Un guardameta llamado Albert Camus, novelista, dramaturgo y premio Nobel, escribió en la revista «France Football»: «Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol». Camus defendió la portería del equipo de la Universidad de Argel.

La política es como el fútbol. Si el fútbol enseña conductas, la derecha asturiana ya puede empezar a hacer cálculos. Ganan por mayoría absoluta las encuestas que plantean un escenario en el que el PP y sus hermanos de Foro podrán forman Gobierno a partir del 22 de mayo. Después de la tensión y los reproches, las zurras y los zarandeos de su maratón de partidos de rivalidad clásica, los jugadores de Madrid y Barça tendrán que verse las caras dentro de poco, con la herida abierta, para defender juntos la camiseta de la selección española. En igual tesitura pueden hallarse el lunes populares y foristas.

El gran clásico de la derecha asturiana es el fratricidio. En especial durante aquellos períodos en los que suenan como favoritos para ganar la Liga. Con tanta tradición en discusiones familiares van adquiriendo experiencia en recomponer los platos rotos. En esas cuentas andan.

El PP ha dado un giro hacia la sutileza. Hay mucho circunloquio y crítica de epíteto genérico al referirse a Cascos. Disparos a ráfagas muy imprecisos, todo lo contrario del PSOE, que los últimos días desenfundó los cañones. Nadie entre los populares cierra la puerta a un posible pacto. Hay nueva consigna: «No nos cabreemos demasiado, no tensemos la cuerda. Mantengamos abiertos los puentes». Quienes defienden este planteamiento parten del hecho de que la mayoría de los seguidores de Foro «obran de buena fe, por eso tendrán sentido práctico. Este tipo de divisiones es de corto recorrido. Cuanto antes se puedan taponar, mejor».

De tener posibilidades de gobernar, el PP va a intentar el acuerdo. Los líderes populares interpretan que la sociedad asturiana demanda un cambio. «Es un acto de responsabilidad», afirman, «cuando Rajoy está a punto de llegar a la Moncloa». Por eso se avienen a hablar ya con algunos destacados foristas. El grueso de los votantes de ambas fuerzas -menos los cabreados con el sistema, son la misma base ideológica del centro-derecha- quedaría perplejo si no lo intentaran. Para no marcar un gol en propia puerta, lo que no consiguieron en la previa del choque galáctico lo dirimirán en la prórroga.

Del Bosque advirtió contra tanto pique entre madridistas y barcelonistas: «Quienes trasladen a la selección el mal ambiente reinante tendrán que ser consecuentes con sus actos y serán sólo ellos los responsables de ganar o perder el privilegio de pertenecer a la selección española». La voz del seleccionador es aquí la de los simpatizantes populares y foristas, que también suspiran por evitar el daño colateral irreversible de perder una Presidencia del Principado por tanto mal ambiente en la derecha. El caso es conocer hasta dónde está dispuesto a llegar cada cual. A priori, el entendimiento se presenta complicado.

El principal obstáculo será la actitud de Cascos. Como Felipe González en los estertores del felipismo, él es la solución y el problema. Muchos en el PP dan por hecho que se venderá carísimo. Esa baza la van a explotar los populares: si el diálogo no prospera, quieren dejar claro que fracasó por culpa de las imposibles exigencias de Cascos. Sería demostrar públicamente que dañar al PP es lo único que persigue el ex ministro. Pensando en la maniobra de retorno a casa de los antiguos compañeros, los líderes de la derecha asturiana han empezado a apelar a «la generosidad y la altura de miras» necesarias tras el escrutinio.

Cascos vive instalado en una realidad confusa, esquizofrénica e impredecible. Hay un PP bueno que exhibe sin complejos cada vez que puede: el que contó con su concurso, el de Aznar y Esperanza Aguirre. Y hay un PP tóxico: el de Rajoy y la panda de acomodados asturianos. La referencia en los últimos actos a sus seguidores como «militantes populares» y a su partido como «el PP» más que estrategia subliminal para asociar ambas marcas parece, por las excusas y la reiteración, obra de un subconsciente traicionado. En el fondo, la expresión de un anhelo: volver a aquel PP de los viejos tiempos.

Rinus Michels, inventor de la presión, era conocido como «el general». Sobra explicación sobre el apodo. Cascos, como Michels, era el «general secretario». Cuando Michels entrenaba al Ajax holandés, dejó una frase para la historia: «Fútbol es guerra». La política es la guerra, así la entiende Cascos. El ex ministro de Fomento se ha instalado en la escapada permanente. Se desliza por una espiral sin fin hacia la tierra de no sabe dónde.

Hace meses convenció a los suyos de que era amigo de Rajoy y de que la candidatura por Asturias estaba hecha a falta de liquidar a Ovidio Sánchez y Gabino de Lorenzo. Cuando la realidad desmontó su quimera, fundó un partido.

Denunció un pacto del PSOE y el PP para repartirse Asturias, el único argumento con el que se catapulta ante la opinión pública. Cuando ambos partidos se muerden aquí por la presunta corrupción y la controvertida gestión del arecismo, asevera ahora que el cambalache es para intercambiarse los gobiernos de Asturias y Cantabria.

Lleva días arengando a sus huestes de que el resultado del domingo jibarizará al PSOE y al PP, a los que augura un peso parlamentario testimonial en la región. Las encuestas lo reducen a tercera fuerza y cunde el desánimo entre sus fieles. Cascos da, para contrarrestarlo, un nuevo paso adelante: ahora declara que el objetivo de Foro son las próximas generales, dentro de nueve meses, para que Asturias logre un grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados. La meta final cada vez está más lejos ¿Que hará contra los votantes asturianos si no le conceden ese respaldo mayoritario que exige sin contemplaciones?

«O irrumpe con fuerza o no es fuerza», razonan sus enemigos. «Quedar tercero no será suficiente. Arrastró a gente consigo para lograr la Presidencia. Si el 22 está por detrás de PSOE y PP, terminó su camino». Por todo esto hace tiempo que comenzó el juego subterráneo. Conversaciones discretas, a título personal, entre líderes del PP y candidatos de Foro para allanar el terreno. El poder es un excelente pegamento. Un Gobierno tiene muchos cargos que repartir, con los que engrasar voluntades. A Cascos no parece que le valga otra cosa que ser presidente del Principado, inconcebible si el PP queda por delante. Quizás alguno de sus conmilitones se conforme con menos: la Presidencia de la Junta, la Consejería de Educación... Pero parece muy pronto para jugar a escindir a los escindidos, a dejar solo a Cascos.

Cascos es el Mourinho de la política. «Mourinho es un listo que no reconoce un error, que siempre busca a quién echarle la culpa de los fracasos», llegó a decir Cristiano Ronaldo, cuanto estaba en Inglaterra, del que hoy es su entrenador en el Madrid. Mourinho, como Cascos, no sabe vivir ajeno al conflicto. Hasta en épocas tranquilas necesita enemigos a los que atacar. Ambos se los crean incluso mintiendo de manera deliberada. Cascos niega información calculadamente para luego presentarse como marginado ante sus fieles y hacerles creer que hay diarios que lo ningunean. Es un estilo, una forma de supervivencia. Sin el músculo activo, Cascos y Mou pierden la fuerza.

Cascos, como Mourinho, no admite la discrepancia. El que piensa distinto, el que disiente en voz alta, acaba condenado al averno o en el centro de la diana de sus iras. Mourinho fuerza a todos, presidente, jugadores y utilleros, a suscribir su discurso, como Cascos. De los medios de comunicación al candidato de reserva más recóndito, quien no asuma sus tesis se expone a un castigo implacable. Los que tienen memoria se acordarán de la campaña de insultos que dedicó en 1998, siendo vicepresidente del Gobierno de Aznar, a otro periódico con el que ahora está a partir un piñón. Inspiró a tal fin una publicación monográfica para amparar sus diatribas bajo el nombre de «La Gaviota Audaz». A Cascos y a Mou los unen también el victimismo, la conspiración perpetua, la actitud paranoica frente al mundo. «Sí, pero Cascos no gana finales», sostienen sus críticos. «Sí, pero Cascos es el único capaz de desenmascarar a los farsantes, igual que Mourinho», aseveran sus defensores.

Tommy Docherty, el más jocoso de los ex futbolistas y técnicos británicos, apodado «el entrenador de hierro», es el padre de esta frase: «Hay tanta política en el fútbol que no creo que Henry Kissinger hubiera durado ni 48 horas en el Manchester United». Hace falta mucha más diplomacia que la de Kissinger para superar tanto fútbol de patadón en la política asturiana.