El sacerdote José María Díaz Bardales (Ribadesella, 1940) narra en esta segunda entrega de «Memorias» su labor de cura en Mieres, a finales de los años sesenta.

l Bronce y equipo. «Don Plácido Suárez, el párroco de Luanco, me había llamado al orden algunas veces, pero familiarmente y siempre con cariño. Ahora, sí le hice sufrir un poco. El día de mi llegada como coadjutor me dio un consejo: "A las diez en la cama estés, mejor antes que después, y nunca a las once, aunque seas de bronce". La verdad es que no seguí mucho el consejo, para qué engañarnos. Don Plácido fue después canónigo de Covadonga y siempre nos saludábamos con afecto. Después de dos años en Luanco, el arzobispo Tarancón me destinó con otros dos compañeros a una experiencia nueva, un equipo de sacerdotes para la zona rural, el primero. Fuimos a vivir a Pesoz y yo me encargué de las parroquias de la falda del puerto del Palo hacia Grandas de Salime: Berducedo, San Emiliano, Lago y Villarpedre».

l Tomar el relevo. «El Concilio Vaticano II avanza hasta terminar en 1965 y su cierre me coge en Pesoz, en diciembre. Vine a Gijón a dar uno de los Cursillos de Cristiandad, un movimiento fundado hace cincuenta y pico años, en Mallorca, impulsado sobre todo por laicos. Su objetivo era vivir lo fundamental cristiano y movía a mucha gente. Sigue existiendo y hasta hace tres años participé en ello. Tras aquel cursillo en Gijón, en 1965, se celebró el último acto del Concilio en el día de la Inmaculada y a la vez se organizó una ultreya diocesana, una reunión, de Cursillos de Cristiandad en Avilés. Prediqué en ella: "Los padres conciliares terminan hoy y esto es una carrera de relevos; nos lo dan a nosotros y nos toca ahora llevar el espíritu conciliar a las parroquias, a las comunidades". Me acuerdo perfectamente porque yo tenía un entusiasmo enorme».

l Catequizar policías. «Tarancón había llegado a Asturias en 1964 y con él tuve mucho contacto. Incluso fue a pasar unos días con los que estábamos en Pesoz. Allí estuve un año y después me destinó el arzobispo a Mieres, de coadjutor y de consiliario de la Juventud Obrera Católica (JOC). Era junio de 1966. Voy con Nicanor López Brugos, el párroco, y Baldomero Pérez Méndez, también coadjutor, y que fue director del "Coro Minero de Turón" hasta hace poco. Aquello sí que fue una etapa de maduración. Los párrocos de Mieres entonces eran Nicolás Felgueroso, Benigno Pérez Silva y Nicanor. Además, estaban los coadjutores, Gabriel Casado, Cholo... Nos reuníamos mucho y me ayudaron a madurar, sobre todo en el compromiso social, en cuestiones morales de cara a la gente. Y a nivel social los vi claramente comprometidos con la clase trabajadora. Hay una anécdota de Benigno Pérez Silva, que sabía que, como también sucedía en nuestra parroquia, la Policía secreta iba a escuchar qué predicábamos. Un domingo vio a los de la brigada político social al fondo de la iglesia y al final de la homilía dijo: "Y quiero también dedicar dos palabras a unas personas que vienen aquí a cumplir obligaciones profesionales porque los mandan, pero la obligación primordial de un profesional es servir al pueblo". Así que aprovechó para catequizarles un poco».

l Cierre de iglesias. «El clero estaba muy unido. Con los de la otra cuenca nos reuníamos periódicamente, con los de Sama, La Felguera... Y una vez al mes los consiliarios de la JOC hacíamos un retiro. Éramos muy piadosos. Por ahí andaba Manolín el Polesu, que después fue diputado de IU; estaban también Villa y Óscar, o Ángel Llano, que después fue rector del Seminario y está ahora en Avilés. Todos consiliarios de la JOC, y nuestro decano era don Custodio, el cura de Moreda, que era nuestro padre espiritual. Los retiros los hacíamos en Santullano de Mieres. Allí también conocí La Cucaracha, un club en los bajos de la rectoral donde paraban desde Víctor Manuel a Tati Valdés, el futbolista. Nicanor les cedió un sótano y lo arreglaron de maravilla. Allí bajábamos los dos jóvenes coadjutores a convivir con ellos y fue una tarea pastoral muy interesante. Cuando se encerraron los trabajadores de mina Llamas, lo hablamos los curas y se decidió poner un letrero en el que se decía que por solidaridad con los mineros el domingo cerrarían los templos. Algunos nos dijeron que con aquello dejábamos a la gente sin misa, pero hubo misa en el convento y en otros templos. Aquél fue el primer cierre de parroquias y después hubo otro en Gijón, ya en los años setenta».

l Antropología y Doctrina Social. «Estoy en Mieres de 1966 a 1968, y sigo adscrito allí los dos años siguientes, aunque estoy estudiando en Madrid. Tarancón me había dicho que "si ahora que estás en la edad ideal no vas a estudiar fuera, no vas a ir nunca". Hablamos de hacerlo en Comillas, "por si te necesito un día para el Seminario", comentó él. "No, lo mío es la parroquia", le dije y entonces me habló del Instituto Superior de Pastoral de Salamanca, que se había trasladado ya a Madrid. Vi el cielo abierto; y allí fui y resultó mucho más de lo que yo pensaba. En Cruz Roja me dieron un apartamento pequeñín porque era auxiliar del capellán. Conocí el mundo de los enfermos, muy duro, pero me vino bien. Conviví con médicos que hacían méritos en Cruz Roja, cuando todavía no existía el MIR. Y estudié Pastoral con profesores sensacionales. Recuerdo particularmente a Martín Velasco, que nos daba Antropología, algo que yo nunca había estudiado. O a Ricardo Alberdi, una personalidad, que nos daba Doctrina Social de la Iglesia, y en eso andábamos todavía en mantillas. Nos dieron cursos monográficos Olegario González de Cardedal, o Mariano Gamo, párroco de Moratalaz, que había puesto a la puerta de su iglesia el letrero "Casa del pueblo de Dios". Había muchos estudiantes de Hispanoamérica y algunos de África. El ambiente era sensacional».

l Prestar la multicopista. «La tesina la hice sobre "La presencia de la Iglesia en los conflicto laborales. Asturias 1960-1970" y la documentación que incluía se la debía a mis compañeros de Mieres. Documentos de curas de las Cuencas, de la JOC, de la HOAC..., todos los que reflejaban aquella época, en la que también mantuvimos relaciones a nivel nacional, como con los curas de Barcelona, que hicieron una sentada famosa junto a la Catedral. Fue cuando Franco dio aquel discurso sobre los problemas que tenía España y citó a los "clérigos de mente calenturienta", frente a la Iglesia española oficial, que era franquista. Ahí fue cuando nos salpico la política, o sea, que nos llamaran curas políticos. En Asturias no se había dado ninguna manifestación fuerte de la Iglesia frente a la política, y eso que hubo influencias del gobernador civil, sobre todo en el arzobispo don Segundo, para que cambiara curas de los sitios conflictivos. Hubo una purga, pero no manifestaciones nuestras. Hombre, había documentos que lógicamente molestaban y estorbaban, pero lo de la implicación política de los curas nos vino por otro lado. Claro que teníamos relación con los movimientos antifranquistas. Nació la USO, muy cercana a la casa, o había nacido CC OO, y les prestábamos la multicopista. Por esas relaciones de entonces me duele que la izquierda ataque ahora a la Iglesia sin concretar. A algunos de ellos habría que preguntarles: "Oye, ¿te acuerdas de las asambleas en nuestras iglesias o cuando ibais a El Bibio vestidos modestamente a pedir ayuda para que os hiciéramos un poco de propaganda o para facilitaros un encuentro en nuestros locales? Entonces ellos dicen: "Hombre, es que ahora nos referimos a Rouco". No, Rouco no es la Iglesia, ni la jerarquía es la Iglesia; son elementos y la jerarquía es muy importante, pero un obispo no es más que un servidor de la Iglesia».

l Cambiar de mujer. «Aunque nos decían que éramos del Partido Comunista, no era así, y eso que en el PC había gente buenísima. Recuerdo que nada más llegar yo a Mieres un paisano del PC fue a ver a Nicanor y después estuvo hablando un rato conmigo. "Estoy preocupado porque un vecino mío, del partido, acaba de comprarse un coche, pero un comunista tiene que dar ejemplo de austeridad". Quizás era algo que los curas de entonces también teníamos presente. Yo anduve en moto hasta el año setenta y pico, y para comprar el primer coche, un Seiscientos, me dieron 50.000 pesetas mi padre y 50.000 el Arzobispado, que fui reponiendo. No nos atrevíamos a tener coche; parecía que era un testimonio contra la pobreza. Y lo mismo con las demás cosas: el breviario, que comprábamos una edición modesta, o las sotanas. Aquel espíritu era valioso y por supuesto había que darle el sentido de que era para compartir, no por puro ahorrar. Y otro detalle curioso de aquel paisano del PC fue que me contó cómo "otro compañero mío ha cambiado de mujer como si cambiara de abrigo; dejó a la suya, que era un poco mayor, y viene ahora con una moza. ¡Coño, un comunista no puede hacer estas cosas!". Lo cuento para expresar un poco lo que nos unía entonces».

Mañana, tercera entrega: José María Díaz Bardales