Oviedo, Raquel L. MURIAS

Daniel Rodríguez no se atreve a dar consejos a los que, como él, sufren una lesión cerebral. Pero él mismo, aunque no quiera, es un ejemplo perfecto de superación. A sus 31 años, diplomado en Trabajo Social y con un libro publicado que ya va por su cuarta edición, «Cordones para las zapatillas», Daniel Rodríguez sabe lo que le costó llegar hasta aquí. No hace tantos años que en el colegio, mientras el resto de los niños aprendían a leer, él se mantenía entretenido recortando papeles en la última fila. Donde le mandaba colocarse el maestro para que no hiciese ruido. Pero ni las limitaciones de la lesión cerebral que sufre desde su nacimiento ni sentarse en la fila de atrás acabaron con el afán de superación de Daniel Rodríguez. Un día, un profesor le sentó justo delante del encerado. Eso, sumado al esfuerzo y el apoyo de su familia y a su «cabezonería», como él explica con gracia, dio sus resultados y le convirtió en lo que es hoy, un joven que sueña con encontrar trabajo, «de trabajador social, que es lo que soy. Si me ofrecen algo bueno, voy a donde haga falta, que no está la cosa como para andar descartando trabajos», explica el gijonés.

Ayer Daniel Rodríguez recogió el «Asturiano del mes» de abril que LA NUEVA ESPAÑA le concedió por su valentía, tesón y su gran generosidad al querer compartir con los demás su experiencia vital. Fue justo en abril cuando se publicó su libro, del que ya lleva vendidos más de novecientos ejemplares. En las páginas de «Cordones para las zapatillas» explica el gijonés lo mucho que le costó poder hacer el dichoso nudo para llevar bien amarrados los zapatos. Pero aunque, como casi todo lo que hace Daniel Rodríguez, aprender a atarse las zapatillas implicó doble esfuerzo, el nudo fue el inicio de una auténtica carrera de obstáculos que acabó siendo un éxito en las librerías. La vida de Daniel Rodríguez merece la pena.

El gijonés forma parte de los primeros alumnos asturianos con necesidades educativas especiales que recurrieron a la escolarización integrada en un colegio público. Después de un duro paso por Primaria, donde su madre reclamaba atención para su hijo, llegó a Secundaria y la superó gracias a una adaptación del currículo que sólo consistía en matricularse de la mitad de las asignaturas del curso cada año. Ya con el título en la mano, Daniel Rodríguez quería seguir, quería más. Se presentó a la selectividad y aprobó. Después se matriculó en la Escuela de Trabajo Social, donde tuvo que seguir luchando porque hubo gente, profesores, que no se lo pusieron fácil. «Algunos no me dejaban sacar la grabadora para poder llevarme a casa las clases, así que tuve que recurrir a los amigos que me dejaban los apuntes», asegura. Pero Daniel Rodríguez tiene otra cosa innata, don de gentes. El paso por la Universidad le dio un título, muchos amigos y cientos de folios llenos de apuntes pasados a ordenador. «Que luego yo también dejé», cuenta con gracia. Siempre con una sonrisa en la cara, siempre positivo, Daniel Rodríguez ya está amasando el que será su segundo libro, que tratará sobre la tercera edad. El primero, uno de los que más se venden en las librerías asturianas y editado por su padrino, surgió casi sin querer. En principio era un trabajo que le pidieron en la Universidad. «Me dijeron que contase mi experiencia en todos estos años, cómo había ido superando los obstáculos», comenta. Y lo hizo, a Daniel Rodríguez no le gusta dejar cosas pendientes.

Ayer recibió el galardón de «Asturiano del mes» de manos de la directora de LA NUEVA ESPAÑA, Ángeles Rivero, en un acto en el que estuvo arropado por su familia. El periódico también estuvo representado por los subdirectores Evelio G. Palacio y Gonzalo M. Peón.

Daniel Rodríguez estaba emocionado. «Tengo que agradecer a LA NUEVA ESPAÑA que me hayan otorgado este premio, y a la periodista de esta casa Ana Rubiera, que fue la primera en ayudarme a que se conociera este libro», dijo Daniel Rodríguez, que también tuvo un recuerdo emotivo para su familia. «Siempre me han apoyado, desde que nací. Este premio es también de mi madre, de mi padre, de mi hermana, de mis padrinos, de mis tíos», añadió. De todos los que le enseñaron a atarse bien las zapatillas.