Grado, Raquel L. MURIAS

A Ana María Fernández le gusta que su marido le haga regalos por San Valentín y no le importa que no sean una docena de rosas, un anillo de oro o unas perlas bien grandes. Ella se conforma con un «llavero del Lidl», que es lo que Juan José Fernández, su marido, parado desde hace cuatro años como ella, le trajo el 14 de febrero de este año. Ana María Fernández y Juan José Fernández conforman uno de esos 27.500 hogares asturianos en los que todos los miembros están desempleados. El paro vive con ellos desde hace más de cuatro años, en la vivienda social de Grado que les cuesta 72,5 euros al mes, también están la abuela, Margarita, y el hijo de Ana María, fruto de una relación anterior, Sergio. En casa de los Fernández sobra gente y falta dinero.

Los cuatro viven con el salario social que cobra Juan José Fernández, que, además, también tiene que pasar al mes una pensión de 150 euros a su hija, que tuvo en su primer matrimonio. En el hogar de los Fernández también viven unos peces de colores y un gato.

Con 636 euros pasan el mes. La cuenta está fácil de hacer pero difícil de estirar y hay que hacer virguerías. Empieza la resta. La hace Juan José: «150 euros para mi niña; 72 para el alquiler; 112 para la letra del coche; 56 para la mensualidad de la tele; 40 para el recibo del agua y otros tantos para el de la luz. Vamos, que nos quedan 200 euros para comer». Luego, un poco de ayuda de Cáritas y otro más de Cruz Roja, principalmente para llenar la nevera, aunque eso sí, «no sabemos lo que es comer un filete de ternera», concreta Ana María.

La dieta de la familia se reduce a pasta, arroz, huevos y «algo de pollo de vez en cuando». Para buscar los mejores precios acuden a comprar a un supermercado de Avilés, y «siempre vamos detrás de la oferta», concreta Juan José. Oferta de trabajo y oferta en el supermercado, donde ya le gustaría a alguno de los dos miembros del matrimonio que les diesen un trabajo. «Llevo parado más de cuatro años y no sé cuántos currículos he enviado, pero nada. Antes trabajaba en la construcción, y a temporadas en el Ayuntamiento de Grado, pero ahora ya no sale nada. También estuve en una empresa de cartones en Oviedo, pero en la primera reducción de plantilla me echaron a mí», concreta Juan José, que explica que los currículos se los prepara su mujer «con la máquina de escribir».

Ana María no para quieta. «Me gusta tener la casa bien», explica. En el microondas guarda bizcocho de nata, «porque mi madre y mi niño, a veces, quieren comer algo de dulce y así me sale más barato», explica. Ella hace el bizcocho y amasa el pan, todos los días, pero a pesar del esmero, a veces, a su hijo le apetecen «pettit suisse», un lujo que no se pueden permitir. Ana María ahorra de aquí y de allá y va aflojando las bombillas de la casa para intentar que el recibo de la luz baje de los 40 euros. En el salón, la tele de pantalla plana que siguen pagando está apagada. Margarita, la abuela, echa algún vistazo de reojo pero como no encuentra la imagen en seguida pierde los ojos en cualquier distracción. ¿Qué le gusta ver en la tele? Dice su hija que su madre «prefiere pasear». Y Margarita asiente conforme a las palabras de su hija y remata: «Aquí me cuidan muy bien».

Ayer en casa de los Fernández había arroz blanco para comer. Un pocillo de aceite de girasol, un diente de ajo, agua y sal. «Estamos a primeros de mes y hasta la semana que viene no nos hacen el ingreso así que andamos muy apretados», explica la cocinera.

Casi resignados a vivir así está el matrimonio. Son muchos años ya y «la cosa no pinta para nada bien». Ahora Juan José quiere hacer un cursillo de soldador y seguirá probando suerte con los currículos que le hace su mujer. Ella también busca trabajo. «El otro día incluso me ofrecí a una empresa para descargar sacos de cemento, pero nada», concreta la ama de casa.

Si algo positivo ha sacado el matrimonio de esta crisis y de estos años sin empleo es que su unión se ha reforzado. «Nos apoyamos el uno en el otro, aunque hay días que no puedes más y piensas de todo, pero supongo que algún día vendrán tiempos mejores. Lo que no sabemos es cuándo», relata Ana María. Mientras que se hace el arroz, Juan José echa sus propias cábalas en voz alta. «Si me saliese un trabajo, lo que más me gustaría sería poder llevar a mi familia a un camping. Para nosotros, que uno de los dos sea mileurista es poder empezar a vivir, sin tener que depender de las ayudas y sin estar siempre con el agua al cuello», concreta el padre de familia. «¿Sabes cómo se te queda la cara cuando tu hija te pide una muñeca y no se la puedes comprar?», dice Juan José.

El olor del ajo frito llega hasta el salón del domicilio familiar y a Margarita, que le encanta comer, no habrá nada que le haga más feliz que saborear ese cereal. Su nieto Sergio, que lleva años pensando en poder pilotar una bicicleta, también tendrá su plato porque su madre ha conseguido quitarle de la cabeza la idea de dejar de comer para ahorrar para la bici. «Mamá, dejo de comer yo para comprármela», le espetó a su madre un día con el catálogo de bicis en la mano.

Son las dos de la tarde, hace un día gris en Grado, pero Ana María aprieta la bombilla del salón, luego enciende la tele y reparte el arroz en los platos. Hay también huevos para todos, y bizcocho, y pan. Antes de sentarse echa un poco de comida a los peces. «Vienen a gastar un euro y medio por semana», asegura. Lo mismo que costó su último regalo de San Valentín, que por cierto, le encantó.