Oviedo, Javier CUARTAS

En la década de 1999-2009 Asturias se enfrentó a dos situaciones inéditas y desafiantes: tuvo que afrontar la recomposición del brutal ajuste de empleo y del tamaño de sus sectores productivos básicos acometido en los dos decenios previos, y asistir, al tiempo, a la mayor operación de cambio de propiedad de las grandes compañías industriales y de otros sectores que hubiese conocido la región desde las nacionalizaciones del período 1967-1991.

En 1999, la región acababa de perder (entre 1976 y 1997), más de 140.000 empleos (50.000 en la industria y 90.000 en la agricultura), sobre un colectivo laboral total de 400.000 efectivos, a causa de las ingentes reconversiones acometidas para sanear los sectores básicos de la región, que, sobredimensionados unos (la industria) y atomizados otros (el campo), estaban obsoletos y eran inviables de no acometerse ajustes severos.

Acto seguido, la oleada privatizadora que se llevó a efecto en España entre 1996 y 2006 de aquellas empresas previamente saneadas por el Estado supuso un súbito y mayúsculo cambio en la estructura del poder empresarial de Asturias, con el traspaso al sector privado de ocho grandes grupos implantados en la comunidad y que habían llegado antaño a concentrar más de 54.500 empleos.

La pavorosa destrucción de puestos de trabajo a la que asistió la región en los años ochenta y noventa instauró en la sociedad regional, cuando todo parecía venirse abajo, una percepción de desplome inevitable y, además, sin horizonte de recuperación visible. Pero fue aquí, justo en lo que parecía más difícil, donde la región fue capaz, con sus propias fuerzas (pero también con la ingente ayuda de la solidaridad española y europea por múltiples vías), de llevar a cabo uno de los episodios de recuperación más vigorosos y acaso menos narrados de la historia económica reciente.

En menos de una década, a la altura de 2005-2006, Asturias había vuelto a recuperar un volumen de empleo de 400.000 ocupados, una cifra inédita en Asturias desde 1977. Los asturianos habían sido capaces de recomponer los más de 100.000 empleos netos desaparecidos durante las reconversiones.

Esa tendencia virtuosa aún prosiguió hasta el tercer trimestre de 2008, justo inmediatamente antes de que estallara en septiembre en EE UU la mayor crisis financiera internacional desde los años treinta y que abocó al mundo a una recesión global que aún perdura. El derrumbe de Lehman Brothers en Nueva York, que hizo detonar el colapso financiero y económico, sorprendió a Asturias en un nivel de ocupación laboral (463.000 personas) sin precedentes en el período democrático y que suponía 143.000 más que aquellos 320.000 ocupados a los que se había reducido en 1998 el censo laboral asturiano tras los severos ajustes de su capacidad productiva heredada del franquismo.

Pese a la fuerte recuperación del empleo -facilitada y favorecida por el período de prosperidad más largo de las economías europea y española desde la década de los sesenta-, y que se vio abruptamente interrumpida por la crisis mundial de 2008, Asturias mermó su peso en el conjunto nacional: si en 1998 aportaba el 2,5% del empleo español, en 2009 esa proporción se había reducido ligeramente al 2,13% porque la gran recuperación asturiana coincidió también con una fase fastuosa en España.

Al tiempo, esa mejora intrínseca en el empleo regional no llegó a permitir la recomposición del gran lastre de la economía asturiana en términos de efectivos laborales, porque, pese a la fuerte mejora de su tasa de actividad (personas en edad y disposición de trabajar), Asturias sigue arrojando aún hoy el menor índice de España: 7,1 puntos inferior a la media nacional.

Y ello aun cuando la demografía regional, que había entrado en declive al mismo compás en que se acometía la demolición de los castilletes mineros y los viejos hornos altos en los años ochenta y noventa, acaba de recuperar sus habitantes de hace un decenio. Entonces, en 1999, Asturias tenía 1.000.084 habitantes. Hubo que esperar hasta finales de 2008 para que, por vez primera en la década, la región lograse superar aquella cifra: ahora somos 1.000.085. Pero sigue siendo un avance demasiado tímido: la región está habitada hoy por apenas 796 personas más que diez años atrás, mientras que España ha sufrido en este tiempo un contundente aumento de más de 6 millones de pobladores. Asturias apenas ha sido capaz de contribuir con el 0,013 por ciento de ese avance.

Si la reconstitución del tejido laboral fue más venturoso de lo que se temió en pleno derrumbe del modelo fabril vetusto con que Asturias llegó a la democracia, la rauda privatización posterior (entre 1996 y 2006) del ingente sector empresarial asturiano de titularidad estatal no ha sido capaz, por más que también haya podido contribuir a la mejora de la productividad y del dinamismo, ni para cambiar la estructura productiva regional (ligada, sobre todo, a producciones intermedias y con relativo valor añadido), ni para espolear de forma vigorosa la revitalización de la iniciativa empresarial asturiana. La creencia de que la omnipresencia en el sector productivo asturiano del INI y luego la SEPI había cercenado, por su naturaleza estatal, el espíritu emprendedor, mientras que la masiva privatización del antiguo sector público y otras compañías estatales iba a inaugurar un renacer del talante y el afán empresarial, sólo se ha materializado de forma muy débil, aun a sabiendas de que todavía no ha transcurrido el tiempo suficiente como para que se hubiese podido decantar un cambio social de tal envergadura, cuando, de suyo, esos procesos son siempre lentos y generacionales.

Pero al cabo de más de una década desde que arrancara el repliegue acelerado del Estado del sector productivo regional, Asturias sigue evidenciando dificultades para generar nuevas actividades y operadores. En el decenio 1998-2008 la creación de empresas en Asturias ha seguido siendo la mitad que la media española y estamos entre los últimos puestos en densidad empresarial por habitante, pese a que entre 1999 y 2009 se pasó de 63.000 a 73.000 negocios, en su mayor parte micropymes.

Además, Asturias es la tercera región en la que menor número de nuevos emprendedores aparece cada año. Y también se sitúa en el penúltimo lugar por el número de compañías exportadoras.

Los estudios sobre competitividad, aunque coincidentes en que la región ha mejorado respecto a décadas precedentes tras el severísimo saneamiento acometido en su tejido económico, aportan diagnósticos distintos según la metodología a la que se recurra.

En términos de competitividad de las actividades económicas por sectores, se aprecian sustanciales mejoras, como ha apreciado el profesor Joaquín Lorences, pero esa evolución cualitativa está lastrada por una insuficiencia cuantitativa. Asturias ha de generar más estructura empresarial, más dinamismo, más fortaleza de la iniciativa privada, más agresividad comercial exportadora y más diversificación productiva, con incorporación de actividades transformadoras y con mayor valor añadido, para dar tamaño y fuste a su potencial económico.

De hecho, Asturias, aunque en una senda positiva de crecimiento hasta la irrupción de la actual crisis, no ha sido aún capaz de acompasar su marcha al ritmo de progreso de la economía española y persevera manteniéndose a la cola del crecimiento nacional.

La debilidad del crecimiento económico en términos relativos a la marcha del país sigue sin corregirse, pese a que ese período es coincidente con el de las mayores inversiones en equipamientos e infraestructuras que se recuerden. De modo que ni tan siquiera el doble efecto de esta apuesta inversora del Estado (de forma directa, con el sostenimiento del producto interior bruto y del empleo mediante la obra pública y, de modo indirecto, merced a la supuesta mejora de la competitividad que ha de deparar el aumento de las infraestructuras) ha logrado que Asturias recorte su diferencial con España.

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