Busto (Valdés),

Ana M. SERRANO

Dicen que soñar es gratis y parece que es lo que ensayó con denuedo durante los 20 días que estuvo en una cárcel danesa el director de Greenpeace en España, Juan López de Uralde. El ecologista fue detenido y encarcelado tras colarse en una cena en la Cumbre del clima de Copenhague, y para evadirse de su pena tenía un lugar preferido en el que pensar: el faro de Busto, en Valdés. Y una escena para sonreír: las comidas estivales que ofrece su amigo y compañero José Ramón Menéndez, el farero, el último que queda en Asturias y que atiende los de la costa occidental. «Tal vez Juancho pensaba en cerrar los ojos y estar en la siesta en este ambiente. Con amigos y familia», comenta Menéndez.

Los encuentros del activista en este hermoso rincón de la costa valdesana no han sido muchos, pero los suficientes como para quedársele clavados en la retina y el corazón. En Busto, en esa esquina que se adentra en el Cantábrico, encontró paz, silencio y tranquilidad. Tal vez todo con lo que el director de Greenpeace en España soñaba entre los barrotes de la prisión de Vestre.

El último farero de Asturias y la casa donde vive, en Busto, aparecieron hace «tres o cuatro años» en la vida de De Uralde. José Ramón Menéndez no sabe precisar con exactitud cuándo se conocieron. No lleva la cuenta de esas comidas entrañables que han celebrado. «Nos conocimos a través de amigos comunes y Juancho se convirtió en uno más», dice el farero valdesano, oriundo de Candás y que desconocía la referencia al faro de Busto que De Uralde hizo en su diario durante su días de encierro.

El director de Greenpeace en España asiste a estas citas en Asturias acompañado de su familia, sus hijos y su mujer. Se celebran en el mismo Cabo Busto, en plena naturaleza y en el acantilado más famoso de Valdés. Allí pasa horas entre los suyos disfrutando de un ambiente cálido, donde los temas de conversación son «triviales», las escenas cotidianas y donde el escenario es un remanso de sosiego. «Hacemos lo que los amigos», dice el farero, celoso de su intimidad. «Juancho no es una persona ostentosa y no va de nada. Lo único que notas es que su teléfono móvil suena mucho», apunta.

José Ramón, que rechaza hacerse fotografías para este reportaje, confiesa que durante los 20 días de encierro de su amigo en Dinamarca se mantuvo al tanto del estado del dirigente ecologista a través de la esposa de Juancho. «Una mujer muy luchadora, como él», subraya. «Y él es un gran padre», añade José Ramón Menéndez. El farero confiesa que comparte el ideario verde y conservacionista del director de Greenpeace y que, aunque ahora sin actividad, él también fue un ecologista de los de Juancho.

Las estancias en el Cabo Busto, donde el farero y su casa reinan, se componen de todo menos de ruido, de preocupaciones y de estrés. Los dos hijos de Juancho se divierten y respiran esa naturaleza que tanto defiende su padre.

«Siempre se dice que esto es muy bonito, pero hay que estar aquí todo el año. Se hace duro», reconoce José Ramón Menéndez, el último de una estirpe de fareros que no quieren echar la vista atrás. «Me atosigan con eso del farero y la nostalgia», dice. «Yo no quiero saber nada de eso», añade. Le cuesta tener unas palabras para Juancho López de Uralde por nombrar su casa y su persona. Dice que no quiere ser protagonista de lo ajeno. Pero no duda en resaltar lo agradecido que está por haberle citado. «Qué puedo decir. Que le invito a vivir en mi casa».