Ya no hace falta reclamar silencio a los niños, porque no chistan: se abisman en sus maquinitas, anclados por los pulgares. Hace años, cuando revolvían gritones era habitual, para atenuar el barullo infantil, la invocación de rango y estatura. Incluso, se hacía frecuente en las pandillas callejeras, que antes andaban muy entreveradas de edades: cuando los mayores hablan, los niños callan. No solía dar mucho resultado, pero, a fuerza de repetirlo, aquello se iba atornillando en la sesera como una norma de comportamiento. Ante el sobresalto de la discusión nacional, el Partido Popular (PP) asturiano sigue la pauta que se esperaba de todo niño manso y bien educado: mientras los mayores hablan, los niños callan.

La crisis estatal ha sentado como mano de santo al PP regional. Como ocurre con el ruido de cristales rotos, se ha impuesto un silencio transitorio y cautelar, a ver por dónde cae el siguiente golpe. Hasta hace unas semanas, la situación ofrecía los rasgos de una infección oportunista: un partido con el sistema inmunitario debilitado por las derrotas, al que cualquier acometida le forzaba a encamar. Hasta empezaban a ser frecuentes las extravagancias, como cuando el secretario general, Reinerio Álvarez, se atribuyó una función arbitral en caso de pugna de candidaturas o advirtió a su presidente, Ovidio Sánchez, de que no anduviera por libre con la reforma del Estatuto. Parecía que el PP se despeñaba de nuevo por la tentación «panchovillista», con rifa de galones, mucha balacera y abundancia de mariachis.

Que el revuelo entraría en una fase amortiguada resultaba previsible: habían echado a correr antes de tiempo. Hoy mismo, todavía no se sabe cuántos meses habrá que contar desde el verano en adelante, una vez superado el decisivo congreso nacional, para la reunión del cónclave. Así que quien se empeñase en mantener el ritmo sufría el riesgo de morir extenuado. Lo que no estaba cantado era el frenazo en seco. Ni tampoco la unanimidad: pese a la dispersión de banderías, todos los compromisarios asturianos que participarán en el congreso nacional de junio han firmado, sin escaquearse nadie, a favor de Mariano Rajoy. (En Asturias, semejante unidad sólo la logran ya los planes de la Caja para Capsa. Como con el huevo y la gallina, empieza a ser difícil saber qué fue primero: el plan o la unanimidad; la propuesta o el respaldo de la FSA).

Ovidio Sánchez anunció tiempo atrás, cuando no era pronosticable semejante tormenta en el partido, que el PP asturiano intentaría asumir un punto de protagonismo en el congreso nacional. Es verdad que Sánchez, como Gabino de Lorenzo o Pilar Fernández Pardo, tiene difícil hacerse un hueco en tanto el público esté absorto ante los efectos especiales de los portazos de Zaplana y Acebes, el rumiar de Mayor Oreja o la retirada por desconfianza -qué hallazgo como argumento y qué forma más estrepitosa de perder tanto crédito bien ganado- de María San Gil, pero también es cierto que es ahora, con la que está cayendo, cuando más mérito tiene mojarse.

Hay, además, algunas razones para que Sánchez, con las grandes distancias que los separan, sepa ponerse en la piel de Rajoy. Ninguno de los dos ejerce ese liderazgo macho que tanto enardece a la hinchada y predican los savonarolas. El asturiano conoce lo que es verse sometido a un ninguneo despectivo -hasta con adjetivos similares: blando, horchatado, pactista, muelle, con escaso entusiasmo por el trabajo- por quienes, al tiempo, le reprochan que haya sido incapaz de alcanzar grandes triunfos con la estrategia que previamente le diseñaron. Es de una lógica temible: si es tan incapaz, ¿qué hacían jaleándole hasta antes de ayer?, ¿a quién querían colar gato por liebre?

Sánchez adivinará que, como a él mismo le sucedió, el futuro de Rajoy está en la ausencia de alternativas -toma ya, hacer conjeturas con Gustavo de Arístegui; ¿desde cuándo fue este señor un faro de la militancia?- y en la capacidad de aguante. Si resiste hasta el congreso, gana. Pero, por experiencia, también intuye que esto ya no tiene fin, hasta que una victoria o la bancarrota electoral lo remedien: en el fondo, como ocurre en el PP regional, es un problema de déficit inmunitario. Los reveses hacen frágiles las defensas, la febrícula se hace perenne y todas las bacterias, hasta las menores, tienen su oportunidad. A cada nuevo bache -comicios vascos, gallegos, europeos...- apretará de nuevo la enfermedad. Aunque ya se lo haya dicho recientemente en privado, y si tanto confía en él, a Rajoy no le vendría mal un respaldo más beligerante. A veces hay que meterse en las riñas de mayores, aunque se escape algún sopapo.