Gijón, J. MORÁN

El correo trajo aflicción y cólera. Los papeles que el 9 de mayo de 1808 -mañana se cumple el bicentenario- llegaron desde Madrid a Oviedo, a las dependencias de Correos, en la plaza de la Catedral, incluían la «Gaceta de Madrid» y otros periódicos, así como correspondencia de particulares. Todo ello emociona y aflige a numerosos ovetenses -muchos con familiares en Madrid-, que esperaban noticias de la Corte. Los relatos del 2 de mayo les conmueven (48 fueron las víctimas asturianas de esa jornada, según recuento de Jesús Evaristo Casariego).

Pero en el correo también llegaban los «pliegos del Gobierno», que habrían de inflamar a la ciudad en las horas siguientes. Los documentos y órdenes oficiales eran: una circular del Ministro de la Guerra, Gonzalo O'Farrill, que pide a las autoridades civiles y eclesiásticas que mantengan el orden; un bando del Consejo de Castilla, que reclama armonía con las tropas francesas, y, por último, el temible bando del Gran Duque de Berg, el mariscal Murat, que anuncia arcabucear a todo traidor, o deshacer con fusilería cualquier reunión de más de ocho personas, entre otras amenazas.

En sus «Memorias del levantamiento de Asturias en 1808», Ramón Alvarez Valdés (1787-1858), jurisconsulto, escritor y testigo directo de los hechos, relata los sucesos de aquella mañana ovetense. Un oficial de Correos, Álvaro Ramos, lee una carta sobre los sucesos del día 2, sobre la intrepidez los asturianos, sobre el heroísmo de Daoiz y Velarde, que lucharon junto al militar asturiano Juan Nepomuceno Cónsul, superviviente. Un estudiante de la Universidad, situado sobre un poyo del atrio de la Catedral, lee relatos semejantes. Las cartas corren de mano en mano por los corrillos, que «toman un incremento portentoso».

Pero la multitud quiere conocer también los papeles oficiales, que temprano en la mañana había retirado de Correos el personal de la Audiencia, órgano judicial y gubernativo. Ya amotinadas, las gentes se dirigen a la calle de Cimadevilla, pero, al atravesar la de Platería, les frena Pedro Bernardo de la Escosura, secretario de la Audiencia. Les lee el bando de Murat y el gentío estalla: «¡A las armas, mueran los franceses, venguemos la sangre de los nuestros!». Eran aproximadamente las once de la mañana.

Llegan los amotinados a la calle de Cimadevilla y se encuentran de nuevo con Escosura, que sale de la Audiencia a pegar los bandos y órdenes en las paredes de la ciudad. Se lo impiden «hasta con amenazas de muerte, y, lleno de terror, se retira a la Audiencia». Pero vuelve a salir, protegido por el comandante de Armas, Nicolás Llano Ponte, y por una escolta, y acompañado por el tambor de la ciudad.

Al otro lado del motín, hay otro Llano Ponte, Ramón, canónigo de la Catedral, que le grita a su hermano: «¡Colás, rompe esos malditos papeles y fusila a los traidores!», según recoge Fermín Canella en su «Memorias asturianas del año ocho», publicadas en 1908.

Junto al canónigo Llano Ponte está Manuel María Recondo, médico y catedrático de la Universidad, que esa mañana, en el aula, había escuchado a un alumno relatar los primeros sucesos del día, y, en consecuencia, había enviado a toda la clase en dirección al motín, con él mismo a la cabeza.

Escosura no cede con el bando y manda al tambor dar señal de atención frente a la antigua fuente de Cimadevilla.

Una mujer grita: «¡Abajo el imprimido!», en referencia a que copias del bando y de las órdenes habían sido confeccionadas esa misma mañana en la imprenta de Pedregal, forzando para ello a los cajistas (según dato que aporta Canella).

La mujer que ha gritado es María Josefa Francisca González Suárez (1764-1848), más conocida como Marica Andallón (sobrenombre que le viene de Santa María de Andallón, en Las Regueras, de donde su padre era originario).

Cerca de ella, se escucha otro grito femenino: «¡Que no se publique; viva el Rey, mueran los traidores, mueran los franchutes!». Sale de la garganta de Joaquina Josefa Manuela Antonia González Bobela (1759-1844), Juaca Bobela, cuya lengua deseó cortar en algún momento Murat, según la leyenda, y cuyas uñas se rompieron horas después al desgarrar los bandos que, pese a todo y con nocturnidad, había pegado la Audiencia con fuerte engrudo en las calles ovetenses.

Porque, en la mañana, cuando el secretario Escosura intentaba fijar el primero, frente al caño de la esquina de la casa de Campomanes, surgió de la multitud Froilán Méndez de Vigo y rompió el tambor. Silbidos y piedras llueven sobre la comitiva, que inmediatamente corre a refugiarse en la Audiencia. La cólera había estallado, y sólo la reconducirá horas después Gregorio Jove y Valdés, procurador general.