Eduardo GARCÍA / J. M. PIÑEIRO

El álbum de campañas de Francisco Álvarez-Cascos ya amarillea. Hace muchos años que este ingeniero de caminos (Madrid, 1947) embarraba el bajo de los pantalones repartiendo folletos por Asturias. Quizá sucedió por el mismo tiempo lejano que empezó a vestir chaquetas azules cruzadas, a llevar el mismo peinado, a pelear con una garganta enredosa que cuidaba con pastillas cruzadas. En una foto de hace décadas, en blanco y negro sin elección posible, de cuando en las cámaras se colocaban carretes, saluda a una pareja campesina que ara con un burro y hace un alto en los surcos para atender al político joven y delgado, casi en agraz, que le ofrece mercancía electoral.

En cada campaña, y desde 1977 hasta ahora pasó mucha agua bajo los puentes, se repetía una estampa similar. Luego vino el color, y después las cámaras quedaron sin carretes, y ahora los candidatos se enmadejan en las redes sociales, pero ese tipo de la chaqueta cruzada hace camino con los folletos en el morral y se retrata con los vendedores ambulantes en los mercadillos. Aquel muchacho ágil de derechas, hoy sexagenario fondón, es el vencedor de las autonómicas y municipales de ayer. De ayer mismo, folleto en mano.

«Sexagenario». Sexagenario es un accidente biográfico, pero nunca fue un obstáculo para el ejercicio político. «Sexagenario» le llamó el alcalde de Oviedo, Gabino de Lorenzo, a Álvarez-Cascos para hacer notar que a esa edad uno debe estar para sopas de ajo y manta en el sofá. Pero a los 63 años, la bandera de los neocasquistas fue, precisamente, la regeneración de la política asturiana. Nunca un producto tan tradicional fue recibido con tanto alborozo, como un hallazgo oxigenante. Hay que ser muy buen comercial para colocar con éxito un coche tan visto en el mercado.

Pero también es cierto que Álvarez-Cascos llevaba años retirado de los escaparates. El 21 de enero de 2004 -hace siete años, cuatro meses y un día, suma que es exilio corto- había hecho mutis por una puerta de la Delegación del Gobierno que dirigía entonces Mercedes Fernández. Sin mediar aviso previo a la dirección regional del Partido Popular -buena prueba de la ausencia notable de comunión política con Ovidio Sánchez y su equipo-, el entonces ministro de Fomento anunció su retirada de la primera línea política. Aunque ya andaban con la mosca detrás de la oreja, los populares asturianos aún pensaban que Cascos volvería a encabezar la candidatura asturiana al Congreso de los Diputados en las generales de marzo. El día del anuncio le acompañaban su novia, María Porto, tres de sus hijos y dos dirigentes populares: Isidro Fernández Rozada y Pelayo Roces. En sus palabras de agradecimiento reservó hueco para Mercedes Fernández, Fernández Rozada y Gabino de Lorenzo. No admitió preguntas, y al irse no hubo portazo. Uno de los que de aquélla avisaron de que la puerta no le parecía trancada del todo fue José Ángel Fernández Villa.

¿Por qué se fue Álvarez-Cascos? Básicamente, abundaron dos tipos de respuestas. Según amaneciese, en el PP asturiano se llevaba una u otra. Eran contestaciones prêt à porter, de uso rápido y sin primores en la argumentación. Una sostenía que el ex ministro se zambullía de lleno en los negocios porque, ya divorciado en dos ocasiones, andaba con la bolsa muy menguada; otra, que Mariano Rajoy le había dado a entender que no contaba con él.

Álvarez-Cascos nunca confirmó versión alguna. Pero puede deducirse que la elección de Rajoy como sustituto electoral de José María Aznar no le había entusiasmado. Había saludado su nombramiento con una cita de Maura en la que advertía que gobernar no es dejar pasar las hojas del calendario. Puesto que el gallego ha convertido la inacción en su proceder preferido para resolver los problemas, puede objetarse lo que quiera menos que la frase no le viene al pelo.

De lo que no cabe tampoco mayor duda es de que la ligazón entre Álvarez-Cascos y el PP asturiano había derivado hacia ese estado supremo de las relaciones que es la inexistencia. En diciembre de 2004, el ex vicepresidente primero se dio de baja en el PP gijonés, después de 28 años de militancia continuada. El desencadenante: unas críticas anónimas contra Mercedes Fernández. En su despedida, tachó de indigna a Pilar Fernández Pardo, presidenta de los populares gijoneses y ahora diputada en el Congreso. Álvarez-Cascos empezó a militar en Madrid, y su buena sintonía con Esperanza Aguirre se hizo cada vez más evidente.

A partir de enero de 2004, Cascos dejó de hacer bolos electorales en Asturias. El repartidor de folletos participó en algún acto en Galicia y en otras comunidades, pero nunca en el Principado: «Voy a donde me invitan», aclaró. Pero ni la lejanía ni el tiempo se alargaron tanto como para olvidarle. En las Navidades de 2006, y con la vista puesta en las autonómicas del año siguiente, el alcalde de Oviedo propuso al ex ministro que encabezase la lista al Principado, oferta que correspondió Álvarez-Cascos en los mismos términos: preséntate tú. La dirección regional llegó a intervenir para abortar una campaña de firmas a favor de la vuelta del ex ministro capitaneada, entre otros, por José María Fernández del Viso.

Por fin, el presidente regional, Ovidio Sánchez, fue elegido para encabezar su tercera competición con el socialista Vicente Álvarez Areces. Volvió a perder. Como perdió Gabino de Lorenzo en 2008, cuando dio por fin el salto a la política regional y se decidió, como tantas veces le habían jaleado los suyos, a liderar la lista a las generales. Partido de perdedores. El desánimo es pésimo consejero, y eso era lo que cundía en el Partido Popular asturiano; al menos, en una buena parte de su militancia y de su electorado: estaban hartos de derrotas. Por eso no asombraba a nadie que anhelaran la llegada de un salvador, de un ser victorioso capaz de redimirles de sus fracasos. Cada poco, volvían los ojos a Cascos, cuyo protagonismo resurgía de cuando en cuando, como un Guadiana. Y casi siempre con espíritu crítico hacia los «suyos», incluyendo a Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría.

Para algunos dirigentes regionales, aquellas críticas eran las de un «outsider». De alguien que se ha situado fuera del campo de juego y no tiene intención de volver. Por eso ahora tardaron en creerse que la voluntad de regreso del ex secretario general fuese cierta. La sospecha anidó un tiempo, hasta que los dirigentes del Partido Popular comprobaron que, ciertamente, el repartidor de folletos estaba dispuesto a volver, con sus álbumes de campaña, sus días hiperactivos, su maniática preparación de cada jornada.

Y, efectivamente, aquí está, y para quedarse. Con lo que no contaba nadie hace más de un año, cuando su regreso empezó a culebrear, es con que acabaría asentándose de la mano de otro partido que lleva, como un pañuelo de hilo bordado, sus iniciales: FAC. Salvo, quizás, él mismo, que ya hace muchos meses que había adelantado a algunos de sus compañeros de viaje que Mariano Rajoy no apoyaría su candidatura. No deja de ser una paradoja que, al final de la travesía del desierto, los votantes del centro-derecha, tan huérfanos de victorias, sólo puedan festejar el triunfo de su antiguo líder al frente de otro partido.

Cascos estuvo contenido en su gran noche electoral. Repeinado, trajeado, con cuartillas en mano para que la improvisación no le jugara una mala pasada. Un mensaje cuasi institucional que supuso tan sólo un punto y seguido en la ruta sin freno que inició el pasado 2 de enero, cuando anunció el nacimiento de un nuevo partido, el suyo. «Asturias es empresa de valientes», afirmó entonces. Hubo amplio escepticismo, cuando no ironías de escaso talento en las filas del PP regional. Al margen de criterios de buen gusto, siempre relativos, la lógica electoral sentencia que un proyecto político nuevo no gana unas elecciones regionales con cinco meses de vida. A la vista de los acontecimientos parece oportuno replantearse esa teoría general que admitía hasta ahora tan pocas sorpresas.