recambio.

La LD-III hizo revivir a la siderurgia asturiana hace 25 años. En un mundo globalizado, el corazón debe seguir latiendo.