Quienes rodean a Mariano Rajoy, el presidente nacional del PP, lo escucharon de su propia boca, quizá también durante su último viaje a Asturias: «Mal se puede hacer partido si cada militante funda el suyo propio porque no encabeza una candidatura». Y su vicesecretario de Comunicación, Esteban González Pons, remachó el jueves: «Irse de una formación porque no te ponen es lo más viejo del mundo».

La fragmentación es la marca genética de la derecha. De la asturiana en especial. Una regla infalible: a mejores perspectivas electorales, mayor división. Asturias propende a la izquierda. Si rolan los vientos en favor de otro rumbo, la propia derecha abre boquete en el cascarón peleándose por el barco.

Tres formaciones disputarán al PP el 22 de mayo el voto de centro derecha en el Principado: los independientes de IDEAS con Juan Morales a la cabeza; la URAS, unida al PAS, en la que recaló Sergio Marqués, aunque ahora no concurre como candidato; y el Foro Asturias de Francisco Álvarez-Cascos. Todos salieron de la misma madre. Todos quisieron mandar en casa. Todos se emanciparon para no someterse a las órdenes del jefe.

Sufren los conservadores algo así como el «síndrome de la ameba»: una veloz fisión binaria. Cuando la célula se redondea y vislumbra el éxito, llega la estrangulación. Hay bacterias que se escinden cada 20 minutos. El metabolismo de algunos conservadores asturianos lleva camino de emularlas.

La cosa tiene explicación. «En la derecha existen intereses. En la izquierda, ideología que los sujeta», se sincera Juan Morales, uno de los vagones desenganchados del PP. «La izquierda se basa en el grupo. La derecha, en el clan», sostiene el politólogo y profesor universitario Óscar Rodríguez Buznego. «En la derecha todos quieren el bastón de mariscal, nadie ser infantería», ironiza Xuan Xosé Sánchez Vicente, presidente de ese PAS coaligado con la URAS.

La diferencia de ideas carece de relevancia en el desafecto. No hay distancia ideológica sustancial entre los grupos que harán sombra al PP en los próximos comicios. Sí personal, incorregible, entre sus líderes. El PP conquistó el poder al recomponer bajo sus siglas los añicos de UCD. La experiencia enseña en Asturias que cuando riñe en familia, pierde.

El último en desengancharse de la locomotora popular, Álvarez-Cascos, reconoce que lo que le distanció de sus hermanos fueron los insultos y la ausencia de reuniones de partido. Cuestiones procedimentales de carácter interno, a su juicio suficientes para emprender una nueva aventura. Un ajuste de cuentas en las urnas. «La derecha como concepto ideológico no existe. Unas veces se muestra intransigente. Otras populista. Algunas coquetea con el progresismo. Por eso en las formas y en el fondo es mucho más cainita que la izquierda. El navajeo no se disimula», analiza Juan Morales.

«La derecha no tiene espíritu de partido. Carece del sentido místico de la izquierda. De pertenencia a una organización que trasciende a la persona y está por encima de ella ocurra lo que ocurra», piensa Xuan Xosé Sánchez Vicente. «Unidad y disciplina son los recursos valorados por la izquierda. Ahí reside su fuerza y su capacidad de influencia. La derecha carece de ellos», teoriza Rodríguez Buznego.

Determinan la alineación coordenadas coyunturales. Prima lo espurio, no de otra forma pueden explicarse las extrañas amalgamas que se están produciendo.

Un antiguo concejal coqueteó con cuatro formaciones distintas, de la extrema izquierda al lado contrario, antes de recalar en el procasquismo, quinto hito en su carrera. Otro líder en las mismas filas paseó por Asturias a Jon Idígoras, fallecido portavoz de Herri Batasuna, brazo parlamentario del terrorismo.

Los partidarios de Marqués, que salieron del PP oprimidos por Cascos, vivieron una travesía del desierto asturianista. Ahora perdonan y olvidan. Una mayoría encomienda su salvación al mismo hombre que sin piedad les quemó en la hoguera. Igual algunos populares. Eso es fe, ilusión de mártir que en vez de huríes espera un cargo al llegar al paraíso. La consecuencia de tanta tocata y fuga es la merma de posibilidades electorales del bloque conservador. La derecha hace guerra de guerrillas. La izquierda embolsa el botín.

«Entre los que discrepan ahora en la derecha hay tres tipos. Gente que no tenía perspectivas en el PP: cazan al vuelo cada expectativa y la toman por definitiva, "ahora ye la buena". Gente que entiende que algo funciona mal y hay que cambiar: son los del "Asturias no pinta nada". Y gente de orden: los que anhelan a un político que no haga política, "que pegue un puñetazo en la mesa". La realidad ye testosterona. No van a sacar los pulpos con sardines de abareque», retratan desde el PAS.

«Hay divisiones y subdivisiones, y más cuando se concreten las listas. Lo de Foro Asturias ejemplifica qué sucede a los incómodos de la derecha. Muchos se arriman para defender un interés. Unos por revancha. Otros por afán de poder. Están prendidos con alfileres. Hay militantes que antes odiaban al líder. ¿Es serio? No, circunstancial», sentencian desde IDEAS.

El PP suele mantenerse estable en las comunidades donde no hay nacionalismo de derechas. Menos en Asturias. Lo que revela la última crisis popular es la baja institucionalización del partido y la disociación entre la derecha social y sus cuadros.

Los sociólogos consideran que un grupo está institucionalizado cuando las normas por las que se rige quedan claras y los procedimientos internos se asumen de forma natural. Rodríguez Buznego lo argumenta: «Los populares acaban de demostrar que por encima de las normas están las personas, los conflictos de liderazgo. No todo el mundo aceptó las reglas con el mismo entusiasmo».

El PP y la derecha sociológica caminan en paralelo, pero no se cruzan. Una cosa son quienes están en el aparato y se manchan las manos y otra los que se sienten de derechas. Lo reflexiona, desde el otro bando, un socialista: «Vas a una reunión de empresarios, miras lo que hay y piensas: aquí está la derecha de este país. Ninguno se sienta luego en la junta directiva del PP. La izquierda es lo que ves».

Que la derecha cuenta por fracturas sus disputas también tiene excepciones. Pocas. Una reciente, Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid, que esta semana pasó por Oviedo. Pidió públicamente entrar en las listas al Congreso. Recibió un sopapo de Rajoy. Lloró el cabreo pero no arrojó el carné. En el PP, hoy por hoy la locomotora de la derecha española, se admite falta de vertebración social. Para explicar tanto hijo descarriado y tanto vagón descarrilado se acude a la historia: «ahí está la CEDA». Al espíritu individualista consustancial al liberalismo: «a algunos les lleva a la autosuficiencia, a confundir su persona con su personaje». Y a la cultura de partido: «El PP tiene 30 años. El PSOE, 130».

Sí están convencidos los dirigentes populares de que en este mundo global los micropartidos carecen de futuro: «los problemas se resuelven en Bruselas. Esos grupos de visión microcósmica, basados en personalismos, pueden incidir en políticas locales pero debilitan siempre a la derecha».

«Debilitan a España», considera Gallardón. Los que compartieron con el alcalde madrileño sus actos asturianos le oyeron: «Sólo hay una cosa peor que un gobierno malo: un gobierno débil».

Como el último desgarro aún sangra, desde el PP lanzan una coda con suspense: «Si vamos a tener Variante es porque Aznar decidió la obra, Rato consiguió el dinero, Cascos la puso en marcha y otros ministros la apoyaron. ¿Podría hacer FAC si gana las elecciones los túneles de Pajares en solitario? La sociedad asturiana no tiene por qué pagar el enfado de una persona».