Gijón, María IGLESIAS

«¡Pero si esti ye Daniel, el americanín que tuvimos en casa!», exclamó Juan José Álvarez cuando vio el rostro impreso de Dan Brown en una de las solapas de «El código Da Vinci». Tras unos instantes de duda, fue su esposa, Rosa Muñiz Zapico, la que certificó que, «efectivamente», aquel «chavalín» era el americano de 17 años que pasó un mes del verano de 1981 en su piso del barrio gijonés de Pumarín.

Juan y Rosi, como son conocidos en el barrio, rememoran ahora el momento en que descubrieron con enorme sorpresa que uno de los escritores más leídos del momento había vivido bajo su mismo techo -con ellos y tres de sus hijos (Juanjo, Marco y Leticia)- durante un mes de julio, hace ahora 28 años. «Vino a aprender español, de intercambio a través de una academia de idiomas», cuenta Rosi.

El matrimonio, acostumbrado a recibir a extranjeros de intercambio en su casa, contactó con el centro de idiomas, situado en Gijón, a través de un anuncio en el periódico. «Él nos mandó una foto para que viéramos cómo era, y nosotros tuvimos que mandarle otra a la familia», explican. Así se produjo el primer contacto.

Cuando Daniel, como le llamaba su familia de acogida, llegó al barrio de Pumarín, recibió un único aviso: «En esta casa te vamos a tratar como a un hijo más, pero tú tienes que tratarnos con el mismo respeto que nos tienen nuestros hijos. Y si alguna vez llegas tarde, llámanos para que no estemos preocupados», le dijo Rosi a aquel americano rubio «con cara de bueno», que acabó siendo, años después, su inquilino «favorito». Brown captó la advertencia y siempre fue muy responsable. Excepto un día. «Solía llegar puntual a casa, pero una noche llegóme a las seis de la mañana con una borrachera... y le mandé para la cama; al día siguiente, cuando estaba vestido y arreglado para ir a clase, le dije: "Vamos a la academia, que te vuelves para casa", ¡Ay madre! Al oír aquello empezó a abrazarme y a decirme que no lo iba a volver a hacer más, que él no se quería ir», recuerda Rosi.

La culpa de aquellas escapadas nocturnas del novelista las tenía una sobrina del matrimonio llamada Vicky. Según relata Juan, «Daniel salía con sus amigos de la academia y con nuestra sobrina, le gustaban mucho las discotecas, se las conocía todas». Rosi no descarta que esa María morena y de ojos azules, a la que Brown hace referencia como su amor gijonés, sea su sobrina. «Era ella la que lo llevaba a pasear por el muelle y tiene unos ojos preciosos, ¡Tengo miedo que su amor sea Vicky!», confiesa la mujer.

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«Que tengan ustedes una feliz Navidad y que les vea yo a ustedes muy pronto. Hasta luego, Daniel». Con estas palabras, acompañadas de una postal navideña y una foto de su familia, felicitó Dan Brown un año a la familia de Pumarín. Aunque éstas no fueron las únicas imágenes que recibieron del americano. Quien le devolvía la correspondencia, en inglés, era la hija de Rosi y Juan, Leticia, que conoció a Brown cuando tenía doce años.

El escritor norteamericano mantuvo el contacto con la familia de Pumarín todavía diez años después de su paso por Gijón. En una de las fotografías que envió al matrimonio para felicitarles la Navidad, el novelista aparece retratado junto sus padres y sus dos hermanos en Sevilla, ciudad en la que estudió durante un año. En el reverso de la fotografía Brown escribe: «Estando en Sevilla este año tratando un idioma (sin mucho éxito), les echo mucho de menos. Pensaba en hacer un viaje a Gijón, pero la Península es bastante grande, pero todavía hay esperanza! Quizás en la primavera les vea, no lo sé. Merry Christmas, and I hope soon. Best wishes, Daniel».