Oviedo, P. G.

Ingeniero de minas de profesión y político por vocación. Éstos son dos de los pilares sobre los que se sustenta la biografía pública de Javier Fernández (Mieres, 7 de enero de 1948), secretario general de la Federación Socialista Asturiana (FSA), senador por Asturias y futurible a la Presidencia del Gobierno del Principado. Con licenciatura de Minas y su diplomatura en ingeniería ambiental, trabajó en Santander en las minas a cielo abierto antes de ser reclamado para aportar su conocimiento del sector en la Dirección General de Minas. Al frente de ella estuvo de 1991 a 1995.

Funcionario del cuerpo especial de ingenieros de minas de la Administración General del Estado, entró a formar parte de la lista del PSOE al Congreso en las generales de 1996. Durante la legislatura formó parte de la Comisión de Industria y Energía. Tras la victoria del socialismo asturiano en las elecciones de 1999, las primeras de Vicente Álvarez Areces, Fernández fue nombrado consejero de Industria, Comercio y Turismo. Pero sólo duró un año en el cargo, ya que en 2000 fue elegido como secretario general de la Federación Socialista Asturiana tras un reñido congreso que ganó al candidato arecista, Álvaro Álvarez. Aquellos días estuvieron marcados por el intento fallido de Areces de hacerse con el control de Cajastur al encontrarse con la enconada oposición del SOMA de José Ángel Fernández Villa. Areces perdió, aunque por diecinueve votos, el pulso pocos días después de ganar sus primeras elecciones por mayoría.

La ruptura del socialismo parecía que iba para largo, pero entre unos y otros consiguieron volver a cerrar filas. Eso sí, en las «negociaciones de paz» tuvo que intervenir José Blanco, actual ministro de Fomento y por aquel entonces nuevo secretario de organización del PSOE.

Desde aquel momento ejerció como pacificador, guardando las distancias y con la discreción por bandera. Para sus detractores, esto indica que prefiere jugar en la sombra, donde menos se le vea y se le pueda juzgar. Para sus seguidores, no es más que parte de su carácter tímido y su entrega a sus labores que prefiere desarrollar mano a mano con sus colaboradores, encerrado en su despacho, antes que dejarse ver más de la cuenta en actos públicos más allá de las citas políticas inexcusables.