Gijón, J. MORÁN

Dolores Mateos Dorado, Lola Mateos, profesora de Historia en la Universidad de Oviedo, relata en esta tercera y última entrega de sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA su paso por las tertulias y el ambiente ovetense en el que se integró a partir de 1967, cuando desde su Salamanca natal vino a afincarse a Asturias.

l Gramaticalmente correcta. «Dejé el PSP de Tierno y dejé la política, aunque no paso de la política y voto en todas las elecciones, a la izquierda. Como demócrata estoy en contra de la abstención, que es para los antidemócratas, los pasotas o los fascistas. Pero, además de la política, me moví en otros ambientes. En el feminismo no he sido una militante superactiva, pero pertenezco desde que se fundó a AFA (Asociación Feminista de Asturias) y voy a sus actos de los 8 de marzo, o a manifestaciones, aborto y esas cosas. Las primeras reuniones fueron en Gijón, donde estaban las veteranas, Paloma Uría o Mapi Felgueroso. Yo creo que también el feminismo son actitudes, pero estoy absolutamente en contra de lo que se llama lenguaje políticamente correcto. Prefiero ser gramaticalmente correcta. Esto de profesor/a o la "@" me ponen muy nerviosa; eso no es feminismo».

l Joven rebelde y vieja gruñona. «No digo que hayamos llegado a la absoluta igualdad, porque hay mucho hombre machista, pero también mucha mujer machista. Yo soy hija de la Ilustración del siglo XVIII: el progreso, la perfectibilidad del ser humano, pasa por la educación en el sentido más amplio de la palabra. Hay mucha mujer, cada vez menos, con sentido de patriarcado, y eso es una cuestión de educación primaria. Y sobre esos debates de la Educación Cívica, sobre las clases de Ciudadanía, creo que lo que debía recibir el ciudadano es una educación política en el sentido que sepa objetivamente qué es la democracia. Pero la educación cívica es también que hay que guardar cola, que hay que ceder la acera a los ancianos y que no hay que hacer el bestia por la calle. Lo que antes llamábamos urbanidad. Ya se ve, me he convertido en una vieja gruñona. Antes era una joven rebelde y ahora soy una vieja gruñona».

l Bolonia y la prejubilación. «En cuanto a los planes de Bolonia, no estoy en contra; la idea de una Universidad europea me atrae. Para mí el futuro sería una Europa federal. Estoy a favor de la idea, pero absolutamente en contra de las fórmulas para adoptar sus principios. El año pasado di clases según Bolonia, o algo parecido, y este año he conseguido volver a los métodos tradicionales. Cuando me vea obligad a dar clases según Bolonia, me prejubilaré, algo que me da mucha pena, pero no quiero ser desgraciada con Bolonia, que supone unas exigencias burocráticas que no sé hasta qué punto atentan contra la libertad de cátedra. Todo muy ceñido: el lunes explicas esto, el martes lo otro, y si hay una fiesta te tienes que saltar el tema de ese día, o explicar el Absolutismo en dos horas, y así?, y muchas prácticas? Hemos pasado de la Universidad de la enseñanza, que es la que yo he tenido toda mi vida, a la del aprendizaje, y mi función no es enseñar (¡por Dios!, eso es obsoleto y perverso), sino que tengo que... bueno, no sé lo que tengo que hacer; incitar o algo así. Y me he modernizado, porque yo tengo ahí un lápiz USB con 4 gigas de información que les doy a los alumnos...».

l La tertulia, invento del XVIII. «El ambiente y la noche fueron fundamentales para mí. Al llegar a Oviedo, salía por la noche con Alarcos y con gente de la Facultad, Benito Ruano, Juan Benito Argüelles, Galmés, y también con personajes de Oviedo que tenían tertulias, que es uno de los grandes inventos del siglo XVIII y ahora están muriendo. Iba a la tertulia del Alvabusto, donde después estuvo el Logos, que ha cerrado y para mí ha sido una hecatombe total. Ahí venía don Juan Uría, Joaquín Manzanares, José María Fernández, Manolo Cueto, gente que para mí era mayorcísima; yo tenía 23 años y ellos tenían por lo menos 40, y algunos 60. Alguna noche íbamos al Cervantes, que era de Conrado. Pero también había tertulias con la gente joven, en el bar Manolo de la calle de Altamirano. No llamabas por teléfono a nadie y allí te encontrabas con unos y otros. Otra hecatombe desde que cerró. Y ahí había jóvenes y viejos, rojos y de derechas, y se cantaban cantarinos. Me integré en seguida muy bien y aquellos son mis íntimos amigos desde entonces: Chus Quirós, Juan Cueto, Esteban Iglesias, Arturo Terán, Rañada (los arquitectos). Por la noche, al principio, íbamos al Picos y luego fue cuando se puso a punto el Tigre Juan de Belarmino, en la calle Mon, que fue el primero de todos, y más tarde vino el Paraguas, de Fernando Lorenzo, y La Leche, al lado, de Sergio León, que murió. También nos encontrábamos con los artistas, Carlos Sierra, Fernando Alba, Sanjurjo?».

l La gran familia. «Éramos una gran familia y aquello me enriqueció mucho. Como en Oviedo he vivido sola, sin familia, los amigos y amigas me han arropado mucho: Paloma Barros, Coté Navia Osorio, Rosa Corugedo, la mujer de Juan Cueto, mis amigas del alma? Todavía suelo ir a ver a la viuda de Joaquín Manzanares. Y una familia que me acogió fue la de Angelón, el del bar Manolo. Vivía yo en la calle de Ramón y Cajal, al lado de la plaza de Riego y Porlier. Pues si tenía una gripe, venían los del Manolo a traerme la comida a casa. Y con el Logos también he tenido una amistad grande».

l Estar viva. He sido muy cinéfila siempre, pero ahora no voy apenas; primero, porque oigo mal, y segundo, que están los cines en el quinto pino. Pero el Palladium fue otro aglutinante, o Enrique García, el dueño de los Clarín y Brooklin. A veces nos hacía sesiones privadas, en las que metíamos la copa y el cenicero y veíamos seguidas las dos partes de "Iván el Terrible". Éramos cinéfilos porque somos la generación que nos criamos sin televisión. Pero todo eso ha ido desapareciendo: nos cierran los bares, nos vamos haciendo viejitos y otros se mueren. A mí, ni el cuerpo ni el alma me pide ya tanto movimiento y no tenemos tanta gana de nada. Bueno sí: tengo ganas de estar viva».

l Amigos perdidos. «ETA me ha matado a dos de mis grandes amigos, amigos de verdad: Francisco Tomás y Valiente y Ernest Lluch. Tomás y Valiente era profesor de Historia del Derecho en Salamanca y le conocí cuando yo estaba trabajando con Miguel Artola con aquel librito que fue mi primera publicación, sobre Salamanca en el Antiguo Régimen. Artola me dijo que fuera a ver a Tomás y Valiente. Eso era un gran maestro. Artola me decía: "Esto yo no lo sé, pero pregunte a Tomás y Valiente, que sabe más que yo". Fui, me ayudó y me hizo una buena reseña. Fui a darle las gracias y me dijo que de gracias, nada, que le invitara a un güisqui, y fue el comienzo de una gran amistad. A Ernest le conocí en una reunión clandestina de la Federación de Partidos Socialistas. Yo era "Asturias" y él era "Valencia". Hablamos y coincidimos bastante. A la salida, me invitó a un café y resultó que también se dedicaba al siglo XVIII, entre otros campos. Venía bastante al Instituto Feijoo. Tomás y Valiente, junto a Berlanga y el novelista Daniel Sueldo crearon una asociación contra la pena de muerte y me enrolé en ella. Se defendía a etarras condenados a muerte y él murió a manos de etarras».

l Retorno a Salamanca. «En Asturias he vivido 42 años y he tenido de todo, alegrías y tristezas, amigos maravillosos y algunas decepciones y traiciones. Mi balance es muy positivo, pero cuando me jubile quiero ir a vivir a Salamanca, entre otras cosas por el clima y porque para pasear es una ciudad más bonita. Mi hermano mayor es ingeniero de Caminos y vive en Sevilla. Y otros dos hermanos, uno cirujano y otro que estudió Derecho, viven en Salamanca. Es otra razón para vivir en Salamanca. Están casados, tienen hijos y me llevo de maravilla con mis cuñadas y sobrinos. Son mi familia».

«Educación ciudadana es también lo que antes se llamaba urbanidad; ya se ve, me he convertido en una vieja gruñona»

«El cine Palladium fue otro aglutinante, como Enrique García, que nos hacía sesiones privadas con copa y cenicero»