Gijón, J. MORÁN

A Michel Lagoinière, cónsul francés en Gijón, le dieron «la tardecita» los vecinos de la villa de Jovellanos el día 5 de mayo de 1808. En esa jornada, de la que hoy se cumple el bicentenario, los gijoneses reaccionaban con furor ante una torpe maniobra propagandística del cónsul, que arrojaba desde su balcón panfletos que denigraban a la Corona española y que solicitaban la adhesión al bonapartismo.

Lagoinière, tras el motín, redacta un pliego de denuncia dirigido al regente de la Audiencia de Oviedo en el que declara que «no puedo menos que dar parte a V. S. de la violación hecha contra el derecho de gentes en la tardecita de hoy mismo». Y prosigue: «Mi casa ha sido apedreada con tal furor que ventanas y vidrio, todo ha sido hecho mil pedazos. Esto se ha pasado enfrente a la casa del juez primero, que es precisamente mi vecino».

Dicha denuncia forma parte del «Expediente formado con motivo de lo ocurrido en la villa de Gijón de resultas de haber tirado a la calle el cónsul francés, don Miguel Lagoinière, unos impresos relativos a la mudanza de dinastía», contenido en el legajo número 5512 del Archivo Histórico Nacional y recogido por el historiador gijonés Francisco Carantoña en su obra «Revolución liberal y crisis de las instituciones tradicionales asturianas» (1989). Los hechos del día 5 de mayo en Gijón, que entonces sumaba unos 8.000 habitantes, los relata asimismo Ramón Álvarez Valdés (Oviedo, 1787-1858), en su obra «Memorias del levantamiento de Asturias en 1808».

Álvarez Valdés, jurisconsulto y testigo de los acontecimientos de aquellas fechas, narra cómo «llega el correo de Oviedo a la villa de Gijón a las cinco y media de la tarde del día 5 de mayo».

El primero en recoger la correspondencia será Lagoinière, quien «sale al momento al balcón de la casa que habitaba enfrente a la de Correos, calle Corrida o de la Cruz, y arroja al pueblo paquetes impresos comprensivos de una carta que se suponía escrita en Toledo por uno que se intitulaba capitán retirado».

Aquellos folletos «pintaban con vivos colores la situación lamentable de España, la incapacidad de sus habitantes para contrarrestar el poder del emperador de los franceses, lo felices que serían los españoles mudando de dinastía, la corrupción del Palacio Real y la ineptitud de Carlos IV, no menos que la del Príncipe, que acababa de subir al trono».

Álvarez Valdés prosigue con que estaban allí presentes «Luis Menéndez, oficial del Real Cuerpo de Artillería; José Cienfuegos, director del Instituto Asturiano; Antonio Merconchini y Victoriano García Sala, oficial de la Marina Real».

Todos ellos leen con indignación los folletos, los rompen y los pisan, «y tienden a los balcones de la casa miradas de indignación y de ira». Lagoinière lo observa y ve también que se forman corrillos de gijoneses ofendidos, por lo que «se retira con dos franceses que le acompañaban, cerrando las puertas y balcones del edificio para evitar las consecuencias de su osadía». Corre la noticia por el pueblo de Gijón y «se amotina éste». Una «turba de mareantes» llena sus gorros de piedras y arrasan las ventanas del Consulado.

Entonces, un «compañero de Lagoinière sale por la puerta trasera del edificio a refugiarse al pabellón de su nación en un buque anclado en la dársena». Se cruza con el citado oficial de la Marina, Victoriano García, y le recrimina, «lleno de orgullo y altanería», haber roto los folletos. Victoriano García «le contesta con dignidad y entereza que han hecho gran ofensa a sus Reyes y a la nación, ofensa que como buen español no puede ni debe tolerar». Gijoneses que presencian esta discusión se suman al motín, lo mismo que «los tripulantes de doce cañoneros de Marina que en la dársena se hallaban». Todos se dirigen a la casa de Lagoinière con la intención de romper puertas y dar captura al cónsul.

Intervine entonces el juez Toribio Junquera, que intenta sosegar a los amotinados haciéndoles ver que «la casa de Lagoinière es inviolable como morada del cónsul del Imperio francés». Sin embargo, no aquietará a los gijoneses hasta que «sube al edificio que habitaba, contiguo al de Lagoinière, se coloca en el balcón y a la voz, entonces mágica, de "¡viva Fernando VII!" todos enmudecen».

El juez también «ofrece dictar providencias para que no quede impune la ofensa hecha a SS MM y a la nación, y consigue apaciguar el motín». Finalmente, pide la intervención del coronel del regimiento provincial de Oviedo, con guarnición en la villa, que manda una compañía. Por su parte, el cónsul se ha refugiado en la casa del comandante de artillería José Voster.

Allí elabora la referida denuncia ante la Audiencia de Oviedo, «y pide se castigue el atentado cometido por los de Gijón; pero pasa en silencio lo que motivara el suceso», apostilla Ramón Álvarez Valdés en sus «Memorias». Lagoinière escribe, asimismo, al «cónsul general de su nación, para que el duque de Berg -mariscal Murat- mande tropas que contengan al Principado y eviten un alzamiento», en el que los asturianos podrían apoderarse «del considerable número de fusiles existentes en la Fábrica de Armas de Oviedo y de los que, para embarcarse, se hallan en el puerto» de Gijón.

Álvarez Valdés relata finalmente que Lagoinière «huye a La Coruña, se embarca para Francia y al frente de Santander perece náufrago con su familia y el archivo del Consulado».

Los hechos de aquella jornada de ira gijonesa fueron también recogidos en una nota manuscrita de Alonso Victorio de la Concha, regidor perpetuo de Villaviciosa, con posesiones en Gijón, y miembro de la Junta General del Principado.

Victorio de la Concha recibe noticias de lo que ha sucedido en Gijón y lo transcribe en una nota personal custodiada hasta el presente en el archivo de la familia por Carlos de la Concha.

Dice la nota de Alonso Victorio: «Oy, 5 de mayo de 1808. Gijón. Sólo te digo que en esta ora acaba de haver un motín y aún sigue de resultas de una carta que tiró, para desprecio nuestro, desde el balcón de su casa el cónsul francés; los que contienen mucha injuria a toda la nación, y sobre lo que se ha formado causa de oficio, la misma que lleva el dador para esa Audiencia afín de determinar lo que tenga a bien. Las vidrieras se las han hecho pedazos y otras cosas que no puedo decir porque estás ocupado».

En efecto, el contenido de dicha nota habría llegado a manos de Alonso Victorio de la Concha -que esos días estaba en Oviedo, en la reunión de la Junta General-, junto con los papeles de la denuncia de Lagoinière, que formaba parte del auto del juez Toribio Junquera Huergo, el cual también iba acompañado de testimonios de los testigos José María Cienfuegos, capitán de fragata y director de Instituto de Jovellanos, y de Antonio Merconchini. Un informe del coronel Joaquín María Velarde, comandante de armas de Gijón, se añadía al expediente, tal y como recoge el historiador Francisco Carantoña.

Los sucesos del Gijón que se amotinó el día 5 de mayo de 1808 se prolongaron durante más de dos horas.