Oviedo, J. MORÁN

Carlos Conde (Segovia, 1927), catedrático jubilado de Matemáticas en la Escuela de Minas, culmina con esta entrega sus «Memorias» para LA NUEVA ESPAÑA.

l Clases toda la vida. «En la Escuela de Minas defendí siempre un papel preponderante de las ciencias básicas, Física y Matemáticas, tal como se concibe la enseñanza en la Escuela de Minas de París. Hace unos días, un amigo profesor de la Escuela me mostró los problemas de Matemáticas de los exámenes de admisión en París: durísimos, terroríficos, pero Francia tiene unos cuadros deslumbrantes de ingenieros. Más que un profesor duro, mi materia es la que era muy dura. Yo la exigía y sentía gran aprecio por los alumnos que se tomaban interés. Con todos no habré acertado, pero he volcado mi interés por ellos. Tengo la suerte de que la mayoría de los alumnos que han tenido que hacer grandes esfuerzos para superar la asignatura son hoy grandes amigos. Es reconfortante pensar que he podido ser útil para que su mérito y su capacidad se potenciaran. Es una satisfacción que no es comparable con ninguna otra. Hubiera seguido toda la vida dando clases, y sin cobrar. Me jubilé en 1998, a los 70 años, pero he tenido un consuelo: durante diez años más pude ser profesor asociado en la UNED».

l Reservas con Bolonia. «Respecto al plan de Bolonia tengo las mayores reservas. Creo que el deseo bien intencionado de facilitar los estudios a muchas personas es incompatible con la formación de alumnos de gran rigor y altura. En España hay conocimientos modestos extendidos, pero nos falta la formación exigente de cuadros. En Inglaterra hay muchos técnicos de grado medio; tienen una gran industria y los aprovechan muy bien, pero luego tienen varios centros de élite de primerísima división. El gravísimo problema en España, y pongo énfasis porque quisiera verlo remediado, es que estamos difundiendo unos niveles modestos, medios, pero no tenemos centros de excelencia. La Escuela misma de Minas de Oviedo ha dejado de ser un centro de excelencia, no por gusto de los profesores, sino porque así lo ha impuesto la orientación general que se sigue. Las cabezas de primer orden son pocas y hay que estimularlas; son las que empujan el desarrollo científico del país. En la Escuela de París hablan de Bolonia y vienen a decir: «Que la titulación se llame grado o como sea, pero usted, alumno, tiene que resolver este problema de Matemáticas; si no, no pasa».

l Mejoras incesantes. «Mi experiencia en la siderurgia asturiana me dice que hoy en día tenemos instalaciones formidables: la acería LD-III, los altos hornos de Veriña (hago votos para que se reconstruyan y amplíen) y varias líneas de laminación excelentes. Son equipamientos que es absolutamente sensato defender y aprovechar. Estar integrados en una multinacional como Mittal nos abre a los mercados del mundo, pero nos hace depender de las instalaciones de otros países y, por lo tanto, es más frágil la defensa de nuestras factorías. En España hay poca ingeniería siderúrgica y las evoluciones y diseños están en el exterior. Las mejoras tecnológicas son incesantes, pero nosotros no las hacemos».

l Aplaudir como leones. «Paralela a la vida profesional y docente, he tenido una gran pasión por la vida cultural, que arrancó cuando era estudiante en Madrid. No sé por qué se es tan injusto con la época de los años cuarenta y cincuenta, cuando el florecimiento cultural de Madrid era grande. En teatro estaba Jardiel Poncela y su humor ingeniosísimo, avanzadísimo; o la figura gigantesca de Mihura, que emergió entonces con «Tres sombreros de copa»; o las finísimas comedias de Calvo Sotelo, como las de Edgar Neville, en «El baile», por ejemplo. No me perdía nada y muchas veces iba de claque o con entradas de precio reducido que facilitaba el SEU para los estrenos. Cuando íbamos de claque, nos sentaban en una zona determinada y entonces el jefe de claque hacía una señal y todos aplaudíamos como leones; pero casi siempre fueron aplausos sinceros porque asistíamos a obras estupendas. Además del teatro español, estaba el extranjero, del que se traía lo mejor de lo mejor: Arthur Miller, Pirandello, Anouilh, Harold Pinter, Slawomir Mrozec? ¿Y en música? Teníamos los domingos en el Monumental, con directores como Igor Markevich, que manejaba los violines de tal modo que parecía que los arpegios salían de sus dedos; y la eclosión de uno de los máximos músicos españoles: Ataúlfo Argenta, deslumbrante; o la época del «Concierto de Aranjuez» de Rodrigo. Cuando acabó la Guerra Mundial vinieron a Madrid, huyendo de la persecución soviética, las dos compañías de ópera, la rusa y la alemana, con obras como «Sadko», o «La ciudad invisible de Kitej», ambas de Rimsky-Korsakov, más la ópera alemana más sobresaliente».

l Cine, ballet y ópera. «El cine español contaba con Edgar Neville, Ladislao Vajda (y aquella extraordinaria película: «El cebo»), o el primer Bardem, al que le vino muy mal la abolición de la censura porque antes estaba contenido y hacia cosas finísimas, y lo mismo le sucedió a Berlanga. Ya en Asturias, compartí con mi esposa, Digna Saiz, la pasión por el cine y no nos perdíamos ocasión de ver cine de autor y de arte y ensayo. Con ella también comparto la afición al ballet. A la derecha del edificio de la Escuela de Minas, cuando todavía no estaba edificada esa zona, se instaló durante años un gran entoldado en cual se ofrecieron espectáculos de máximo nivel. Por ejemplo, recuerdo vivamente, en los Festivales de España el Ballet del Marqués de Cuevas. Luego, en el Campoamor, tuve la ocasión de ver a uno de los bailarines que más admiro, Mauricio Béjart, que renovó el ballet del siglo XX. Y mi afición a la opera ha ido a más, sobre todo con la contemporánea, de Ricardo Strauss en adelante. Y sigo descubriendo la música. Hace unos días tuve la ocasión de visitar Berlín. Ya lo había hecho en otras ocasiones, pero esta vez fui con mi mujer y mis hijas, María Victoria y Natalia, con motivo de una celebración familiar. Tuve ocasión de asistir en la Filarmónica de Berlín a una cantata de Luciano Berio, músico italiano fallecido en 2003, en la que mezclaba 40 instrumentos y cuarenta y tantas voces, y curiosamente no en coro, sino alternados, o sea, una tiple y un violinista, un barítono y un contrabajo, y así. Y todos los cantantes con su diapasón, para afinar al máximo. Un prodigio. El teatro se vino abajo. Algún musicólogo podrá decir que soy un inculto, pero la verdad es que no había tenido hasta ahora la ocasión de escuchar algo así. Sigo descubriendo».

l Cultura occidental. «Y soy miembro del Ateneo de Oviedo, con conferencias públicas, siempre acogidas por LA NUEVA ESPAÑA, y reuniones de los ateneístas. Nuestro objetivo es, fundamentalmente, la defensa de la cultura occidental y, particularmente, la española. En varias ocasiones ha venido una de las personas que más admiro y estimo, Gustavo Bueno. No sabemos lo que tenemos en él. Ha elaborado una construcción filosófica impresionante, con el cierre categorial o la visión de la filosofía como saber de segundo orden basado en los conocimientos de las ciencias. Bueno es un conocedor eminente de la escolástica y una catarata de erudición bien sostenida. Su doctrina del materialismo filosófico no es grosera ni vulgar, sino de gran nivel, y admiro profundamente su visión de España como imperio católico».

l Teología y conocimiento. «Es curioso que muchos ingenieros de minas tengamos interés en la teología. Hemos admirado al teólogo asturiano Ruiz de la Peña y sus planteamientos sobre la incompletud de los sistemas agnósticos, como el Dawkins. Recientemente hemos estado atentos a un teólogo que ha muerto muy joven, Pablo Domínguez, y su aplicación de la teoría del conocimiento a la teología. Y en este campo también hemos contado con el obispo Raúl Berzosa en nuestras charlas».

l Imposibilidad geométrica. «Al Ateneo también traemos personas valiosas de la política actual, pero no para discutir sobre partidos, sino de política con mayúsculas. El último ha sido Sosa Wagner, que se pregunta adónde vamos con este Estado mal llamado de las autonomías y que es partidario de un federalismo con prevalencia de poder central. Yo digo: comunidades ¿autónomas respecto a qué? Nuestro sistema es además un heptadecaedro regular, que es un imposible geométrico y también político. No se puede hacer un poliedro de 17 lados regulares (ya Euler demostró que sólo hay cinco poliedros regulares). Me duele esta España deshilachada, y me duele lo que está pasando con los separatistas catalanes, que a causa de ellos se intenta disolver el Poder Judicial; o se rompe la caja de la Seguridad Social en Vascongadas. ¿Pero qué estamos haciendo? Esto es angustioso».

l Sostener el ánimo. «La gran cuestión que me preocupa y entristece es qué se puede hacer para mejorar y esclarecer el futuro de España. A mi entender, falta patriotismo en nuestra clase política, y la visión necesaria de España, que no está enganchada con lo que se está haciendo en el mundo en defensa del patrimonio de cada nación. Pero hay que sostener el ánimo y recomponer la racionalidad y la historia frente a sus deformaciones. En lo demás, la actividad cultural me apasiona y soy un enamorado de la vida. Como además soy católico practicante, tengo muchos motivos para vivir. Mi vida matrimonial ha sido extensa y plena, y mi mujer me ha sostenido tanto en momentos de felicidad como en los sinsabores y las pérdidas familiares. A ella se lo debo todo».